Opinión

El plan se sigue cumpliendo

Esas son las treinta monedas que se pagan, o se vuelven a pagar, por los votos para mantener a Pedro Sánchez en la Moncloa

Sin duda tenemos motivos para la estupefacción, para la preocupación e incluso para la alarma, pero no para la sorpresa. El famoso “preacuerdo” entre el PSOE y ERC para la investidura de Salvador Illa como presidente de la Generalitat no se le acaba de ocurrir a nadie, no es una novedad y mucho menos una improvisación. Esa jugada está en los libros de ajedrez del secesionismo catalán desde hace muchos años. Como sabemos bien, no es la primera. Y no será la última.

En su importantísimo libro España, terra incognita, publicado por Almuzara a primeros de abril de este mismo año, José Manuel García-Margallo y Fernando Eguidazu (que son los autores) dedican varias páginas esenciales a describir lo que ellos llaman el proceso de taxidermia de nuestra nación. Como ustedes saben perfectamente, la taxidermia es “el arte de disecar los animales para conservarlos con apariencia de vivos”. Eso es lo que dice el diccionario. Usted caza un animal, por ejemplo un pato. Lo lleva al taxidermista y ¿qué hace este? Pues lo vacía por dentro. Lo abre, le quita la piel (que es lo más importante) y saca todos los órganos que hicieron de ese animal un pato vivo que volaba. Luego los sustituye por materiales muy variados, que van desde la paja o en serrín hasta la escayola, el poliuretano o la fibra de vidrio. Por último, vuelve a colocar la piel y las plumas sobre el relleno artificial, le añade los ojos y ya está listo. Lo que tiene usted delante se parece muchísimo a un pato, al menos por fuera. Pero no es un pato. No es el pato que usted vio vivo. Es una imitación.

Esto es exactamente igual. En opinión de Margallo –nada inverosímil ni desatinada, a mi modo de ver– lo que están pretendiendo los secesionistas ya no es sacar a Cataluña de España, sino justo al revés: sacar a España de Cataluña. “Desespañolizar” Cataluña. Vaciar el contenido y las competencias del Estado en esa comunidad autónoma y sustituirlas por otra cosa, desde luego no española. Pura taxidermia.

Es evidente que la gestión de todos los impuestos no se ha pedido para que Cataluña aporte más al resto del país. Se ha pedido para que aporte menos. Ni que fueran idiotas

El “preacuerdo” famoso dice que el Estado dejaría de recaudar impuestos en Cataluña. Todos los tributos los recibiría y gestionaría el gobierno catalán. Eso supone sacar a Cataluña del régimen común al que se atienen otras quince comunidades, todas menos el País Vasco y Navarra, que tienen una “excepcionalidad” prevista en la Constitución. Pero eso no pasa en Cataluña, una de las regiones más ricas de España; el preacuerdo dice que ellos recaudarán y gestionarán sus impuestos sin darle cuentas a nadie y que, bueno, sí, destinarán una partida al célebre “fondo interterritorial de solidaridad”, del que depende el funcionamiento de cosas tan chuscas e innecesarias como la sanidad y la educación… en el resto del país, muchas de cuyas regiones no tienen la riqueza de Cataluña. ¿De cuánto será esa aportación? ¿Cómo se calculará? Ah, pues eso no se dice, no lo sabemos. Dependerá de lo que recauden… o de lo que digan que recaudan. Pero es evidente que la gestión de todos los impuestos no se ha pedido para que Cataluña aporte más al resto del país. Se ha pedido para que aporte menos. Ni que fueran idiotas.

Dicho con claridad: lo que el PSOE ha vendido a los secesionistas es la creación en Cataluña de una Hacienda propia, separada de la del resto del país. Ese es el tremendo precio de la investidura de Salvador Illa. Esas son las treinta monedas que se pagan, o se vuelven a pagar, por los votos para mantener a Pedro Sánchez en la Moncloa. Esa es una de las jugadas más importantes en esta larga partida, que ya no busca tanto la independencia nominal de Cataluña como su independencia real.

Antes o después, ya lo verán, se reclamará la creación de una Justicia propia; la idea es que, en esa comunidad, la máxima autoridad judicial sea lo que ahora llamamos Tribunal Superior de Justicia de Cataluña

¿Cuáles son las siguientes jugadas? Antes o después, ya lo verán, se reclamará la creación de una Justicia propia; la idea es que, en esa comunidad, la máxima autoridad judicial sea lo que ahora llamamos Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, ante cuyas decisiones no tendrán nada que decir ni el Tribunal Supremo ni el Constitucional. Así, los secesionistas podrán nombrar (o hacer elegir) a los jueces que, en un momento dado, podrían tener que juzgarles a ellos; no como ahora, que la justicia “española” (y la ley española) tienen la última palabra sobre las trapisondas o delitos que puedan cometer los próceres de allí.

