"Es la historia de un hombre que se tira de un edificio de 50 pisos". Así arranca la película 'La haine' (El odio), obra maestra del cine francés filmada por Mathieu Kassovitz en 1995. Y sigue: "Para tranquilizarse mientras cae al vacío se repite: 'Hasta ahora todo va bien, hasta ahora todo va bien, hasta ahora todo va bien'… pero lo importante no es la caída, es el aterrizaje".
La política del odio ha venido para quedarse en esta legislatura imposible. Y, como decía la peli, el problema no es vernos caer; que lo vemos. El problema vendrá cuando nos demos el tortazo.
La Navidad que dejamos atrás no ha servido para endulzar los ánimos. Más bien, al contrario. Hay una gente rarísima organizando protestas en Ferraz y un presidente alimentándose de ese odio sin dejar un resquicio a la sensatez y el sentido común. En su defensa hay que decir que esto SÍ lo avisó. Lo dijo de palabra en su investidura -el muro-; y de obra, en la investidura de Feijóo, cuando se negó a darle la réplica.
El avance de los mediocres
Transitamos por una caída como país que ha envenenado el ambiente hasta convertir el aire en irrespirable. Nada tiene sentido. Y hasta lo más ridículo se convierte en objeto de trifulca. El PSOE le da la alcaldía de Pamplona a Bildu -una infamia se mire por donde se mire- y el rival es un facha porque la alcaldesa cesada dice que prefiere fregar escaleras. Hay querellas por una piñata, periodistas en trincheras, campanadas politizadas, lenguaje hiperbólico o clubes de fútbol renunciando a fichajes de jugadores porque son "judíos".
Tensionar el discurso para sostener el espacio electoral no es algo nuevo. Es un recurso habitual que no va a desaparecer y que forma parte de la legítima batalla democrática. Pero hace ya tiempo que se han cruzado todas las líneas posibles en España sin que a nadie le importe demasiado. Es el odio por el odio, el sí tú hiciste esto, yo hago lo otro corregido y aumentado. Es un completo diálogo de sordos.
Este ambiente es terreno abonado para el avance de la mediocridad, de los argumentos de todo a 100 y la verborrea de la nada. Las élites se apartan discretamente ante el reinado del insulto. Lo que nos queda son los que caen de pie en todo tipo de situaciones; los camaleones de la vida que mudan de piel según cómo sople el viento. Todos conocemos a unos cuantos, incluso en La Moncloa.
El futuro repite el pasado
Hace unos días, el editor de este periódico, Jesús Cacho, y servidor comimos con un grupo magnífico de profesionales y empresarios. Uno de ellos, vinculado a un despacho de abogados, nos dijo que había identificado una buena oportunidad para España en un sector estratégico. Cometió la osadía de enviar a sus contactos en el PSOE y en el PP un papel con una explicación de lo que está viendo y varias sugerencias. Nadie le respondió. No volverá a tomarse la molestia.
La película de Kassovitz termina sin dejar demasiado resquicio a la esperanza a pesar del viaje curativo, en cierto modo, de sus personajes por París. El futuro tiende demasiadas veces a repetir el pasado. Pero afortunadamente, por ver el vaso medio lleno, no está escrito.
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