Sánchez sumó a Podemos para cerrar el paso a cualquier presión. De 120 a 152 diputados, en cuarenta y ocho horas de sigilo, olvidando todo lo dicho y hecho anteriormente. Desde entonces y hasta su aparición estelar en la Cumbre del Clima no se le había escuchado ni en el plasma. Tampoco a Podemos, que ya ni hace ruido. Una cuarta parte del Gobierno de España es una poderosa razón como para callarse. La suma está hecha desde el primer día.
Igual que en 2015 y 2016, cuando el entonces secretario general del PSOE se veía en La Moncloa con el apoyo de los mismos que se lo van a dar dentro de unos días, o como mucho en unas semanas. Entonces obtuvo los dos peores resultados del PSOE. Pero ni aun así perdió la frialdad para contar todos los escaños necesarios. Desde el 22 de diciembre de 2015, cuando le dijo a Rajoy, que “no es no”, tenía la cuenta en limpio. Había que estar en el poder antes de las siguientes elecciones. Pisó a fondo en la primavera de 2018, con el pretexto de la sentencia de la Gürtel en la Audiencia Nacional.
Ya veremos si esa decisión judicial se sostiene en el Tribunal Supremo, tras la reprimenda de la Sala de lo Penal al ponente, al juez De Prada. Pero cuando ocurra, ya dará igual que la llegada al poder de Sánchez se produjera empujada por una afirmación que no se corresponde con los hechos juzgados. Sánchez se va a atornillar al poder en cuanto desde su celda de Lledoners, Oriol Junqueras, tenga claro que no le hace un favor a su enemigo, el fugado Puigdemont, apoyando la primera investidura no fallida del Presidente en funciones.
Las palabras de Sánchez en Londres vuelven a sonar a hueco y a coyuntura. Es como un despeje en corto, cuando el balón vuelve enseguida al mismo sitio: “El marco de las conversaciones con Esquerra es el Estatuto y la Constitución”. Su interlocutor está en la cárcel por sedición y malversación. Un hecho que se convierte en detalle y que por ejemplo impediría al PP cualquier negociación o formación de Gobierno.
El PNV ha olido el aroma del desguace y apunta maneras, como siempre en la historia, cuando percibe la debilidad en España
Sánchez trazó la raya con Podemos al firmar el acuerdo dos días después de las elecciones. No dejó margen pero sin rubor afirma que “PP y Ciudadanos se han desentendido”. Una cosa y la contraria y dicha por la misma persona. Como siempre lo que es suele parecer y al revés, también. La Constitución se va a quedar de recuerdo mientras se cambia lo que hay por debajo a gusto del indepenentismo. Los apoyos a Sánchez serán caros porque, como siempre, hay separatistas reaccionarios, supremacistas camuflados, bajo el manto del progresismo, desplegando todo el poder que le confieren sus decisivos escaños.
El problema es que estamos ya en los terrenos de la soberanía nacional. Los ingenuos que creen que con un nuevo modelo de financiación se arregla el asunto, que se aclaren la vista. El dinero ya es solo un aperitivo. La pinza que Sánchez va a comprar tiene las puntas afiladas. El PNV ha olido el aroma del desguace y apunta maneras, como siempre en la historia, cuando percibe la debilidad en España. De momento unos y otros, independentistas catalanes y vascos, han conseguido poner almíbar a lo del “conflicto político”.
La coartada perfecta
El tiempo pasa, pero la memoria nos recuerda que esa expresión estaba en todos los comunicados de la banda terrorista ETA. El lenguaje es una batalla. Ya lo dijo Rodríguez Zapatero: “Las palabras están al servicio de la política”. El Gobierno de Sánchez con Podemos va a ser más largo de lo que se puede esperar. A todos los actores participantes les interesa que dure lo más posible.
Enfrente no hay alternativa mientras Vox siga con el tamaño que tiene. Al partido de Abascal le van a dar todo el terreno que puedan porque además es la coartada perfecta para que la alianza de Sánchez, Podemos y el independentismo se solidifique. Todos saben que no habrá otra oportunidad para después ya no haya remedio. El plan Sánchez, que anunció Rivera, va para largo.
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