Nuestra vida política se está cubriendo de una capa de descrédito tal que es difícil que alguien contemple la intención de votar a unos u otros, sino más bien padecer un castigo demasiado humano, casi obsceno. Con unas cifras tenebrosas de muertos y afectados por la pandemia, una especie de Buster Keaton con gafas aparece, cuando ya nadie lo espera, para imitar a Cantinflas y susurrar “avanzamos, avanzamos, pero retrocedemos”. Luego da paso al pregonero Simón que farfulla en una lengua a la que nadie sabría poner nombre.
El instructor Illa y el pregonero Simón, emparejados, son el símbolo de que algo muy hondo está ocurriendo en nuestro país cuando en sus jetas contrapuestas -el uno serio y vacío, el otro graciosete y bobalicón- está la credibilidad del Poder. Por los suelos. ¿Que se pueden usar las farmacias para hacer test serológicos? Pues que nos manden un plan y nosotros lo estudiaremos. ¿Y ustedes para qué están? Pues para examinar a las comunidades autónomas y darles aprobado o suspenso. Y lo más excepcional de esta estafa es que nadie está dispuesto a cumplir lo que promete y por tanto lo mejor es no prometer nada. Nuestro silencio garantiza su cargo.
Tenemos un Gobierno tan estable que sus voceros pronostican que podría durar no una legislatura sino dos. Quizá sea la cercanía de la Navidad y el empeño por conseguir el pavo navideño que les regalará Iván Redondo para que celebren las fiestas en familia. Si hubiera que poner un nombre a estos acendrados aspirantes al pavo de Sánchez habría que colocar en primer lugar a Carlos E(lordi) Cué y a los insaciables columnistas de algunos digitales (ya va siendo hora de que dejemos de hacer informaciones como la Policía y la Guardia Civil con los detenidos, que nunca pasan de las siglas, lo que revela -más que pudor- miedo e inseguridad sobre la veracidad de sus toneladas de droga requisadas a los siempre anónimos delincuentes).
El líder de Podemos, tras un ejercicio de traición a su socio presidencial al pactar con Esquerra y Bildu, enunció algo que no suele ser corriente decir en público, pero que pasó desapercibido para voceros y adversarios: “La política también es el arte de lo que no se ve”
Un distinguido periodista catalán, Lluís Bassets, asumía en genérico la responsabilidad de los medios de comunicación en la situación de Cataluña. Un artículo impecable, pero, como los jabones de olor, todo se iba en generalidades que se desvanecen con un simple lavado de manos. Había un hábito oratorio durante mi época militante que lograba irritarme; por entonces la política se podía tomar en serio. Consistía en una frase que frecuentaban los dirigentes: “Hemos cometido errores”. “Dime uno”, preguntaba yo con la intención de alcanzar los secretos inconfesos… pero siempre obtenía la misma destemplada respuesta: “No es cuestión de entrar en detalles”.
Los detalles, ¡qué importantes son los detalles! Ejercen el papel del ADN de nuestras falsedades. El líder de Podemos, tras un ejercicio de traición a su socio presidencial al pactar con Esquerra y Bildu, enunció algo que no suele ser corriente decir en público, pero que pasó desapercibido para voceros y adversarios: “La política también es el arte de lo que no se ve”.
La frase, si hubiera osado decirla Talleyrand, sería un reconocimiento de la mentira y por tanto es improbable que el curtido estadista tuviera un descuido de tal naturaleza, sin embargo en boca de un chaval de Vallecas que recién descubre las armas de la impunidad y el aroma del poder, resulta obsceno. Este Gobierno de Sánchez tiene en sus aliados a unos apasionados de la ruleta rusa. Saben que sin ellos no durarían una sesión parlamentaria y aun así les pierde la obsesión por el juego; todavía creen estar en las asambleas de facultad. Cualquier día podrían encontrarse con la desnudez de unas elecciones obligadas, caerían al pozo y los tamborileros del rebaño de Iván Redondo no catarían más pavos navideños.
Pasma la capacidad de este Gobierno para crear conflictos allí donde no hay sitio para más. Ya tenía prendidos con alfileres los acuerdos para sacar adelante sus Presupuestos, auténtico horizonte al que iba dirigido todo, orto y ocaso de la legislatura. Pero no es suficiente. Los socios gubernamentales y sus aliados circunstanciales han detectado la debilidad del jefe y la posibilidad más que probable de ser ninguneados a partir del día siguiente de la aprobación presupuestaria, y de he ahí que todos hayan ido tirando de la cuerda hasta amenazar al frágil equilibrio institucional.
Retiro formal del castellano como lengua vehicular. La Generalitat de Cataluña lleva muchos años pasándose por el forro las sentencias del Supremo. Aquí la lengua vehicular, propia y obligada es el catalán, y si alguien quiere que se cumpla la ley para sus hijos debe pleitear, y si gana, empapelar su casa con las sentencias. Las buenas almas del establishment alegan que hay tan pocos casos que apenas merece la pena tomarlo en consideración. Es decir que, para hacer cumplir la ley, usted debe ir a los tribunales y sus hijos al ostracismo hasta que reconozcan que ser buenos ciudadanos catalanes -casi un oxímoron- está al alcance de todos; basta con callarse.
El día que Podemos descubrió que el nacionalismo era progresista es el mismo que las urnas demostraron que su papel en Cataluña, País Vasco y Galicia era residual
El día que Podemos descubrió que el nacionalismo era progresista es el mismo que las urnas demostraron que su papel en Cataluña, País Vasco y Galicia era residual. Había que adaptar la teórica a la ley del mercado; si no tenía clientes debía asociarse a otra marca conocida y así se convirtió en uno de esos pajaritos que limpian la dentadura de los omnipresentes hipopótamos. Los asentados abren la boca y les consienten hacer su labor de palanganeros alimenticios. Unos se benefician más que otros, pero todos viven en el seno de la misma fauna.
No hay semana que no se produzcan incidentes, aunque es cuestión de acostumbrarse: Sánchez, a reconocer que esas gentes no le permiten dormir bien, como había pronosticado, pero al menos se acuesta en la cama de sus sueños. Los otros a dar patadas en las espinillas para demostrar a su gente que no se han vendido del todo, sólo en la parte correspondiente a las hipotecas, porque tragar sapos es una misión de estado que se cobra en especies.
Quizá no sea el modo más correcto ni eficaz de gobernar y sin embargo están unidos por la misma intención, por más que sea conflictiva. Si la política es el arte de lo que no se ve, qué importa que la ciudadanía tenga la sensación de asistir a su propio hundimiento. La obscenidad tiene detractores y los protagonistas sacan placer en ello. Aún es pronto para saber qué huella dejará Trump a la posteridad. No le gusta a ninguno, aunque le imitan. Ya estaba ahí desde hace años, ahora con un nombre recién bautizado: trumpismo de izquierda.
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