Siempre he tenido la peregrina, ingenua, quizás un tanto quijotesca idea de que en política debemos hablar sobre problemas importantes. Es una idea un tanto fantasiosa, lo sé, pero es algo que resulta tener consecuencias prácticas sobre la vida de los habitantes de un país. En contra de lo que dice el tópico, los políticos suelen hacer lo que prometen, así que una buena forma de solucionar cosas es hacer que se pronuncien sobre ese tema en concreto.
No está de más, por tanto, que los medios de vez en cuando hablen de la realidad. Porque resulta que hablar de la realidad importa.
Empecemos, por ejemplo, con una estadística casi desconocida en un país famoso por sus desigualdades, Estados Unidos. En 1992, durante la campaña presidencial, el entonces presidente Bill Clinton hablaba a menudo sobre la pobreza infantil, que se había mantenido a niveles altísimos durante décadas, y superado el 30% a principios de los noventa. Una vez elegido, Clinton convenció al congreso que aprobara un crédito fiscal para las rentas del trabajo, básicamente un impuesto sobre la renta negativo para asalariados. La tasa de pobreza infantil bajó diez puntos en menos de una década.
No recuerdo un candidato a la presidencia del gobierno hablar sobre pobreza infantil más que de pasada desde hace décadas, obsesionados como estamos todos con Cataluña y la maldad infinita de Pedro Sánchez
Lo curioso es que la pobreza infantil ha seguido siendo parte del debate político americano, y presidentes posteriores han seguido trabajando para reducirla. Obama reforzó el programa de ayudas, y en contra de lo que sucedió en muchos países, la pobreza infantil no aumentó durante la gran recesión. Trump, como parte de su reforma fiscal, creó un crédito fiscal adicional para familias con hijos. Esto hizo que, en el 2019, la pobreza infantil hubiera caído un 57% comparado con 1993, un logro considerable.
Comparemos esto con el debate político en España. No recuerdo un candidato a la presidencia del Gobierno hablar sobre pobreza infantil más que de pasada desde hace décadas, obsesionados como estamos todos con Cataluña y la maldad infinita de Pedro Sánchez. No es de extrañar, visto el panorama, que nuestras cifras de pobreza infantil sean absolutamente atroces, de las mayores de la OCDE, y lleven en niveles absurdos (entre un 20 y un 25%) desde hace décadas.
Estos datos, por cierto, no es que sean un secreto de estado. El Gobierno creó hace unos años un Alto Comisionado para la Lucha contra la Pobreza Infantil, una entidad especialmente dedicada a este tema. El organismo ha estado dirigido por gente como Pau Mari-Klose, uno de los mejores sociólogos del país sobre la materia, y tiene cantidades ingentes de expertos muy inteligentes y muy preparados que preparan y presentan informes la mar de interesantes. Sabemos, gracias a ellos, que el grupo de edad con mayor riesgo de pobreza en España es, con muchísima diferencia, los menores de 18 años, con una tasa cuatro veces mayor de riesgo de sufrir pobreza severa que los mayores de 65.
Esos informes aparecen, son comentados en un par de artículos en prensa y cuatro frikis en Twitter, y… se desvanecen, sin más. Nadie, ni en el Gobierno ni en la oposición, hacen de estas cifras su caballo de batalla. Y de forma casi igual de preocupante, ni los medios, ni los periodistas, se pasan la vida preguntando a los líderes de este país por qué España tiene una tasa de pobreza infantil tan vergonzosa.
La OCDE nos lleva repitiendo en informe tras informe que nuestro estado de bienestar, además de ser relativamente pequeño, es excepcionalmente ineficaz redistribuyendo renta de forma efectiva
Parte del problema es que sabemos la respuesta a esta pregunta desde hace tiempo, pero nadie parece querer prestarle demasiada atención. La OCDE nos lleva repitiendo en informe tras informe que nuestro estado de bienestar, además de ser relativamente pequeño, es excepcionalmente ineficaz redistribuyendo renta de forma efectiva. Los motivos detrás de este hecho son variados (uno de los principales: destinamos mucho dinero a unas pensiones muy generosas comparado con otras partidas) pero es algo que no estaría de más solucionar con urgencia, porque la pobreza infantil creo que es algo a lo que deberíamos prestarle atención.
Curiosamente, la última vez en que en España tuvimos un debate más o menos serio sobre reformas que tendría un impacto directo en cómo funciona nuestro estado de bienestar fue allá por el 2015-2016. Por aquel entonces Ciudadanos era un partido que hablaba de cosas que no fueran Cataluña, comunismo, y lo mucho que se odian los unos a los otros dentro del partido, y se presentó a las elecciones con un programa que incluía varias ideas interesantes. Entre ellas, hablaban de un “complemento salarial garantizado” que era, a todos los efectos, una versión refinada del crédito fiscal impulsado por Clinton y que tan bien ha funcionado. La propuesta fue parte de las negociaciones para formar gobierno el 2016, y fue incluida en el acuerdo que firmaron con el PSOE entonces, y que Podemos hundió porque lo de arreglar problemas no parecía ser una de sus prioridades.
Desde entonces, poco o nada. Los líderes de Ciudadanos entraron en la fase paranoica-megalómana de su evolución política, y dejaron de hablar sobre ello. Luis Garicano, su principal impulsor, fue exiliado a Bruselas. Lo de arreglar el estado de bienestar se cayó de la agenda, y hemos seguido gobernando sobre otras cosas, como el delito de sedición y otros temas que afectan la vida de la gente. Curiosamente, lo que si hemos visto es una buena reforma laboral que mejoraba la también positiva reforma laboral impulsada por Rajoy. Porque hablar sobre paro ha acabado haciendo que los partidos actuaran.
Quizás es hora de que los partidos españoles (todos ellos, de Vox a Podemos) empiecen a hablar sobre temas importantes otra vez, quién sabe. A lo mejor resolvemos la pobreza infantil y todo.
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