Opinión

La política convertida en cuasi religión

Nos encontramos ante una de las ideologías políticas más disparatadas y dañinas de la historia, un producto para puritanos atormentados que creen haber huido de la religión, pero continúan obsesionados con la culpa

En marzo de 2023, la ciudad de San Francisco, California, apoyó una propuesta para indemnizar con cinco millones de dólares y una renta anual de otros 97.000 durante 250 años, a cada ciudadano de raza negra como compensación por la esclavitud. Así, personas que nunca fueron esclavas recibirían una sustanciosa indemnización de contribuyentes que nunca tuvieron esclavos en un lugar, como California, donde nunca existió la esclavitud. Hubiera sido justa una compensación en 1865, tras la guerra de Secesión, para aquellas personas que sufrieron esclavitud y todavía estaban vivas. Pero, como es imposible indemnizar a los muertos, la presente propuesta tiene seguramente otro objetivo: aplacar la atribulada conciencia de algunos vivos.

Detrás de este tipo de propuestas se encuentra la insólita convicción de que la responsabilidad no corresponde a individuos concretos sino a colectivos. Y la insensata creencia de que la culpa, y la inocencia, se heredan. Estas son las bases del wokeismo, o política de la identidad, una extraña doctrina que llama a los futbolistas a permanecer genuflexos antes del partido, que censura y cancela cualquier opinión considerada políticamente incorrecta o exige a los españoles pedir perdón por la colonización de América. Se trata de una ideología que divide a la sociedad en colectivos buenos y malos, víctimas y verdugos, inocentes y culpables, entre los que existen agravios, deudas históricas que se heredan del pasado. Y como, supuestamente, ha llegado la hora del juicio definitivo, los colectivos buenos deben ser recompensados mientras los malos expían su culpa aceptando el castigo. Las connotaciones religiosas de esta ideología resultan más que evidentes.

El wokeismo nace en los ambientes universitarios de los Estados Unidos y se difunde mayoritariamente entre las élites y las clases acomodadas. Posteriormente, se extiende de forma arrolladora por países con influencia protestante, encuentra más dificultad para asentarse en países de cultura católica pero no logra penetrar en regiones de tradición no cristiana. Nada de ello es casualidad: esta ideología surge por la proyección del credo protestante, concretamente calvinista, en la política. Tiene su origen en la traslación hacia los asuntos mundanos de esos dogmas puritanos que marcaron la vida religiosa de los Estados Unidos desde su formación.

Aunque otras religiones, como el catolicismo, fueron abriéndose camino con el tiempo, los conceptos puritanos habían forjado ya la mentalidad americana

El calvinismo de tradición puritana se encuentra en el núcleo fundacional de los Estados Unidos de América; muchos de los líderes que impulsaron la independencia eran fervientes creyentes en esta fe. Aunque otras religiones, como el catolicismo, fueron abriéndose camino con el tiempo, los conceptos puritanos habían forjado ya la mentalidad americana, especialmente la de sus élites.

El calvinismo cree en la depravación absoluta de los seres humanos, marcados por un pecado original indeleble. Contempla el pasado como un camino de corrupción, reflejo de la contaminación papal del cristianismo durante 1500 años. De ahí la necesidad constante de limpieza, de purgación, los intentos recurrentes de regreso al origen, a las Escrituras. La conciencia calvinista es muy atormentada pues ni la fe ni las obras son garantía de salvación: solo evitarán la condenación del infierno aquellos previamente elegidos por Dios (predestinación). ¿Cómo asegurarse estar entre los escogidos? Según Max Weber, en La ética protestante y el origen del capitalismo, trabajando sin descanso para que el éxito en la vida, la riqueza, proporcione una señal de pertenecer al grupo destinado a la salvación. Así, la riqueza personal poseería en la visión protestante, especialmente calvinista, unas connotaciones muy distintas, casi opuestas, a las del imaginario católico.

La influencia calvinista en América del Norte favoreció logros admirables en la política, como la Constitución de los Estados Unidos, repleta de ingeniosos controles y contrapesos a la acción de unos futuros gobernantes que, en ausencia de estos mecanismos, se inclinarían inevitablemente a la maldad, a la corrupción moral. Generó también periódicas explosiones de renovación de la fe, de rectitud moral, fenómenos a los que los americanos llamaron Gran Despertar (Great Awakening), verdaderos terremotos religiosos cuyas réplicas se harían sentir en toda la Europa protestante. Los dos primeros despertares generaron renovación de la fe y aparición de nuevas confesiones. El tercero (1870-1920), invocó la autoridad de la religión para impulsar transformaciones sociales de carácter ultra puritano, siendo la más conocida la Volstead Act (1919) o Ley Seca, dirigida a combatir el demonio del alcohol.

