Hay un diálogo divertido y revelador en el tráiler de Como Dios manda, comedia de este verano protagonizada por Leo Harlem. La historia trata sobre un funcionario que responde a viejos patrones de masculinidad hispánica al que envían como castigo al Ministerio de Igualdad para ponerle al día. "Te vas a callar cualquier comentario machista, sexista, homófobo, tránsfobo, gordófobo y discáfobo", recita la funcionaria que le recibe. "Como no hable por lenguaje de signos...", responde él. Más allá de la situación cómica, hay una ausencia reveladora. La funcionaria rechaza todas las discriminaciones menos una: el clasismo. Se trata de una buena radiografía de la nueva cultura progresista, presunto martillo de injusticias que oculta la más extendida. Quizá este 'olvido' tenga que ver con el hecho de que el wokismo (enfermedad infantil del progresismo) nace en las universidades más caras de Estados Unidos y sus fieles suelen tener un nivel alto de renta. Muchas veces la nueva izquierda consiste en regañar a todo el mundo por no cuestionar sus privilegios (blancos, masculinos, occidentales, heterosexuales...) mientras los clérigos de la religión disfrutan de manera despreocupada de las ventajas económicas que heredaron al nacer.
No quiero escribir otra columna sobre batalla cultural anglosajona, sino bajarla todo lo posible a la realidad española. ¿No les parece llamativo que todos los representantes de clase trabajadora que ha tenido Podemos hayan terminado fuera del partido? Diego Cañamero, Alberto Rodríguez, Óscar Guardingo...La izquierda del PSOE es cada vez más homogénea, ya que nutre sus filas de jóvenes académicos de clase media y alta. Dos másters para guiar al pueblo hacia donde no está claro que quisiera ir. En el campo cultural, como hemos comentado alguna vez, los dos escritores de izquierda que más problemas han tenido con los mandarines 'progres' son Daniel Bernabé y Ana Iris Simón, ambos de origen humilde y con textos antielitistas muy apreciados por las bases.¿Se puede empezar ya hablar de plebefobia?
Plebefobia y lo que surja
Por desgracia, la sensación se confirma día a día. Como dice un amigo, "parece que los enemigos cotidianos de la izquierda española cobren todos el salario mínimo interprofesional". Un día es una cajera de supermercado que llama “caballero” a una ambigua mujer trans, otro es una camarera que no responde en catalán y otro son los 'juanantonios' -señores heteros de mediana edad- a los que se ridiculiza desde el Ministerio de Igualdad (o desde las charlas de Yolanda Díaz con Jorge Javier Vázquez). Lo explicó muy bien Enric Bonet, corresponsal en París de El Periódico de Cataluña, cuando tuiteó que "ojalá caiga un meteorito en la sede de la ONU en Nueva York y la Yoli nombre como número dos a alguien que no hable inglés, que le guste el fútbol y que no coma tartar ni cene caviar. A un puto obrero (me conformo con que sea un joven precario) español de izquierdas". Tecnocracia y lo que surja.
No es solo que no tengan pobres en sus reuniones, es que no parecen intentar incorporarlos, presa de una plebefobia que ni siquiera registran
No tiene pinta de que vaya a pasar. Estamos ante una paradoja parecida a la de la administración Obama, que llevaba por bandera la diversidad pero era la más homogénea de la historia: todos sus miembros habían estudiado en Harvard. Quien siguiera los procesos bolivarianos de comienzos de este milenio sabe que un factor fundamental de su victoria fue apostar por candidatos que transmitían al electorado la certeza de que eran "uno de ellos". Por eso resultó más eficaz poner de número uno en Bolivia a Evo Morales, un sindicalista cocalero de piel oscura, que al mucho más preparado y funcionarial Álvaro García Linera, que fue su vicepresidente. El problema del progresismo español es que carece de esos perfiles, cuando los necesita más que nunca, ahora que ya no ganan el voto joven, ni tampoco el de los barrios más pobres ni mucho menos el del medio rural. No es solo que no tengan gente común en sus reuniones, profesionales y sociales, es que ni siquiera parecen intentar incorporarlos, presa de una plebefobia que ni siquiera registran, ya que estamos ante una esas variables políticas que no pueden medirse con un Excel, y a las que tampoco se da tanta importancia en los másters de moda en París, Barcelona y Boston.
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