De las cuatro causas judiciales que cercan estos días a Podemos, hay una especialmente repugnante. Por sí misma obligaría a presentar la dimisión al líder del partido, Pablo Iglesias, pero ya sabemos que en la política española imperan unos curiosos estándares de decencia: la mentira sale gratis y cada día forma parte con más asiduidad del discurso de nuestros líderes.
Vayamos por partes. El día 2 de diciembre de 2019, Podemos despidió por burofax a uno de sus abogados, José Manuel Calvente. Enseguida se empezó a correr la especie de que había sido despedido por investigar internamente algunas irregularidades del partido, entre ellas el pago de sobresueldos en dinero negro y el amaño de los procesos telemáticos de primarias.
Ante tales rumores, Podemos salió al contraataque el día 5 y filtró a la agencia EFE que Calvente había sido despedido por "acoso sexual y laboral a una trabajadora del partido". Para rematar la jugada, ese mismo día compareció ante los medios Sofía Castañón, secretaria de Feminismos (sic) de Podemos, para confirmar la noticia: "El despido se debe a un acoso laboral por razón de género". Y, crecida ante su minuto de gloria delante de los micrófonos de las televisiones, remató: "Estamos defendiendo nuestra lucha contra las violencias machistas".
A la mañana siguiente, día de la Constitución, media España hablaba de ese asqueroso acosador-maltratador al que Podemos había tenido que despedir de forma fulminante. Y, cómo no, el líder del partido no desaprovechó su asistencia a los actos festivos en el Congreso de los Diputados para referirse al asunto: "Estamos ante un caso de acoso sexual muy grave", dijo con rostro serio Iglesias.
La supuesta víctima, Marta Flor Núñez, también abogada del partido, acabó presentando una querella contra Calvente acusándole de cinco delitos: hostigamiento, coacciones, acoso laboral, acoso sexual y lesiones. Para probar los hechos, Núñez entregó a la Justicia diversas conversaciones de WhatsApp y Telegram.
Caso cerrado
Hace unos días, el 28 de julio, la magistrada Rosa María Freire, titular del juzgado número 32 de Madrid, ha archivado el caso al no encontrar delito alguno ni en la documentación presentada ni en las declaraciones de Núñez y Calvente.
El auto de sobreseimiento deberían leerlo con atención muchas feministas radicales e incluso algunos políticos. Según explica la juez, en línea con el informe previo de la Fiscalía, los mensajes que se intercambiaron Núñez y Calvente demuestran que ambos mantuvieron "una relación de amistad y confianza consentida y compartida" en la que en ningún momento hubo el menor signo de violencia, intimidación o solicitud de favores sexuales.
Lo único que Calvente le decía a Núñez eran cosas bonitas y ella, en lugar de mostrarse molesta, se declaraba "encantada de los halagos". Ambos llegaron a cenar en una ocasión y un día Calvente le propuso pasar un fin de semana juntos, pero ella declinó la invitación. Él lo aceptó de buen grado e incluso le pidió disculpas por si acaso su "proposición decente" le hubiera molestado. Ni una mala palabra entre ellos en todos los chats intercambiados.
Es decir, nos encontramos ante la típica relación entre adultos donde uno declara abiertamente su amor hacia el otro y, al no ser correspondido, pliega velas. Y lo sorprendente del caso es que Núñez se haya prestado a hacer semejante ridículo ante los tribunales. Quizás la respuesta esté en otra de las frases del auto de la juez: "La querella se ha instrumentalizado [por parte de Podemos] para sostener el despido [de Calvente]". Es decir, todo esto no es más que una maniobra para desacreditar a una persona imputándole un falso delito de naturaleza sexual y justificar así su despido.
Una ignominia
En cualquier democracia normal Iglesias ya tendría que haber dimitido, porque nos encontramos ante un hecho gravísimo: un partido político acusando falsamente a un hombre por acoso sexual e intentando destruir su reputación echándole encima toda la mierda de uno de los delitos peor vistos hoy día. Denunciar a alguien en falso es muy grave, pero que lo haga un partido político, sugiriendo incluso una supuesta violencia (como insinuó Castañón), al menos debería haber provocado ya la comparecencia de algún cargo para pedir disculpas al afectado.
Cuando Podemos acusó a Calvente de acoso sabía que le estaba destruyendo la vida. Ante tal denuncia, efectuada a través de los medios de comunicación y por el propio líder del partido, el afectado poco podía hacer para defender su honor. Tachar a alguien de acosador significa la destrucción automática de su relación de pareja, problemas familiares de todo tipo y el ostracismo perpetuo por parte de amigos y conocidos. Por mucho que la juez haya archivado el caso, ¿quién va a ir a explicarle ahora a las vecinas de Calvente que ya se pueden volver a subir con él en el ascensor porque no es ningún peligroso delincuente?
Aparte de inventárselo todo, montar una campaña para ensuciar el honor de una persona y banalizar unos delitos tan graves, lo más curioso es que Podemos ya no podrá negar que existan denuncias falsas
Y luego está el poco respeto que demuestra Podemos hacia las mujeres realmente violadas, acosadas y vejadas. Hacer una acusación de este tipo porque un hombre se enamoró un día de su compañera de trabajo es banalizar esos delitos y una desconsideración hacia las mujeres que sí sufren a diario situaciones de verdadero peligro. Tomarse a chufla el acoso, pretender que cualquier cosa sea acoso, lo único que sirve es para hacer más daño a las verdaderas víctimas.
Pero, aparte de inventárselo todo, montar una campaña para ensuciar el honor de una persona y banalizar unos delitos tan graves, lo verdaderamente curioso es que Podemos, y en particular Pablo Iglesias, ha cometido un inmenso error estratégico. A partir de ahora, cuando Santiago Abascal, líder de Vox, suba a la tribuna de oradores del Congreso de los Diputados y hable de las denuncias falsas sobre violencia de género, Iglesias no tendrá más remedio que quedarse calladito si no quiere que alguien le eche en cara que él mismo fabricó una de esas denuncias.
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