Opinión

Pobreza, evidencia y cambios de opinión

El problema de la pobreza no es tanto qué la produce, sino el hecho de que se convierte en una trampa de la que es muy difícil salir.

  • Cena para personas sin hogar la pasada Nochevieja en la iglesia de San Antón de Madrid. -

Un objetivo compartido por prácticamente todos los partidos políticos es reducir la cantidad de gente que vive en la pobreza. Las soluciones propuestas variarán según la ideología, al igual que el grado de intervención del Estado. Las recetas para solucionar el problema dependerán mucho también del análisis previo de cada uno de los implicados y de su teoría general sobre por qué una economía desarrollada acaba dejando gente atrás.

En años recientes, un sector importante de economistas y pensadores de izquierdas ha llegado a la conclusión de que, en el fondo, el origen de la pobreza persistente es la misma falta de dinero.

La formulación más básica de esta idea es la llamada teoría de las botas de Sam Vimes. En la novela Hombres de Armas, de Terry Pratchett, el muy mal pagado capitán de la Guardia de una ciudad ficticia de fantasía, Sam Vimes, llega a la conclusión de que los ricos son ricos porque gastan menos dinero. Su punto de partida es que unas botas baratas con suela de cartón, como las que se tienen que comprar los pobres guardias, suelen costar unos 10 dólares, pero están tan mal hechas que al final del invierno se están cayendo a pedazos. Unas botas sólidas y recias, con piel y remachados, cuestan 50 dólares, pero duran años y años.

Los ricos, opina Vimes, tienen esos 50 dólares para comprar unas buenas botas y mantener los pies secos durante una década. Los pobres se van a gastar 100 dólares en 10 cuotas distintas y, encima, seguirán teniendo los pies mojados.

Dicho en otras palabras: ser pobre significa que uno no puede hacer ninguna clase de inversión a largo plazo. Una persona con pocos recursos no tiene dinero para ahorrar, así que cualquier imprevisto se convierte en un coste gigantesco casi de inmediato. No puede comprarse un coche medio decente, así que se pasará la vida de taller en taller. Estará constantemente decidiendo qué factura pagará antes, viviendo siempre en el alambre entre no pagar el alquiler o el recibo de la luz. Y cuando se compre unas botas para ir a la obra, serán una de esas baratas que estarán destrozadas al cabo de unos meses. Desde esta perspectiva, el problema de la pobreza no es tanto qué la produce, sino el hecho de que se convierte en una trampa de la que es muy difícil salir. Una vez alguien tiene poco dinero, el mero hecho de vivir al límite de la subsistencia resulta ser, en muchos aspectos, prohibitivamente caro.

Durante tres años, un millar de personas con pocos ingresos recibió un pago de 1,000 dólares al mes de forma totalmente incondicional. Para analizar el impacto de esta medida, siguieron también a 2,000 personas que recibirían un pago de 50 dólares al mes

Si esta teoría es cierta, una de las mejores maneras de combatir la pobreza consistiría en darle dinero a la gente. Si podemos dar suficientes recursos a quienes están atrapados en esta trampa, quizás puedan invertir lo suficiente en sí mismos como para escapar de ella. Pueden arreglar el coche, pagar sus deudas para no estar constantemente sufriendo penalizaciones y desahucios, e incluso pueden comprarse unas botas decentes. Esta es la idea detrás de propuestas como una renta básica universal o programas de asistencia social consistentes en transferencias directas, como el ingreso mínimo vital. Y lo bonito de esta idea es que lo podemos poner en práctica, haciendo un experimento para ver si esta solución funciona o no.

Hace unos años, Eva Vivalt, Elizabeth Rhodes, Alexander W. Bartik, David E. Broockman y Sarah Miller lanzaron un experimento para responder esta pregunta. Durante tres años, un millar de personas con pocos ingresos recibió un pago de 1,000 dólares al mes de forma totalmente incondicional. Para analizar el impacto de esta medida, siguieron también a 2,000 personas que recibirían un pago de 50 dólares al mes, comparando los resultados. Era, con diferencia, el estudio más ambicioso sobre un programa de renta básica jamás realizado.

Para los que, como yo, creíamos que Sam Vimes sabía de lo que hablaba, los resultados han sido un tanto descorazonadores. Para empezar, los individuos que recibieron los 1,000 dólares mensuales no vieron sus ahorros o su riqueza aumentar de forma significativa al cabo de tres años. Aumentaron su gasto, casi siempre en cosas positivas (alimentos, vivienda), pero también su endeudamiento, y no experimentaron una reducción en cosas como bancarrotas o desahucios.

Los individuos que recibían los pagos acababan trabajando menos, con sus ingresos siendo 1,500 dólares anuales de media comparado con quienes no cobraban las ayudas. Básicamente, trabajaban menos horas y dedicaban más tiempo al ocio, sin aumentar su inversión en educación. Finalmente, aunque los niveles de estrés y ansiedad de quienes recibían los pagos disminuían de forma considerable el primer año, su salud física o mental era esencialmente la misma de quienes no los habían recibido al cabo de tres años.

Como de costumbre, al hablar de estudios en ciencias sociales es importante recalcar que estas son las conclusiones de una investigación en particular, no una respuesta final sobre la efectividad de una renta básica universal. Hay múltiples programas y análisis similares que sí ven mejoras significativas en las condiciones financieras, laborales o de salud de los participantes. Esos estudios son casi siempre menos ambiciosos, pero la evidencia empírica sobre estos programas no es del todo concluyente.

Formación profesional en lugar de subvención

Para los que nos tomamos en serio la necesidad de que las políticas públicas estén bien diseñadas y sean efectivas, el análisis de Vivalt, Rhodes, Bartik, Broockman y Miller es algo que debemos considerar. Es hora de evaluar, por ejemplo, cuáles son las diferencias entre los programas que parecen haber funcionado y los que no, revisar cuidadosamente la metodología en los análisis y plantearnos si el modelo original vimesiano era realmente la explicación correcta. Quizás estos programas requieran algo de condicionalidad asociada a los pagos, o que estos aumenten o disminuyan como un impuesto negativo a la renta. Quizás debemos plantearnos ofrecer formación profesional en vez de dar dinero y cruzar los dedos para que los afectados inviertan en capital humano. Quizás el problema no es la persona, sino dónde vive; hay una cantidad considerable de estudios que señalan que la movilidad social es muy dependiente del barrio donde uno habita.

Lo importante, en todo caso, es estar dispuestos, por un lado, a hacer lo necesario para intentar solucionar este problema, y, por otro, a tirar todas nuestras soluciones a la basura y probar algo nuevo si lo que estamos haciendo no funciona. La segunda parte, me temo, es mucho más difícil que la primera.

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