Si algo ha quedado claro en las dos primeras sesiones de la investidura clandestina que ha forzado Pedro Sánchez en mitad de las fiestas navideñas es que el Partido Socialista ha sucumbido a los encantos de Podemos. Pablo Iglesias, un líder que estaba medio moribundo y que llevaba tres elecciones generales perdiendo votos y la amistad de los que montaron el partido con él, ha conseguido lo que parecía imposible: resucitar y gobernar sin ni siquiera ser el presidente. Y lo ha logrado gracias a la debilidad del líder del PSOE, que cuando ha visto amenazado su puesto tras el fiasco de las elecciones del 10 de noviembre se ha echado en brazos de Iglesias para salvar el pellejo.
Sánchez, que ha dado sobradas muestras ya de que sus principios son volubles, ha decidido sobrevivir cediendo en todo lo que le han pedido unos y otros para tener a cambio esos 167 votos con los que este martes presumiblemente saldrá elegido. Iglesias no sólo coloca cinco ministros en el Gobierno (él mismo y su pareja incluidos, en un extraordinario caso de nepotismo que nadie se atreve a denunciar), sino que ha conseguido que sus propias tesis y postulados se abran paso en el programa de Gobierno y hasta en la dialéctica empleada por los dirigentes del PSOE.
De Batet a Lastra
La primera muestra de esa podemización se vio el sábado cuando el candidato socialista prometió en su discurso poner fin a la “judicialización del conflicto político de Cataluña”, como si un presidente del Gobierno por sí mismo pudiera ordenar a los jueces que dejen de perseguir a todos aquellos que infringen la ley. Y algo parecido sucedió cuando tanto el sábado como el domingo Sánchez permaneció impasible ante los constantes ataques a la democracia española que profirieron en sus discursos los portavoces de los grupos independentistas y nacionalistas, y que tuvieron como punto culminante las intervenciones de Bildu y de la CUP. El líder del PSOE estuvo callado cuando se tildó al Rey de "autoritario" y toda su bancada prefirió aplaudir a la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, cuando esta defendió como libertad de expresión los ataques a las instituciones que se estaban produciendo desde la tribuna. Y el colmo de la deriva del PSOE se vio en la intervención de la portavoz del grupo socialista, Adriana Lastra, que llamó extremista a todo aquel que osara votar en contra de su candidato y que acabó elogiando la responsabilidad de Gabriel Rufián, el excéntrico portavoz de Esquerra Republiana de Catalunya (ERC), ese mismo que hace tres años provocó la declaración de independencia cuando Carles Puigdemont pretendía anticipar las elecciones autonómicas.
Los aliados del Gobierno tienen serias dudas de que este repentino travestismo de un partido con 140 años de historia y que ha gobernado España con seriedad en el pasado vaya a mantenerse mucho tiempo. Son conscientes de que Sánchez no es de fiar. Y la prueba es que en la dirección del PSOE justifican esta deriva como pura estrategia electoral: una vez hundido Ciudadanos, ahora toca el turno de acabar con Podemos. Es la famosa teoría del abrazo del oso, según la cual Sánchez se mimetiza con Iglesias para dejarle sin espacio y que desaparezca en los próximos comicios.
El problema es que Sánchez minusvalora a Iglesias y su cuadrilla. Los dirigentes de Podemos tienen muy claro su modelo de país. Llevan años aplicándolo en Latinoamérica, donde han sido asesores de varios gobiernos. Es verdad que los ministerios que gestionarán son meros floreros sin mayor trascendencia, pero no conviene caer en el error de creer que Iglesias se quedará manso como un corderito por haber tocado al fin moqueta.
No obstante, si el problema fuera Podemos, la cosa no sería tan grave. El verdadero desastre es que el nuevo Gobierno no sólo pretende llevar a cabo la agenda del populismo neocomunista español, sino que necesita para sostenerse a todos los enemigos declarados de España (Bildu, ERC, BNG…) y como consecuencia de ello Sánchez ha tenido que prometer lo que en circunstancias normales ningún político sensato habría prometido.
España ya está rota
“España no se va a romper”, dijo el candidato nada más tomar la palabra en su discurso de investidura. En efecto, no se va a romper porque, de hecho, España ya está rota desde el mismo momento en que el Congreso salido de las urnas el 10-N está compuesto por 22 formaciones políticas diferentes, la inmensa mayoría de las cuales sólo están preocupadas por sacar tajada para su territorio, sin importarles para nada el interés general. Y Sánchez, en vez de buscar soluciones para evitar una mayor fragmentación en el futuro, lo único que ha hecho es premiar todos esos egoísmos nacionalistas entregando a cada cual lo que le han pedido con tal de ser elegido presidente.
El caso más extremo y paradójico es el de Teruel Existe, un partido nacido como consecuencia del cabreo de una provincia que se considera históricamente maltratada y que ha ‘logrado’ la vaga promesa de que se construirán varias carreteras en su comarca… pero sin importarle que con su apoyo a Sánchez se aplicarán también otros acuerdos con el PNV y ERC que lo único que persiguen es prolongar los privilegios para dos de las regiones más ricas de España: País Vasco y Cataluña.
Por tanto, la estrategia seguida por Sánchez para ser investido no sólo convierte al PSOE en un partido mucho menos moderado de lo que era, sino que premia a los que se saltaron la ley para declarar la independencia y alienta nuevos fenómenos disgregadores en territorios que puedan sentirse agraviados: ahí está ya el ejemplo de León y otros movimientos por el estilo que se están preparando en Soria, Cartagena o Extremadura, por citar sólo tres de ellos.
En vez de buscar soluciones para evitar el cantonalismo, Sánchez premia y alienta a los que sólo se preocupan por los intereses de su territorio
Estamos, pues, ante la progresiva balcanización de España, fruto de un fallido Estado de las autonomías y de una nefasta ley electoral que lo único que han fomentado es el cantonalismo. La culpa de ello no es de Sánchez, por supuesto, pero para los anales de la historia quedará como el presidente del Gobierno que, cuando el sistema dio las más claras señales de agotamiento, prefirió darle la puntilla en lugar de buscar un consenso con las fuerzas moderadas para propiciar su reforma.
Lo que viene a partir de ahora es un territorio inexplorado, pero muy peligroso si se tienen en cuenta los precedentes en la propia Europa. Sánchez cree que puede domar al tigre, pero no se da cuenta de que es muy difícil engañar a todo el mundo todo el tiempo. Él cree que podrá contentar a sus socios con cuatro o cinco medidas cosméticas, pero eso no les calmará porque ellos no quieren una España mejor, sino vivir en otro país. Cuanta más cuerda dé a los independentistas, peores serán las consecuencias. Y la única esperanza que nos queda es que, dados sus continuos cambios de opinión, más pronto que tarde abandone la senda del podemismo y deje de dar alas a los que pretenden destrozar España.
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