Sánchez sabe que, para mantenerse en el poder, acorde con su personalidad, necesita a la ultraizquierda bolivariana, a los separatistas catalanes y vascos, de ultraderecha y ultraizquierda, y otras fuerzas de este pelaje que puedan aparecer gracias al sistema electoral.
Sabe que el PSOE no tira; está atascado en una minoría de representación social. En junio de 2018 forzó contra la racionalidad democrática una moción de censura y se hizo con el poder, pactando con nacionalistas y comunistas, expectantes de obtener de un ambicioso lo que no es suyo: la integridad de la Nación española y soberanía unitaria de los españoles. Ufano de poder, forzó la maquinaria electoral: en abril de 2019 obtuvo sólo 123 escaños y no pudo ser investido presidente. Obcecado, volvió a convocar elecciones en noviembre del mismo año y en lugar de mejorar perdió 3 escaños. Sánchez nunca ha obtenido los 137 escaños que tenía Rajoy cuando fue removido por la moción de censura.
Para mantenerse en el poder podía haber pactado con Ciudadanos o con el PP un pacto de Estado, pero optó por unir su destino y ser investido presidente por las Cortes en coalición con Podemos, sin mayoría, y el apoyo parlamentario de nacionalistas y separatistas. En expresión de Rubalcaba un gobierno Frankenstein.
A lo largo de esta larga y turbadora legislatura hemos visto a Frankenstein en acción: ha ido amoldando, con voluntad de sometimiento, los poderes del Estado, las instituciones públicas, las fuerzas económicas y mediáticas (...)
A lo largo de esta larga y turbadora legislatura hemos visto a Frankenstein en acción: ha ido amoldando, con voluntad de sometimiento, los poderes del Estado, las instituciones públicas, las fuerzas económicas y mediáticas, haciendo «normal», con prepotencia, propaganda y gasto clientelar, la calculada deconstrucción del orden constitucional de la Transición. Tiene controladas las Cortes (Batet y Gil le deben el cargo y beben de su mano), y ahora pretende con premura controlar el poder judicial a través del CGPJ y el Tribunal Constitucional.
El amparo del Constitucional al derecho fundamental de participación política de los diputados de la oposición (art. 23 CE), amputado por decisión de la mayoría Frankenstein, ha removido sus costuras: «conjura» dice Sánchez; «golpe», Podemos; ataque a la «soberanía popular», al unísono, socialistas, comunistas y separatistas. Este uso fraudulento del lenguaje es el recurso falaz del populismo disolvente que amenaza a las sociedades libres: la desmesura de la hipérbole («conjura», «golpe»…), de la sinécdoque (la parte no es el todo: las «Cortes no detentan ni sustituyen la soberanía del pueblo español»; son representantes a plazo y con controles de legalidad y sometimiento constitucional), y de las falacias (en la CE no consta la soberanía popular, sino la «soberanía nacional» de los españoles, las «instituciones no se deslegitiman», como dice Batet y Gil, porque el TC avale un derecho constitucional de los diputados de la oposición sino todo lo contrario, ni que una garantía constitucional sea una «obstrucción de gravedad máxima», como dice Bolaños que, además, engaña al referirse al recurso de inconstitucionalidad cuando lo que hay es una medida cautelar (art. 56.2 LOTC), solicitada por la oposición, en amparo, al TC.
El PSOE actual ya no es un partido entero portador de progreso en libertad; se ha convertido en un trozo de ese cuerpo antinatural en cuya cabeza aflora Sanchestein
Mary Shelley, en la introducción a Frankenstein o el moderno Prometeo, de 1831, dice: «Vi, con los ojos cerrados, pero con una nítida imagen mental, al pálido estudiante de artes impías, de rodillas junto al objeto que había armado. Vi al horrible fantasma de un hombre extendido y que luego, tras la obra de algún motor poderoso, éste cobraba vida, y se ponía de pie con un movimiento tenso y poco natural. Debía ser terrible…».
El PSOE actual ya no es un partido entero portador de progreso en libertad; se ha convertido en un trozo de ese cuerpo antinatural en cuya cabeza aflora Sanchestein. Muchos ciudadanos perciben que Sánchez ha mutado: decía una cosa y ahora dice justo lo contrario y a peor; en los hechos de hoy anula los compromisos de ayer. Es la consecuencia de las fuerzas de poder de ese cuerpo al que se debe inevitablemente en su carrera por el poder sin límites.
