Opinión

Podemos y la larga historia de un beso comunista

El Podemos en el que comenzó Xavier Domènech poco se parece al que ahora deja (o del que huye), adocenado no ya en aquel morado que barrió en anteriores elecciones, sino en el violeta cardenalicio de una formación que depende de un solo hombre: 'il monsignore' Iglesias

Desde aquel beso entre Pablo Iglesias y Xavier Domènech han transcurrido ya dos años, una crisis de gobierno y una moción de censura. Ocurrió en marzo de 2016. Entonces Podemos asaltaba los cielos y entre Iglesias y el hoy ex portavoz de En Comú Podem parecía fluir mucho más que saliva. Prodigado con energía, como quien enchufa una electricidad ideológica o atornilla una amenaza -cuidado que  aquí venimos nosotros, los comunistas-, aquel beso se recreaba en el que se dieron Breznev y Honecker en 1979. Y así como el líder de la URSS  dijo de Honecker que como político era una basura aunque besaba como Dios, Xavier Domènech terminó por dar un paso atrás limpiándose las comisuras.

Las cosas han cambiado desde aquel beso, y mucho. Pablo Iglesias ya no es lo que era, Podemos tampoco, entre otras cosas porque la fuerza política se convirtió en el socio de gobierno del partido al que quería sepultar. Pedro Sánchez llegó a Moncloa tras una moción de censura que, a diferencia de la de Pablo Iglesias, a él sí le salió bien. En apenas dos años, el liderazgo de Iglesias hipertrofió una formación demasiado pequeña para tanto gallo. Primero desalojó a Carolina Bescansa y la mandó al gallinero, y luego al joven Íñigo le clavó el piolet, en Vistalegre. Por si no había quedado claro hasta entonces, saltó a la palestra lo de Villa Navata. Una cosa quedó muy clara: Iglesias es quien manda en su casa de dos mil metros y en su partido de medio millón de fieles.

"Y así como el líder de la URSS dijo de Honecker que como político era una basura aunque besaba como Dios, Xavier Domènech terminó por dar un paso atrás, limpiándose las comisuras"

Mientras uno acumulaba poder, el otro lo perdía. Trasplantado en Barcelona, Xavier Domènech parecía acusar un cansancio inesperado y provocado, acaso, no por la constante gresca de la cosa pública sino por el pulso con Ada Colau, esa alcaldesa con nombre de novela de Nabokov y sonrisa del gato de Cheshire. Cabeza de lista con la que los comunes ganaron en Cataluña las dos últimas elecciones generales, Domènech renunció a su escaño en el Congreso para competir por la Generalitat en las elecciones catalanas de 2018. Lograron ocho miserables escaños.  Como coordinador general de Catalunya en Comú, la formación que impulsó junto con Colau, Domènech pretendía liderar una fuerza alternativa de izquierdas y terminó perdiendo la batalla contra su propia socia.

El Podemos en el que comenzó Xavier Domènech poco se parece al que ahora deja (o del que huye). La formación ha perdido la frescura de su algarada indignada y se ha adocenado ya no en el morado que barrió en las elecciones europeas, municipales y generales, sino en el violeta cardenalicio de una formación que depende de un solo hombre:  il monsignore Iglesias y su largo rosario de enemigos. Podemos deforestó en Pudimos mientras sus liderazgos caían, uno a uno, de las ramas del árbol. Ahí quedó ese reguero de frutos podemitas, reventados contra el asfalto sin haber tocado siquiera el cielo.

"Algo amargo recorre la saliva de los besos comunistas. Con el tiempo se vuelven oscuros, como si advirtieran o anunciaran la muerte de quien lo da… o lo recibe"

Una cobra reptaba a los pies de Domènech e Iglesias: la que el catalán haría al madrileño, ahora muy ocupado en dar el abrazo de oso a Pedro Sánchez. Algo en aquel beso ya estaba muerto. No era celebratorio como el de Breznev, sino oscuro como el que, diez años después, se dieron Honecker y Gorbachov. En ese momento, el líder de la URSS se dejó besar. Pero a los pocos meses le dio la espalda al  líder de la RDA. En aquellos tiempos de Perestroika y Glasnost, Gorbachov anunció y puso en práctica el fin de la Doctrina Breznev: la Unión Soviética ya no tenía voluntad de imponer el régimen político en ningún país de Europa del Este. Corría el año 1989 y el Muro de Berlín estaba a punto de caer. Algo amargo recorre la saliva de los besos comunistas. Con el tiempo se vuelven oscuros, como si advirtieran o anunciaran la muerte de quien lo da… o lo recibe.

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