El cuarto American Awakening

En American Awakening, Joshua Mitchell sostiene que nos encontramos ante el cuarto gran despertar religioso americano, "pero esta vez sin Dios y sin redención". La crisis de las iglesias protestantes, la secularización de sus creyentes, trasladó las ideas de culpa, pecado original, predestinación o maldad absoluta desde la religión a la política. Las élites, y gran parte de las masas, fueron abandonando la religión… pero solo en la superficie. Ante la muerte de Dios, estas élites puritanas trasladaron su atormentada conciencia hacia una alternativa utópica: la construcción del Reino de los Cielos en la propia tierra. Pensaban que escapaban de la religión, pero tan solo abrazaban un sucedáneo: los mismos dogmas en distinto envoltorio. El wokeismo conservaba buena parte de la liturgia, la moralidad y la espiritualidad calvinistas, pero cambiaba completamente el relato.

El cambio climático es diabólico si lo genera la acción humana; pero benigno si es natural ya que en este caso no hay transgresión, no hay pecado

El pecado original se había transmutado en los crímenes y transgresiones que la raza blanca, y Occidente, habrían cometido en el pasado, como el colonialismo o la esclavitud. Esta culpa histórica se fue heredando de generación en generación y ahora, llegado el momento del juicio final, debe expiada con penitencia, castigo, humillación, petición de perdón, aunque esta deuda nunca será saldada. Los inocentes, los elegidos para la salvación, se han encarnado en ciertas minorías raciales y grupos pertenecientes a culturas no occidentales, si bien otros colectivos han ido engrosando posteriormente la tribu de los escogidos: mujeres, gays, trans, etc. Curiosamente, la frontera entre oprimidos y opresores no separa ricos de pobres; quizá por ello sea una ideología tan popular entre las élites.

La Naturaleza es otra víctima inocente del malvado Occidente, contumaz pecador por el uso de energías impuras, aun cuando la definición de pureza haya ido cambiando con el tiempo. El cambio climático es diabólico si lo genera la acción humana; pero benigno si es natural ya que en este caso no hay transgresión, no hay pecado.

El wokeismo se difunde con más dificultad en países de cultura católica porque ciertos conceptos y actitudes religiosas son distintos. No existe esa percepción de pasado impuro, ni la acuciante necesidad de purgarlo. La conciencia individual es más laxa, menos atormentada por la perspectiva del infierno pues las propias obras pueden proporcionar la salvación: la idea de cargar con la culpa de pecados ajenos, o heredados, encaja peor en la mentalidad católica. Tampoco se entiende bien en esta cultura que la línea de demarcación entre oprimidos y opresores no separe a ricos de pobres, que mezcle de forma irreverente a acaudalados y mendigos en el mismo muestrario, igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches. En este sentido, el marxismo era mejor sustituto del catolicismo que el wokeismo.

Explosiva mezcla de religión y política

La aplicación directa de los conceptos religiosos a la política es incompatible con un sistema democrático, donde la responsabilidad por los actos es individual, nunca grupal ni heredada. Los conceptos de pecado original, transgresión, inocencia, salvación, penitencia o castigo pueden funcionar en un contexto religioso, referidos simbólicamente a otra vida. Pero resultan absurdos y extremadamente peligrosos cuando escapan de las iglesias y se trasladan al activismo social. Dividir a los ciudadanos en grupos inocentes y grupos pecadores, y concederles un trato distinto, no solo es discriminatorio, también señala el camino hacia el totalitarismo, hacia una grotesca distopía. El wokeismo es un sucedáneo de religión que rechaza todos los principios de la modernidad liberal como la libertad y responsabilidad individuales, la igualdad ante la ley, el pluralismo de ideas o el valor de discrepancia.

Nos encontramos ante una de las ideologías políticas más disparatadas y dañinas de la historia, un producto para puritanos atormentados que creen haber huido de la religión, pero continúan obsesionados con la culpa y el pecado original. Una doctrina para santurrones que no quieren abrazar la religión… pero tampoco pueden renunciar a ella.

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