España tiene en Sánchez a un presidente que representa en su acción política los intereses y valores heterogéneos de la ultraizquierda de Unidas Podemos, Más País-Compromís, y los nacionalismos etnicistas y reaccionarios, vascos y catalanes. Sánchez, no puede, aunque lo quisiera, representar a la mayoría de los españoles; no es el presidente de los ciudadanos españoles libres e iguales, inherente al cargo de presidente constitucional. Por el contrario, entrega a los separatistas, que forman parte del cuerpo Frankenstein, indultos a los insurrectos, carentes de utilidad pública y con afán de volver a delinquir, y para no obstruir tan noble propósito modifica a su favor el Código Penal (elimina la sedición y se aminora la malversación); y a los comunistas bolivarianos, recursos públicos abundantes para llevar a cabo sus proyectos y ocurrencias sin reparar en los estragos.
Avanza en el desarrollo de políticas oportunistas de degradación sociopolítica, de empobrecimiento socioeconómico y de fragmentación sociocultural, cada vez más alejadas de los intereses generales de la Nación
La «marca PSOE» que votan muchos españoles ya no es lo que era; ya no es una fuerza moderada de izquierda socialdemócrata que busca aunar con equilibrios igualdad con libertad; progreso social con competencia económica. Hoy es una marca puesta al servicio de un líder autoritario que, pese a su atildada compostura y verbo impostado de marketing, puede comprometer su futuro, y el de España, ya que, en el presente, está en sus manos, al menos hasta finales de 2023 en que los españoles decidirán con sus votos la continuidad o no de Frankenstein. Este «horrible fantasma», en expresión de Shelley, maniobrará con tesón durante el año electoral para convencer y vencer resistencias con prebendas a muchos españoles porque su vida articulada depende del poder. Sin poder se desarticula y descompone. Por ello, avanza en el desarrollo de políticas oportunistas de degradación sociopolítica, de empobrecimiento socioeconómico y de fragmentación sociocultural, cada vez más alejadas de los intereses generales de la Nación.
Todos los que se acercan a este engendro terrible sufren transformación, especialmente algunos: qué fue del valeroso juez Grande Marlaska operando en la ponzoña sanchista; qué fue de Carmen Calvo, profesora de Derecho Constitucional, que subsume la soberanía de los españoles (de 37 millones de ciudadanos), a la voluntad de 176 votos del Congreso, confundiendo soberanía con representación; qué fue de la juez Margarita Robles, que dilapida su prestigio jurídico al justificar, al margen del orden de principios y valores constitucionales, la decisión política de anular la sentencia del TS contra los insurrectos (eso significa eliminar la sedición y modificar a la baja la malversación). Es la vía de la política como voluntad sin el espíritu de la ética ni los límites del Derecho que lleva irremediablemente al totalitarismo.
Durante el año electoral 2023, parece que Sánchez será señor absoluto de los tres poderes del Estado, pero también los españoles con su voto decidirán en primavera sobre ayuntamientos y algunas autonomías
La experiencia de este gobierno Frankenstein ha generado una crisis institucional al más alto nivel. Habrá que ver su evolución y desenlace. Durante el año electoral 2023, parece que Sánchez será señor absoluto de los tres poderes del Estado, pero también los españoles con su voto decidirán en primavera sobre ayuntamientos y algunas autonomías, y en otoño-invierno sobre el futuro o no de Frankenstein. La elección es sumaria según esta radical disyuntiva: o Frankenstein o España.
El monstruo de Mary Shelley, al final de la obra citada, decide morir para superar su vida de miseria. El abominable pacto Frankenstein de Sánchez vive espléndidamente del erario y se niega a morir; es más, se ha vuelto belicoso contra sus enemigos (la mayoría de los españoles), y ha emprendido una alucinante guerra retrospectiva para lograr la victoria final de la Guerra Civil finalizada en 1939. Por el bien superior de los españoles debería morir en aras de la salud política y de la convivencia civil.
En este momento de nuestra historia, el futuro de España como nación unida, de ciudadanos libres e iguales, está en juego.
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