Cada vez que el franquismo tenía problemas, especialmente en el exterior, los servicios de propaganda del régimen montaban un acto de adhesión inquebrantable y desagravio en la plaza de oriente en el que miles de alcaldes y concejales de pueblo, de esos puestos a dedo, viajaban desde sus localidades hasta Madrid para vitorear al generalito de voz aflautada y de paso mostrar a las democracias europeas la fortaleza del régimen.
Este despliegue permanente de músculo movilizador, unido a la ferocidad represiva y la potencia atlética, solo conseguida a base de mucho entrenamiento, que demostraba el dictador a la hora firmar sentencias de muerte mientras desayunaba churros con chocolate, tenía absolutamente confundida a la oposición democrática, que creía firmemente que incluso a comienzos de los años 70 se enfrentaba a un régimen fuerte, compacto y excelentemente ensamblado en la sociedad española.
La velocidad y facilidad con la que la democracia se abrió paso en la Transición demostró lo erróneo de esas consideraciones. El régimen franquista tenía más agujeros que queso de gruyere, y su único elemento cohesionador era un dictador que acababa de morir lleno de tubos en un hospital de Madrid.
Nada más lejos de mi intención que comparar un dictadura con nuestra democracia ni a un general golpista con un presidente elegido democráticamente y con todas las garantías, pero hoy voy a hablar de algo que les une: su debilidad.
Las terminales mediáticas y tertulianescas del Gobierno se han lanzado como un solo hombre, a explicar la enorme fortaleza política del Ejecutivo y su invulnerabilidad parlamentaria
No sé a ustedes, pero a mí me ha resultado extraordinariamente llamativo que, una vez aprobados los Presupuestos Generales del Estado, un proceso en el que Pedro Sánchez se ha dejado jirones de pelo y libras de carne presidencial en la gatera y por el que además deberá pasar cada año para cumplir las instrucciones de Bruselas, las terminales mediáticas y tertulianescas del Gobierno se hayan lanzado como un solo hombre a explicar la enorme fortaleza política del Ejecutivo y su invulnerabilidad parlamentaria.
Y es que miren, ni una ni otra.
Comencemos si les parece por inexistente “invulnerabilidad parlamentaria”: por mucho que miro, remiro y vuelvo a mirar, la asignación de diputados hoy es la misma que la noche de las pasadas elecciones, es decir, el Gobierno cuenta con los 120 diputados del PSOE y con los 35 de Unidas Podemos. Ni uno más.
Unidad de acción
Es evidente que la unidad de acción con todos los partidos independentistas del universo y una agenda legislativa pensada para la confrontación derecha-izquierda en la que (en un nuevo acto de tacticismo irresponsable del gobierno) se han acelerado los proyectos de ley que visualicen esa división en lugar de los que sean capaces de unir a la sociedad española puede dar lugar a equívocos, pero al final del día nadie podrá impedir que el Gobierno tenga que enfrentar votaciones en el Parlamento que centrifuguen esa mayoría y muestren lo evidente: que el PSOE solo tiene 120 diputados, y que incluso el apoyo de Unidas Podemos, que hoy se da por descontado, no lo será tanto a medida que se acerquen las próximas elecciones, sobre todo teniendo en cuenta que los de Pablo Iglesias están perdiendo electores cada día, electores que están huyendo… al PSOE de Pedro Sánchez.
Y vamos con la aclamada “fortaleza política”. ¿Es una broma, verdad?
Desmovilización de afectos a Sánchez
Cualquiera que sepa leer mínimamente una encuesta, especialmente los estudios cualitativos, se está dando cuenta de que algo comienza a moverse en las tripas del país, algo que está haciendo que el apoyo del que disponía el presidente del Gobierno al comienzo de la crisis ya no es tal, y que a pesar de que la intención de voto del PSOE se mantenga más o menos inalterable desde las pasadas elecciones, los 'verbatim', las consideraciones de los encuestados sobre el presidente y su Gobierno ya comienzan a anticipar un efecto importante: la desmovilización de afectos del electorado de izquierda moderada que pusieron a Sánchez en La Moncloa.
De tal suerte que en cuanto Pablo Casado supere por una décima en intención de voto a Sánchez, cosa que puede suceder en los próximos meses, el trampantojo de la fortaleza del Gobierno caerá por su propio peso, tanto en lo político como en lo parlamentario.
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