Cuando la política entra en escena, la tecnocracia deja de ser la protagonista de la acción pública. En España hay grandes defensores de los tecnócratas, de los que se dedican a gestionar lo público, a cuadrar las cuentas, a que los índices macroeconómicos vayan aumentando, en definitiva, a que la calidad de vida en términos económicos numéricos se ajuste a lo que se considera crecimiento. Este tipo de dirigentes suelen presidir legislaturas valle, aquellas en las que los conflictos y los retos que van surgiendo se colocan en un cajón y se archivan en la carpeta de cuestiones para el futuro.
La XIV Legislatura que posiblemente echará a andar este martes, no se prevé valle ni tecnócrata. El que será el primer Gobierno de coalición de la democracia reciente y el gobierno que más partidos ha necesitado para iniciar la legislatura garantiza el retorno de la política. Es legítimo pensar que todo aquel que gobierna hace política. Como lo refleja la quinta definición de la RAE. Dicho de una persona: “Que interviene en las cosas del gobierno y negocios del Estado”.
Sin embargo, a la política que estamos haciendo referencia, cabe atribuirle la undécima definición: “Arte o traza con que se conduce un asunto o se emplean los medios para alcanzar un fin determinado”. Política como arte, política como medio, política como fin. Cuando en un gobierno intervienen más de un partido, la política debe dar lo mejor de sí misma, porque debe emplear todos los mecanismos legales y reglamentarios para conseguir articular la pluralidad política que arma la mayoría multicolor que sustenta al gobierno.
Los objetivos políticos que se ha marcado son ambiciosos, tanto, que retoma algunos de los temas que el tecnócrata Mariano Rajoy había archivado en la carpeta de los quebraderos de cabeza
Pedro Sánchez vuelve a demostrar tanta valentía como flexibilidad al servirse de una mayoría que repudió y que ahora abraza haciendo de la necesidad virtud. Los objetivos políticos que se ha marcado son ambiciosos, tanto, que retoma algunos de los temas que el tecnócrata Mariano Rajoy había archivado en la carpeta de los quebraderos de cabeza. Posiblemente, el más complejo por su dimensión poliédrica y por las pasiones que suscita es la cuestión catalana.
El acuerdo con ERC supone la firme voluntad de los dos partidos políticos de encontrar una solución que pueda ser conllevada en ambas orillas del Ebro. Sobre el papel, todo correcto, pero cuando además de la música, se pongan letras y propuestas veremos hasta que punto la lealtad institucional y el bien común prima sobre las cuestiones electoralistas y cortoplacistas de los socios. También veremos si todos los partidos que constituyen la mayoría sobre la que se sustenta la mayoría de gobierno continúan haciéndolo o se descuelga algún otro Revilla. Asímismo, veremos si las presiones no hacen mella en unas negociaciones que se prevén largas y prosperan hasta el final, hasta que haya un acuerdo. Finalmente, veremos si los partidos de la oposición quieren ser parte de una negociación que debería contar con el consenso de todos, para que la alternancia política no enmiende un acuerdo que debería ser perdurable en el tiempo.
Cuando la política entra en escena el éxito no está asegurado, solo la voluntad. Y la empresa que se disponen a emprender los socialistas sobre la cuestión catalana ya lo intentaron otros antes, con aciertos, pero también con graves errores. Algunos de tanto calado que hay personas en la cárcel condenadas por ellos. Cuando uno se propone un objetivo ambicioso solo hay dos posibles escenarios: el éxito o el fracaso. Valiente o temerario, el futuro juzgará. Está a punto de arrancar la legislatura de la política, atrás queda la tecnocracia.
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