En la Inglaterra que vio el nacimiento de la era industrial muchas actividades del sector manufacturero se realizaban de un modo descentralizado. En los hogares rurales donde las horas de sol escaseaban en invierno o acceder a las tareas del campo estaba limitado en los meses más fríos y lluviosos, era imperativo buscar nuevas fuentes de ingresos que complementaran los obtenidos por la agricultura o ganadería. Uno de ellos era producir hilo o paños para mayoristas del textil.
La descentralización de la actividad productiva es, pues, tan antigua como la misma industria. De hecho, las grandes factorías son en su mayoría, salvo excepciones conocidas, productos relativamente modernos. El germen de la industrialización fue diverso y la “canalización” de la actividad productiva y, con ello, de las relaciones laborales hacia modelos integrados en espacios únicos fue un proceso menos común del que se cree. Obviamente este proceso terminó imponiéndose, exigido sin duda y facilitado por las nuevas formas de producción basadas en unas tecnologías intensivas en mano de obra o, en tiempos más avanzados, en modelos fordistas ya más mecanizados.
Sin embargo, como decía en la columna de la semana pasada, la aparición de nuevas tecnologías ha facilitado una “vuelta” a la descentralización. La atomización de una parte de la actividad productiva es una de las consecuencias de las plataformas tecnológicas, aunque podríamos decir que no les pertenece en exclusiva.
Códigos de inteligencia artificial
Contaba en la columna anterior que las tipologías de plataformas son variadas. No todas son iguales y no todas tienen similares consecuencias laborales. No es lo mismo una plataforma de transporte que necesita que sepas manejar una bicicleta o un vehículo motorizado y la habilidad de sortear eficientemente obstáculos por el camino, que una plataforma de contratación de servicios tecnológicos que te permite competir por proyectos encargados por empresas, muchas veces de otros países, para el desarrollo de códigos de inteligencia artificial.
Obviamente, la localización de la actividad y los requisitos en capital humano determinan, como comentaba, esta diferenciación necesaria entre plataformas y consecuencias laborales. Determina también la existencia de un amplio abanico de situaciones y, sobre todo, de intereses asociados a diferentes tipologías de trabajadores. Es pues, necesario, conocer esta realidad asociada a su vez a una base productiva tan heterogénea y rica en matices como es el nuevo mundo de las plataformas.
Un importante esfuerzo para conocer esta nueva realidad la ha llevado a cabo la Comisión Europea. En su "A European Agenda for the Collaborative Economy", la Comisión ha elaborado ya dos versiones de una encuesta sobre empleo en las plataformas de nombre Colleem. La segunda de estas versiones corresponde al ejercicio de 2018, algo ya retrasado, pero que aún así permite conocer y radiografiar en profundidad esta “nueva” forma de empleo.
Medios secundarios de ingresos
Recomiendo el papel de Pesole et al. (2020) donde se desgranan resultados obtenidos desde esta base de datos. Lo primero que hace la encuesta es separar a los trabajadores-proveedores en base a la asiduidad en las realizaciones de las tareas, desde si son participantes esporádicos hasta si el trabajo en la plataforma es su principal y/o única fuente de ingresos. Así, en el caso de España, el 18,1 % de los encuestados afirmaban haber realizado alguna actividad para una plataforma en el año anterior. De estos, un 4,1 % lo hizo esporádicamente, un 4,7 marginalmente, un 6,7 como complemento a otra actividad y solo un 2,6 % como principal medio de actividad laboral. Estas cifras parecerían indicar que las plataformas están primordialmente utilizadas como medios secundarios de ingresos más que como actividad principal del proveedor.
Esta cuestión tiene mucha relevancia a la hora de entender las consecuencias en el bienestar de este tipo de empleo. Sin embargo, como afirman los autores, hay que tener cuidado con los resultados encontrados. A pesar de que parece que el empleo en las plataformas es mayoritariamente un complemento a otros ingresos, pudiera ocurrir que la encuesta infrarrepresenta a aquellos que por razones de selección muestral no contestan a las encuestas y sí podrían elevar el peso de aquellos para los cuáles las plataformas es su principal medio de vida. Además, para estos, que buena parte de los que responden la actividad se lleve a cabo en la noche o fines de semana en una proporción mayor que en otros empleos offline, o que muestren en más de la mitad un mayor estrés, que afirmen que realizan una actividad monótona o que se sientan excesivamente monitorizados son cuestiones importantes a valorar.
Los trabajadores-proveedores de las plataformas suelen ser más jóvenes y con mayor probabilidad son hombres; suelen tener mayores responsabilidades en el hogar (hijos), y suelen tener una mayor educación
Una segunda cuestión muy relevante es la rotación dentro de las plataformas. En función de las tipologías descritas la semana pasada los comportamientos son diferentes. Así, en las plataformas “Gig” como las de transporte y reparto, la entrada y salida de proveedores es intensa, mostrando una baja continuidad en la actividad. No es el caso de plataformas de servicios y microtareas, donde la estabilidad en la actividad es mayor, mostrando una menor rotación, así como una mayor continuidad de sus proveedores.
En cuanto a las características de estos proveedores-trabajadores podemos confirmar varias cosas, lo que es muy relevante pues, como afirman los autores del trabajo, diferente composición demográfica, diferente respuesta política. En primer lugar, los trabajadores-proveedores de las plataformas suelen ser más jóvenes y con mayor probabilidad son hombres; suelen tener mayores responsabilidades en el hogar (hijos), y suelen tener una mayor educación, siendo mayor la representación de inmigrantes.
Por último, al menos para esta columna, la complejidad realizada en los servicios suministrados es heterogénea en función de la plataforma. Así, aunque en todas ellas parecen realizar más de una tarea, la complejidad aumenta en función de si la plataforma es de prestación de servicios y no de transportes, por poner un ejemplo. La retribución es por tarea y no por tiempo empleado en realizarla, y la desigualdad en la misma es elevada, yendo desde los 7 euros por tarea en “microtasking” a 27 en desarrollo de software.
En resumen, las bases de datos que nos empiezan a contar cómo se estructura el mundo de las plataformas nos enseñan que este es heterogéneo, complejo y que responde a diferentes realidades. Esto, como veremos, es relevante a la hora de la respuesta política necesaria para su correcta imbricación en nuestro sistema laboral y de bienestar. Eso lo veremos la semana que viene.