La publicación anual de indicadores urbanos del Instituto Nacional de Estadística revela lo que ya sabemos. En primer lugar, la existencia de una enorme desigualdad entre diversos municipios y distritos españoles. En segundo lugar, que la pobreza se cronifica. Quién ayer era pobre, mañana muy probablemente lo será.
Ambas cosas creo que no nos deben sorprender. No todos pueden estar “por encima de la media” y que haya diferencias es algo “natural”. No todos somos iguales y a los ojos del rendimiento económico, lo que eres y puedes aportar, importa. En cuanto a la cronificación, no cabe duda de que la dimensión económica solo es un reflejo potente de otras dimensiones, las sociales, educativas, culturales, institucionales, todas ellas ancladas en el tiempo y en el espacio y de muy difícil mutación.
Una economía dinámica como era la de los ochenta, y luego los noventa, que permitían a muchos salir del barrio para mejorar
Pero a pesar de ello, la preocupación que nos debe rondar en las cabezas pensantes que tenemos encima de los hombros es que las cosas van, en cierto modo, a peor. La semana pasada les hablaba de un barrio humilde, casi un pueblo pequeño en el seno del Polígono Sur de Sevilla. Hace cuarenta años ese barrio estaba abarrotado de familias de clase media-baja, o clase baja. Pero había esperanza. Como se decía, gente “honesta y trabajadora”. Muchos empleados de las antiguas fábricas sitas en la ciudad, hoy desaparecidas (Tabacalera, Hytasa, Uralita…). Una economía dinámica como era la de los ochenta, y luego los noventa, que permitían a muchos salir del barrio para mejorar, por ejemplo al Aljarafe (donde en Sevilla se encuentran algunos de los municipios con mayor renta), y no pocos lo hacían porque se convertían en el primero o la primera de esa familia en tener estudios superiores. En los ochenta el hachís primero y la heroína después hicieron estragos. Pero aún así el barrio resistió.
Hoy, si uno vuelve por sus calles, todo parece diferente. La década anterior a la crisis financiera de 2008 sacó del barrio a familias con capacidad de ingresos, pero, a cambio, lo transformó en un gueto. Que aquellos barrios no sufrieran una subida importante de precios por metro cuadrado concentró en ellos a aquellas personas que no podían permitirse seguir el ritmo en la escalada inmobiliaria. La crisis le dio el golpe de gracia. Hoy es un barrio mucho más oscuro, sin futuro, donde las calles han perdido su color mientras su gente se reconoce más triste.
Hemos dedicado dinero a infraestructuras, a investigación, a apoyar a empresas, a muchas cosas, muchos planes, muchas iniciativas y, a pesar de ello, la pobreza se resiste a abandonarnos
En el caso de Andalucía llevamos cuarenta años aplicando políticas que no tienen un evidente resultado para solucionar este problema. Durante estas cuatro décadas hemos invertido fondos europeos que, en realidad, no parecen haber tenido todo el efecto tractor que se esperaba de ellos. También es cierto, y por ponerlo en contexto, que estos fondos no llegan a representar mucho más de medio punto de PIB en un año, por lo que me deberán contar cómo pueden ser tan determinantes como para dar un vuelco a la situación. También debemos pensar qué hubiera sucedido sin ellos, lo que no deja de ser relevante. Pero aun así, hemos dedicado dinero a infraestructuras, a investigación, a apoyar a empresas, a muchas cosas, muchos planes, muchas iniciativas y, a pesar de ello, la pobreza se resiste a abandonarnos.
Que en el caso de Andalucía la convergencia se haya estancado en los últimos cuarenta años y que los municipios más pobres se mantengan en esta región y no haya cambios significativos es digno de analizar. Más aún, es una enmienda parcial a buena parte de lo hecho. Quizás sea hora de hacer cosas diferentes, de innovar. Si algo hay de positivo en todo esto es que no creo que haya que ser muy revolucionarios en el diseño de medidas para lograrlo, solo tenemos que concentrarnos en la raíz del problema.
La llegada de la pandemia
Los fondos europeos son una muy buena oportunidad para cambiar, pero tienen un pequeño problema: poseen compartimentos estancos. Les explico. Hasta ahora hemos “disfrutado” de los fondos de cohesión distribuidos en diversos marcos financieros plurianuales –el último entre 2014 y 2020, aunque aún activo- donde los dineros se distribuyen entre no solo diversos fondos diferenciados con objetivos diferentes, como el Feder, el FSE+, el Feader, etc, sino que además, dentro de ellos, se distribuyen entre diferentes “subfondos” u “objetivos”. Los reglamentos que regulan estos fondos indican unos límites muy exigentes para transferir cantidades entre ellos en caso de necesidad y siempre que esté muy justificado. Solo con la llegada de la covid estos límites fueron parcialmente eliminados, con el objetivo de que pudieran usarse los fondos aún no aplicados a necesidades asociadas a la pandemia.
Esta distribución y estos límites tienen su razón justificada, pero, aunque son diseñados de forma diferente en función del nivel económico de la región (región objetivo 1, 2 y demás), estos fondos siguen estando sesgados hacia similares objetivos. El problema es que no siempre responden a la realidad del territorio al que van dedicados. No encajan convenientemente con la necesidad de la región.
Cuando vives en una región donde el 22 % de los jóvenes no tienen ni la educación obligatoria, centrarte con tanto ahínco e interés en “start-ups” o en “innovar” no deja de ser un poco “snob”
¿A dónde quiero ir con esta argumentación? Piensen en una persona con ropa de una o dos tallas más de la que le ajustaría perfectamente. Pues eso. Puedes tener deficiencias de base en una región, como puede ser sencillamente su educación o su integración social y tener recursos suficientes, e incluso elevados, para financiar la I+D+i. No quiero decir que esto segundo no sea importante, desde luego que lo es, pero cuando vives en una región donde el 22% de los jóvenes no tienen ni la educación obligatoria, centrarte con tanto ahínco e interés en start-ups o en “innovar” no deja de ser un poco snob. Por no contar que, en no pocas ocasiones, “colocar” esos recursos para la innovación o investigación es todo un reto.
Igual pasa con el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, que desde luego solo hace replicar en sus cuentas lo señalado por Bruselas. Vamos a dedicar mucho dinero a convertir nuestro tejido productivo, por ejemplo la industria, en algo digital y verde. Pero me cuesta encontrar financiación y componentes en el Plan que busquen crear industria, a secas. Desde luego la hay, pero resulta difusa. El problema principal de España no es que su industria no sea digital y verde (les puedo asegurar que muchas lo son y sin necesidad de un plan que les diga). El problema es que tenemos poca industria. Y esta perspectiva es necesaria para fijarnos objetivos a largo plazo. Entender que, en muchas cuestiones, a veces, hay que ir a lo básico para comprender las razones de un problema y cómo solucionarlo.
El pozo de la frustración
En definitiva, me parece genial, maravilloso y magnífico que apoyemos al tejido productivo para que sea del color que queramos, o que nos centremos en propuestas “que impulsen la granularidad trasversal de dicho tejido productivo ante los retos de una globalización inteligente y digital”. Vale, lo compro. Pero cuando tienes buena parte del país viviendo en zonas donde salir del pozo de la frustración, de la marginalidad, del fracaso es un reto colosal, todo lo demás solo tendrá un efecto limitado. No propongo cambiar cromos por cromos. Propongo reforzar todos los esfuerzos en cambiar esa realidad y ponerla entre los primeros objetivos. Quiero barrios del Polígono Sur de Sevilla verdes, pero sobre todo, de oportunidad. La de ellos será la de todos.
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