Opinión

Un poco de paz

Esta semana fue el día de acción de gracias en Estados Unidos, uno de esos días de familia, tranquilidad, comer demasiado e intentar ver las cosas con un poco de

Esta semana fue el día de acción de gracias en Estados Unidos, uno de esos días de familia, tranquilidad, comer demasiado e intentar ver las cosas con un poco de perspectiva. También me ha dejado, para que negarlo, un poco blandito, así que, si me permitís, hoy quiero pedir un poco de paz.

Más concretamente, quiero pedir que dejéis de hablar de la política como si fuera una guerra.

Esto no va, por supuesto, de negar conflictos, hablar todos y buscar el bien común, o un ojalá los políticos se sienten sobre una mesa y piensen en el bien del país, etcétera, etcétera. Esta clase de afirmaciones son bobadas buenistas que niegan que en política se toman decisiones sobre cuestiones complicadas y polémicas con ganadores y perdedores. Los debates y desacuerdos ideológicos son reales, y un sistema político sano necesita tener conflictos y disputas, no un montón de consensos mediocres.

Cuando hablo de paz me refiero a esta obsesión de muchos analistas, políticos, periodistas y demás gente que habla de política por utilizar metáforas militares o violentas cuando describen alguna clase de polémica o desacuerdo. Titulares como "guerra abierta en el PP de Madrid", "Podemos incendia al PNV", "Andalucía se rebela contra el gobierno", o "Ayuso ataca a Sánchez", en todas sus infinitas variedades. También análisis que hablan sobre "campos de batalla", "guerras", "frentes abiertos", o "atacar el punto débil", o políticos que insisten en que "lucharán" y "pelearán" por una ley cualquiera.

Es palabrería, sí; hablar es gratis, las palabras se las lleva el viento, son expresiones y formas de hablar y ya vale con la corrección política. Pero no, no va de esto.

Cuando me las encuentro hacen que me tome su contenido menos en serio, porque suenan como un adolescente escribiendo poesía por primera vez

Primero, toda esta retórica es cansina. Serán metáforas o licencias retóricas, pero están gastadas, son tópicos, y aburren. Cuando me las encuentro hacen que me tome su contenido menos en serio, porque suenan como un adolescente escribiendo poesía por primera vez. Ya sé que una queja estilística es poca queja, pero para los que nos pasamos la vida leyendo, es una queja válida.

Segundo, cuando recurrimos a las metáforas militares, lo que hacemos es reducir la política a una cuestión de estrategia, de todas las acciones y decisiones que toman los partidos para "imponerse". Eso hace que hablemos más sobre el cómo de la legislación, sobre todas las cosas extrañas que hacen los políticos para aprobar las leyes, que del contenido de estas. Hablamos de "encontronazos" y "maniobras", no de qué están intentando sacar adelante. La retórica marcial- festiva es casi una excusa para hablar sobre las formas, no del fondo del debate. La política no es (sólo) los elaborados juegos malabares de los consultores y expertos en comunicación; son las leyes que están a debate.

Tenemos debates, desacuerdos, gente a favor y gente en contra, pero es un proceso de toma de decisiones reglado, no una imposición violenta de leyes de unos sobre otros

Tercero, y más importante, los humanos pensamos con palabras, así que las palabras que escogemos para describir el mundo importan. Decía Clausewitz que la guerra es la continuación de la política por otros medios, pero eso no implica que la política sea una guerra de baja intensidad. La guerra, la violencia, es el fracaso de la política, no una amplificación de esta, así que haríamos bien de pensar en ella de forma distinta, con otro lenguaje.

La política es conflicto, no confrontación. Tenemos debates, desacuerdos, gente a favor y gente en contra, pero es un proceso de toma de decisiones reglado, no una imposición violenta de leyes de unos sobre otros. Hablemos, por tanto, sobre cómo tomamos estas decisiones, sobre qué diferencias de opinión existen, sobre las creencias, ideas, y principios que separan a votantes y políticos y del proceso de acomodarlas o decidir qué medidas concretas adoptamos.

La política es a la vez algo muy, muy importante, y algo demasiado importante como para tomarse muy en serio. Bajemos la temperatura un poco, hablemos sobre ella sin definir todo como un conflicto existencial que es cuestión de vida o muerte, y pongamos un poco de paz, calma y tranquilidad en el discurso político.

Abandonar la palabrería militar, por supuesto, no hará que los políticos mágicamente empiecen a hacer mejor su trabajo, desaparezcan las tensiones sociales y que las dos Españas pasen a ser una cosa del pasado. Las palabras importan, pero cambiar el lenguaje no cambia la realidad. Dado que la realidad no es una batalla descarnada y sin cuartel con lanzallamas y puñales, quizás no sería mala idea al menos describirla un poco mejor. Si hablamos menos como exaltados ultras quizás nos exaltaremos un poco menos.

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