Opinión

El 'kitsch' totalitario

Decía el escritor Milan Kundera que el kitsch es el ideal estético de todos los políticos y de todos los partidos y movimientos políticos. “Siempre que un solo movimiento político

Decía el escritor Milan Kundera que el kitsch es el ideal estético de todos los políticos y de todos los partidos y movimientos políticos. “Siempre que un solo movimiento político acapara el poder, nos encontramos en el ámbito del kitsch totalitario“.

Cuando coexisten diversas tendencias políticas y las influencias en competencia debaten entre sí podemos lograr evitar la “inquisición kitsch”, es solo así como el individuo puede preservar su individualidad; el artista puede crear obras inusuales, dice Kundera. Pero si un bando de la batalla cultural acapara lo cultural, la política y los medios, podemos decir que ha habido un desplazamiento o cambio de paradigma cultural y se ha impuesto un bando sobre el resto. ¿Es la democracia conflicto? En el momento en que una única cultura de lo políticamente correcto se impone sobre la pluralidad de ideas, sí. Esta es una tendencia en la conversación pública. A muchos todo esto nos ha pillado con la guardia baja, no hemos reaccionado a tiempo; ahora nos encontramos con que las ideologías identitarias y el colectivismo invaden todos los espacios y quieren imponer su kitsch totalitario.

Intelectuales y populismo

La cultura de la cancelación es un excelente ejemplo del tipo de trampa que la corrección política tiende. Ahora el disidente, o el pobrecito hablador, es tachado de populista, supremacista o trampista si se sale de este marco. Las etiquetas como “populista” se estiran como un chicle que se puede pegar en la chaqueta del disidente. "Democracia" es todo aquello que se ajusta a las preferencias partidistas e ideológicas, y "populismo" es cualquier cosa que contradice las preferencias del intelectual. “El infierno son los otros”, que diría Sartre.

Esta cultura es como una nueva religión, con sus sacerdotes, sus profetas, sus santos, sus pecados capitales. El intelectual que aspira a la coronación, el experto del año, es aquel el que más consigue ideologizar a la società civile. El disidente es acusado públicamente de ostentar un supremacismo perverso y creerse moralmente superior. La obsesión de los periodistas e intelectuales con determinadas etiquetas y su empleo como arma arrojadiza está alimentando un clima de opinión tóxico que señala al disidente como una nulidad. El profesor John Keane cree que, en una sociedad democrática, el experto debe provocar tensiones relevantes para un debate público y libre, no perpetrar narrativas agresivas y tóxicas. Los falsos expertos no garantizan la pluralidad de opiniones y tampoco cuestionan la ortodoxia del partido. Cancelan las opiniones del contrario, mientras que un verdadero experto aporta ideas contrarias a su área de especialización para superar el problema del pensamiento gregario, dice Keane.

El falso experto minusvalora el pluralismo valorativo e ideológico, todo su esquema de creencias va ligado a un pensamiento dogmático, estático y conceptual

El papel del experto en el debate público es crucial para las democracias liberales y para la libertad de expresión, al igual que la del artista. “La osadía, la independencia, la rebelión, que se oponen al pensamiento dominante, son necesarios para la buena salud de cualquier grupo”, decía Jean Dubuffet en Afixiante cultura, donde el autor nos describe un mundo occidental cuyas instituciones culturales “esclerotizan el pensamiento" y "banalizan la creatividad". La buena salud de un debate se mide por el número de sus detractores. Conferir a la producción académica un carácter ideológico, hacer del pensamiento intelectual un ejercicio de buenismo social, falsea cualquier respuesta antagónica a todo pensamiento colectivo o gregario, masificado. El falso experto minusvalora el pluralismo valorativo e ideológico, todo su esquema de creencias va ligado a un pensamiento dogmático, estático y conceptual. Hay algo oscuro y vagamente cultivado en este tipo de pensamiento que conduce al dogmatismo, al pensamiento grupal y al antiintelectualismo.

La buena conciencia

En esencia, la tendencia de algunos expertos es producir la deslegitimación del pensamiento individualista y anular otras ideas, creando narrativas tóxicas. Lo que caracteriza este tipo de experto es su 'buena conciencia', su incapacidad de ponerse en entredicho. El kitsch totalitario ha logrado imponerse porque incluso ha conseguido neutralizar a algunos librepensadores con el temor a ser tachados de populistas. A los defensores de la libertad, el universalismo o el cosmopolitismo se les acusa ahora de supremacismo moral, y así, las mansas ovejas son conducidas por fanáticos pastores. Es la forma de la Iglesia de antaño, con su adoctrinamiento, la que este tipo de pensadores pretenden introducir en el debate público.

Solamente en una sociedad meritocrática y libre, que garantice la pluralidad, el pensamiento creativo ganaría fuerza y ​​salud. No hay peor obstáculo para esta proliferación de la cultura de la cancelación, para la imposición del kitsch totalitario, que el prestigio de moralistas elevados al rango de grandes dignatarios y expertos. No hay labor más esterilizante que la imposición del pensamiento colectivo. Solo consigue convencer al ciudadano común de que es conveniente regirse por una moral de rebaño, le evita el trabajo de pensar por sí mismo y le hace perder toda la confianza en sus propias habilidades y en su pensamiento crítico.

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