Opinión

La enrevesada 'desescalada' de Sánchez y el engorro de vivir

Se han empeñado los agoreros en transmitir que la vida nunca volverá a ser igual que antes de la expansión del coronavirus y resulta imposible comprobar si tienen razón, pues

Se han empeñado los agoreros en transmitir que la vida nunca volverá a ser igual que antes de la expansión del coronavirus y resulta imposible comprobar si tienen razón, pues ni la infección está controlada -ni siquiera tiene tratamiento efectivo- ni está claro si los gobiernos aprovecharán esta pandemia para tomar medidas coercitivas exageradas y permanentes. Mientras se resuelve esta duda, lo cierto es que la vuelta a la actividad estará supeditada al plan de desescalada presentado este miércoles por Pedro Sánchez, cuyo contenido produce cierto agobio, pues es tan denso y está sujeto a tantas condiciones que da la impresión de que ante cualquier movimiento en falso podría desmoronarse, como un castillo de naipes. Y, en vista de los precedentes, resulta difícil ser optimista.

En esencia, Moncloa ha presentado una estrategia que está compuesta de cuatro fases que cada provincia o isla tendrá que superar en virtud del cumplimiento de diferentes hitos. Entre ellos, el número de contagios de la zona, la situación de su sistema sanitario y de su economía; y las medidas de protección que haya introducido en los espacios públicos. De forma paulatina, podrán abrirse los negocios según se detalla en este artículo.

El recorrido por las cuatro etapas durará dos meses, según las previsiones más optimistas. Al final del túnel se encuentra la 'nueva normalidad', una fase que durará hasta que se encuentre un tratamiento efectivo o una vacuna para la covid-19. Hasta entonces, los humanos estarán expuestos a la incertidumbre sobre su salud y sobre su trabajo; y a las consecuencias de la ausencia de uno u otro. Podría ser que el coronavirus mermara de la misma forma que lo hicieron el SARS y el MERS, pero, a falta de datos que inviten al optimismo al respecto, los planes del Gobierno pasan por supeditar la vida de los ciudadanos a la posibilidad de que se desaten nuevas oleadas de la pandemia. En tiempos de guerra, en la trinchera domiciliaria. El resto, en armisticio, aunque no en paz.

Una vida más difícil

Lidiar con el estrés y la frustración que producirá esta situación no será sencillo. Relataba el noticiario del Canal 24 Horas este martes que durante los próximos tiempos habrá que entrar en los autocares por la puerta de atrás para que los pasajeros no contagien al conductor, asumir diferentes horarios de entrada a los trabajos para que el metro no se congestione en hora punta; y tener en cuenta que Renfe venderá menos plazas de trenes.

Incluso la Comisión Europea estaría pensando en eliminar el asiento central de los aviones y hasta en separar a los pasajeros con mamparas. En otro canal, un reportero hacía un análisis sobre la distancia a la que se propulsa la saliva a 4 kilómetros por hora, pues a partir del próximo 2 de mayo los españoles podrán salir a correr durante 60 minutos al día y, en carrera, las gotas llegan más lejos cuando se expulsa aire de los pulmones. Y en Andalucía, estarían pensando en limitar los desayunos en los bares a 30 minutos y las comidas, a 90.

Todas esas medidas se prevé que se apliquen de forma paulatina durante las próximas semanas, en las que las diferentes provincias del país deberán recorrer las cuatro fases que ha establecido el Ejecutivo hasta alcanzar la dichosa 'nueva normalidad', que será de todo menos 'normal'. El presidente ha afirmado que los 'marcadores' que regularán el tránsito entre estas etapas serán públicos y transparentes, lo que, traducido, significa que el Ejecutivo espera que se produzcan diferentes conflictos entre territorios que podrían alterar sus planes.

El presidente ha afirmado que los 'marcadores' que regularán el tránsito entre estas etapas serán públicos y transparentes, lo que, traducido, significa que el Ejecutivo espera que se produzcan diferentes conflictos entre territorios que podrían alterar sus planes

Porque en el país cuyas administraciones se han tirado los trastos a la cabeza por el reparto de mascarillas, y el que cuenta con un porcentaje obsceno de sanitarios infectados por el coronavirus, al ser incapaz de protegerlos como es debido, habría que ser muy confiado para esperar que el farragoso 'plan de desescalada' va a funcionar como es debido y no va a ser torpedeado por intereses políticos, ideológicos o económicos. Y por la siempre presente picaresca hispánica, que ha encontrado una de sus mejores representaciones en esta crisis en la constante manipulación de los datos de contagiados, fallecidos, distribución del material sanitario o realización de pruebas médicas.

Va para largo

Sánchez ha hecho un llamamiento a la responsabilidad individual y ha afirmado: “El virus no se ha ido, sigue ahí, al acecho, y continuará hasta que dispongamos de una vacuna o un tratamiento efectivo”. En román paladino, significa que la cosa va para largo y que no conviene hacer planes a largo plazo, pues el Ejecutivo tendrá capacidad para actuar, como considere oportuno, hasta que crea que este problema sanitario está solucionado. Cosa que, sobra decir, aterra por las consecuencias que podría implicar.

También ha incidido en que, entre la prudencia y la precipitación, se optará por lo segundo, algo curioso, pues una de las claves que explican los estragos que ha causado esta enfermedad en España es el retraso con el que las autoridades actuaron contra el virus durante su fase de expansión. Con negligencias como la de demorar la aplicación del estado de alarma 24 horas desde su anuncio, lo que hizo que unos cuantos impresentables extendieran la infección desde el gran foco principal de Madrid hasta otras comunidades autónomas.

Son muchos ingredientes los que la propaganda gubernamental ha puesto sobre la mesa, con la promesa de que a finales de junio podría alcanzarse la nueva normalidad. Ahora bien, considerar que esa fase será la luz al final del túnel sería demasiado optimista, pues la incertidumbre que genera esta nueva enfermedad, la incompetencia gubernamental y el miedo que padece una buena parte de la población -inoculado, en una parte, por las propias autoridades- permiten deducir que el recorrido estará ensombrecido por bancos de niebla durante un buen tiempo más.

A falta de certezas, habrá que tener fe en que todo salga relativamente bien, pues a los aplausos sanitarios les han seguido caceroladas mientras el malestar de la población ha ido in crescendo; y la falta de esperanza podría derivar en estallidos de otro tipo que resultan del todo indeseados. Conviene guardar la calma, aunque, en mitad de este clima de incertidumbre y agobio, no resulta nada sencillo.

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