Opinión

Yo mismo soy plurinacional

La nación política y la sentimental se mezclan consciente o inconscientemente en todos nosotros

No sé España, pero desde luego yo soy muy plurinacional y mucho plurinacional. Por eso cuando las encuestas inquirían en Euskadi si te sentías más vasco que español, más español que vasco o ambas cosas por igual a mí me parecía que preguntaban un imposible, como si me hubiesen interrogado sobre cuál de mis dos piernas sentía más mía y cuál más ajena, o si era yo más partidario de mi hígado que de mi páncreas.

La absurda idea de que para ser una cosa hay que renunciar a ser otra es un delirio que me resulta ajeno, como también que haya que esforzarse de algún modo para cumplir correctamente con la nacionalidad que uno tiene. Por eso a la pregunta de si te sientes vasco o no, que todos hemos sufrido en Euskadi, la única respuesta cabal era: yo no tengo que sentirme vasco; soy vasco. No necesito hacer, pensar o sentir nada concreto para serlo, del mismo modo que no tengo que esforzarme por ser español. Simplemente lo soy.

Me gusta realmente ser ciudadano de esas tres patrias cívicas, pero no acepto que ninguna de ellas pretenda dictarme cuáles deben ser mis sentimientos

La nación que merece mi esfuerzo público y activo es la cívica, la sociedad política enmarcada por la Ley, en la que nos reconocemos unos y otros como conciudadanos, con obligaciones y derechos pero con libertad para pensar y sentir lo que nos plazca. Por eso, naturalmente, mi nación política es España pero es también Euskadi y, sin duda alguna, Europa. Porque en esos tres ámbitos, perfectamente compatibles, hay leyes que me afectan y me reconocen como miembro de una comunidad de personas concernidas. Es más, me gusta realmente ser ciudadano de esas tres patrias cívicas, pero no acepto que ninguna de ellas pretenda dictarme cuáles deben ser mis sentimientos. Porque mi patria sentimental es aún más diversa que esas tres y no la confundo con ninguna de ellas, como pretende siempre todo nacionalismo y como me niego a aceptar.

Dijo Rilke que la verdadera patria del hombre es la infancia y Juan Gelman, que su única patria era la lengua. Comparto ambos ejemplos, que reivindican con razón la patria personal como el espacio del sentimiento y de la identidad, así que mi patria de verdad es Bilbao; más que Euskadi, Bilbao. Es el español en que hablo y escribo y también son unas pocas palabras en euskera. Es mi patria una parte de la costa cántabra y otra de la guipuzcoana, pero tampoco toda Guipúzcoa, lo es más un cachito de La Rioja. No me gusta el fútbol, así que el Athletic no forma parte de mi patria, pero sí de la de mis hijos varones, cuya patria, naturalmente, no coincide con la mía en eso y en otras muchas cosas. Y desde luego mi patria es también la asombrosa, cautivadora y agotadora ciudad de Madrid, donde vivo. De igual forma, me siento en casa cuando voy donde mis amigos extremeños, que me han hecho uno de los suyos.

Allí donde he hecho mi vida, mis amores, mis amigos y mis dolores me siento en mi patria. La nación política y la sentimental se mezclan consciente o inconscientemente en todos nosotros y con esa mezcla creamos cada cual nuestra patria íntima y personal. Yo prefiero hacerlo conscientemente.

No hay ocho, sino muchas más

Así que cuando Miquel Iceta dice que en España hay ocho naciones, le comprendo porque lo que hace es negar la identidad estado/nación y reivindicar justamente la nación como sentimiento, pero por eso mismo creo que se queda corto, que no hay ocho sino muchas más: las que quiera cada uno. Solo que para entender a ese socialista español y catalán (da igual el orden, por supuesto) hay que abandonar la visión nacionalista de que naciones diversas sean cosas incompatibles, que deban mantenerse uniformes dentro de sí mismas y que preferentemente hayan de vivir enfrentadas unas a otras. Una visión que él sin duda se ha hartado de ver en Cataluña como otros la hemos sufrido en Euskadi y contra la que, por eso mismo, estamos bien vacunados cuando la encontramos también en Madrid.

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