El modo de hablar lo regulan los hablantes de manera natural y con la aceptación popular, sin que nadie de manera individual pueda imponerlo, ni los poderes públicos, ni los académicos. La escritura, sin embargo, es artificiosa. Cada pueblo la estableció a su manera. Los egipcios, tan hábiles para construir pirámides, fueron torpes para grabar su lengua en las piedras. Era más fácil ser médico que escriba. Claro que se diseña con una artística caligrafía elaborada de gran atractivo. Los fenicios atinaron mucho más, y no digamos los griegos, que la pusieron al alcance del pueblo. Los principios que establecieron con su alfabeto de 24 signos son los que se usan hoy en casi todas lenguas, salvo importantes excepciones orientales, en especial los ideogramas chinos y los silabarios japoneses.
Pues mira por dónde el Ministerio del Interior, consciente de la dificultad que de manejar con acierto nuestra ortografía, elimina la prueba de las oposiciones a policía porque el año pasado la suspendieron el 75% de los aspirantes a pesar de haber rebajado el aprobado de un 5 a un 3,5.
Podríamos decir, con mirada imparcial, que la ortografía de una lengua debe ser aquella que con mayor sencillez refleje las unidades de pronunciación de sus hablantes. La equivalencia entre fonema y grafema, entre articulación y escritura, ha de ser unívoca, a cada unidad sonora debe corresponderle una unidad de escritura. Con ese criterio se erigen las modernas ortografías. La del turco y la del indonesio se establecieron en 1929 y 1973 respectivamente. En esas lenguas apenas es necesario estudiar las normas porque no existen.
Si observamos los cientos de páginas que necesitan los académicos para explicar la ortografía actual podemos deducir, sin temor a equivocarnos, que algo estamos haciendo mal
La ortografía académica de la lengua española no existió hasta 1741, fecha en que se publicaron las primeras normas. Antes no hubo más pauta que la asignada por la costumbre. Garcilaso, Cervantes y Quevedo escribieron con ortografía libre, y distante de las exigencias. Y sin embargo lo hicieron muy bien. La buena ortografía no implica escribir bien. A nuestra ortografía se le suele criticar la irracionalidad del uso de la v y la b, pues ambas se pronuncian b; la innecesaria presencia de la h, que nunca se pronuncia, al menos de manera académica; el desacierto en los usos de la g/j, que Juan Ramón Jiménez simplificó; de la c/z, y de la triple grafía c/k/qu para un mismo sonido. Casa, Kilo y Que podríamos escribirlo, para no confundir, kasa, kilo y ke, pero que a nadie se le ocurra proponerlo porque sería un escándalo nacional. Y tal vez lo peor resida en las embarazosas normas de uso de la tilde. ¿Se podría prescindir de ellas? Parece que no, porque desde que los académicos aconsejaron suprimir la tilde de solo, se ha armado tal revuelo que han tenido que aceptar que quien lo desee siga colocándola con gracia y salero. El ruso no utiliza tildes a pesar de que podrían aclarar la pronunciación de la palabra. Se suelen tildar para facilitar el aprendizaje.
La ortografía tiene un poder inmenso. En cuanto aprendemos ver una palabra escrita, la fotografiamos, la anclamos y la guardamos para siempre. Pero si observamos los cientos de páginas que necesitan los académicos para explicar la ortografía actual podemos deducir, sin temor a equivocarnos, que algo estamos haciendo mal. Para los aspirantes a policía y mucha más gente sería más provechoso simplificar las normas, pero a ver quién se atreve.
Y podemos llorar con un ojo porque las ortografías de las otras dos lenguas europeas más universales, el inglés y el francés, son muchísimo más criticables. ¿Quién puede aceptar con racionalidad que la palabra francesa agua, se escriba con tres vocales, eau, y se pronuncie con otra, o? Pues bien, los académicos ya no tienen fuerza para modificar la voz porque ha arraigado tanto que la simple propuesta sería objeto de un escándalo.
El dramaturgo inglés más importante después de Shakespeare, Bernard Shaw, legó su fortuna para simplificar ortografía inglesa, que ya tiene gracia que la lengua más universal tenga la escritura más irracional. Pero el pueblo inglés no le hizo caso a su admirado dramaturgo. El pueblo inglés vive aferrado a sus tradiciones, y sería incapaz de ver sus palabras escritas con ortografía variada. Shaw puso un gracioso ejemplo. La palabra ghoti puede pronunciarse fish porque el grupo gh es f en enough (suficiente), la o puede pronunciarse i en women (mujeres), y el grupo ti puede ser s como en nation (nación) o station (estación).
Se queda fotografiada en el cerebro la imagen de la palabra escrita como si fuera la realidad. No podemos evitarlo. Por eso no estamos dispuestos a renunciar a lo que tantas veces hemos visto. Sería más fácil para los estudiantes aprender una ortografía racional, pero también una herida para los que ya la conocen. Decía el filólogo André Martinet que los niños franceses perdían unas seiscientas horas en aprender la ortografía francesa, que bien podrían dedicar a otros estudios más provechosos. Nadie le hizo caso. Es muy difícil modificar lo que arraiga.
Algunas voces frikis o chonis como toballa, almóndigas o albericoque aparecen ahora en el diccionario porque también están en boca de los usuarios. Un respeto hacia ellos, aunque se recomiende otra cosa. Bien pueden los policías errar en las tildes o en las haches sin que eso signifique una tacha en su formación porque quien no tenga o haya tenido alguna vez una falta de ortografía que tire la primera piedra. Un respeto hacia la errada ortografía. No recordaremos la escritura egipcia, que eso ya es historia, pero tener unas normas académicas, las más recientes, publicadas en 2010, que ocupan 864 páginas, da que pensar.
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