Repitámoslo: pura taxidermia. Antes o después llegarán el reconocimiento de Cataluña como nación, con su legitimidad basada en los “derechos históricos” y no en la Constitución, como ahora. Este mismo preacuerdo ya habla de un “impulso al catalán”, como si a estas alturas lo necesitase; recuérdese que los gobernantes catalanes ponían muchos menos problemas a la inmigración de africanos o naturales de Europa del este que a la de sudamericanos, porque estos hablan español: la lengua invasora. Y un día u otro los indepes, que conocen como nadie el poder de los símbolos, exigirán selecciones “nacionales” deportivas propias, con intervención en competiciones internacionales, porque cada vez que La Roja gana algo, sea lo que sea, miles de personas salen a las calles a celebrarlo y a ellos se los llevan los demonios.

¿Y el referéndum de independencia mil veces reclamado? Pues muy bien podría convertirse, con todo el amparo legal, en una nueva “reforma del Estatuto” que consagrase “constitucionalmente” todo eso, que significaría la independencia de facto de Cataluña. Del Estado quedarían en esa comunidad una bandera española en la frontera con Francia y quizá algunas cosas en Defensa. Nada más.

Lo que es hoy una comunidad autónoma tendría con el Estado una relación parecida a la que mantiene Jamaica con Gran Bretaña

La independencia nominal, el reconocimiento como Estado soberano, sería a medio plazo casi imposible porque tal cosa depende no de que tú te declares independiente, sino de que los demás países te reconozcan como tal (algo dificilísimo en este caso), y además dejaría a la “república catalana” fuera de la UE. Tendrían que esperar un poco más. Pero la realidad es que España prácticamente desaparecería de Cataluña (terminaría de desaparecer, mejor dicho) y lo que es hoy una comunidad autónoma tendría con el Estado una relación parecida a la que mantiene Jamaica con Gran Bretaña: forman parte de la Commonwealth, algo que no tiene utilidad práctica alguna.

Ese es el plan. Que se va cumpliendo, como vemos.

Sánchez dice que este “preacuerdo” es un paso más hacia la federalización de España. No tendría por qué ser una mala idea… si fuese cierto. Pero no lo es. Se trata, una vez más, de algo mucho más simple: una compraventa de votos, o de tiempo, para mantenerse en el poder. Este “preacuerdo”, si al final llega a puerto, devolverá al secesionismo un protagonismo y una atención ciudadana que le quitaron los votos en las últimas elecciones, tanto generales como autonómicas. Esto que se está haciendo contribuye a revitalizar el plan independentista, no lo obstruye ni lo dificulta. Esto es oxígeno para el aparentemente fenecido “procès”. Diga Sánchez lo que diga.

Dos cosas más. Una: da verdadera vergüenza contemplar cómo los enemigos políticos de Sánchez se han puesto a gritar barbaridades contra el “preacuerdo”… sin haberlo leído siquiera. Eso forma parte del circo político, del teatro de títeres, de la comedia en que se ha convertido la política española desde hace ya demasiados años, y que es pura dinamita en los cimientos de la democracia.

Ni Page, ni Lambán, ni González... quien sí puede echar abajo este disparate es Carles Puigdemont. Parece increíble, pero es así

Y la otra: ¿Quién puede evitar que se consume esta jugada perversa? Pues parece mentira pero no es García Page, ni Tudanca, ni Lambán, ni Felipe González. Estos son ya como el padre de Hamlet: sombras del pasado, espectros, vestigios de un PSOE que ha cambiado y que se ha convertido en un partido radical de estilo italiano, en el que no se tolera la discrepancia. Quien sí puede echar abajo este disparate es Carles Puigdemont. Parece increíble, pero es así. La vanidad de este hombre es de tales dimensiones que, con tal de volver a la plaza de Sant Jaume aclamado como si fuese el general Leclerc cuando entró en París en 1945, es perfectamente capaz de torpedear el “preacuerdo”, el gobierno de España y lo que se le ponga por delante.

En fin. Roguemos al Señor. La verdad es que no podemos hacer mucho más.

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