Una de las consignas ideológicas en las que Podemos ha sustentado su estrategia para conseguir una amplia implantación y difusión social es la necesidad de politizar el dolor para convertirlo en propuestas que transformen la realidad. Y aunque no fueron pocos los analistas políticos que, en su momento, sólo vieron en este lema una forma cursi y edulcorada de instrumentalizar la crisis económica y financiera, el tiempo y la experiencia han puesto de manifiesto que la pretensión de los morados llegaba mucho más lejos: la politización del dolor consiste en el uso de la desgracia ajena como carroña política. Y no precisamente para modificar la realidad, sino para obtener rédito electoral y justificar sus ministerios y las mamandurrias dependientes de los mismos.
Tanto su modo de vida como sus expectativas económicas y profesionales pasan por aprovechar la conmoción que genera en la sociedad el presunto asesinato de dos niñas a manos de su padre y manipular el sufrimiento de su madre para ideologizarlo y vincularlo a su acción política. Es algo difícil de concebir y de digerir, pero es la realidad.
Pocos minutos después de anunciarse el hallazgo del cuerpo de una de las pequeñas, la ministra de Igualdad publicaba un tweet arrimando el ascua a su sardina política, mientras Echenique trasladaba la responsabilidad del crimen a la oposición que cuestiona las aberraciones jurídicas que su gobierno nos impone a través del BOE.
No se podrá concluir que una madre haya intentado influir sobre sus hijos con objeto de destruir sus vínculos con el padre
Efectivamente, días antes del trágico suceso, la polémica asediaba al ala feminista del Ejecutivo por haber colado de rondón, en una ley sobre discapacidad, la suspensión automática del régimen de visitas ante la mera interposición de una denuncia por violencia de género o doméstica. También por usar la ley de protección integral de la infancia para prohibir que, en procesos relacionados con la custodia de menores, los profesionales sanitarios y psicológicos puedan diagnosticar el síndrome de alienación parental: no se podrá concluir que una madre haya intentado influir sobre sus hijos con objeto de destruir sus vínculos con el padre; si bien sí que contempla expresamente la violencia vicaria, esto es, que un padre intente hacer daño a la madre a través de sus hijos.
Otros focos de agitación fueron el inicio de la tramitación del indulto para Juana Rivas por haber secuestrado a sus hijos tras haber sometido al padre a un rosario de procedimientos penales iniciados por denuncias que fueron archivadas, así como la crítica a la ovación que recibió Plácido Domingo en Madrid, a quien Irene Montero ha tildado en twitter nada menos que de abusador sexual, cuando ni existe una sola causa judicial contra él ni jamás el tenor ha reconocido tales acusaciones -él simplemente pidió disculpas a las mujeres que lo denunciaron anónimamente ante los medios por si su comportamiento inadecuado les pudo molestar, contrariamente a lo que publicaron muchos medios-.
Ideologizar el dolor
Al igual que los buitres planean sobre la carroña, toda el ala podemita del Gobierno se ha aferrado al presunto asesinato de las niñas canarias para blanquear sus escándalos y cargar de argumentos sus continuos ataques contra la presunción de inocencia del cincuenta por ciento de la población: los hombres. Y si hay que usar a los niños víctimas de crímenes para fundamentar el indulto a una condenada por secuestrar a sus hijos como Juana Rivas, lo usan. Su supervivencia política depende de que el dolor, el crimen y, en general, todo aquello vinculado al mal, se convierta en una cuestión de género. Por eso ignoran deliberadamente otros execrables crímenes que sacuden nuestra cotidianeidad: no habrán visto ustedes un tweet o una declaración de pésame al padre de la niña de cuatro años a la que su madre confesó haber asesinado para vengarse de él. Porque no todo el dolor es politizable, sólo aquél que pueden ideologizar y utilizar para aferrarse a la poltrona. Y es que una de las características del buitre carroñero político español es que es selectivo y escoge cuidadosamente la carroña de la que se alimenta: tiene que ser carroña con perspectiva de género.
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