Opinión

La hora de las políticas sociales

Todo está conectado. Si pensamos que desde nuestro mirador, distante y egoísta, somos inmunes a lo que pasa a nuestro alrededor, estamos muy equivocados. Si después de la mayor crisis

Todo está conectado. Si pensamos que desde nuestro mirador, distante y egoísta, somos inmunes a lo que pasa a nuestro alrededor, estamos muy equivocados. Si después de la mayor crisis económica experimentada en décadas, aunque diferente y excepcional, pero aún así profundísima, lo más importante es que hemos amontonado deuda porque hemos amortiguado la caída de ingresos, entonces es que no tenemos claro en qué mundo vivimos.

Una vez hubo quien dijo que la mejor política social era aquella que daba empleo. Pudo tener razón, pero lo que no es menos cierto es que hoy, mientras esperamos a que todos tengan empleo en el futuro, algunos no aguantarán. La experiencia de la última década no ayuda. Además, la siguiente pregunta que debemos hacernos es qué tipo de empleo debemos esperar. Porque no es lo mismo repartir comida a domicilio que participar en el diseño de un alerón de un avión. Quizás la política de dar empleo a todos (si al menos fuera eso) no sea suficiente.

En estos días se habla de políticas sociales. Uno de los pilares del Marco de Recuperación y Resiliencia es el social. Estados Unidos va a implementar el mayor paquete fiscal de su historia y, en parte, con un elevado componente social. El economista Noah Smith compartió la semana pasada artículo, referencias e hilo hablando de lo importante que es una buena política social. Como resumen podemos decir que dar una paguita no genera vagos ni, con no ayudar, te ahorras dinero. Tenemos toneladas de evidencias. Debemos repetir una y otra vez que muchas veces es mejor gastar hoy a tener que hacerlo el doble mañana. Porque las políticas sociales no suponen un gasto, sino una inversión.

Elimina estrés financiero, reduce la toxicidad de la pobreza, ayuda a los más pequeños a crecer sin taras, entre ellas académicas, y a sus padres y madres a buscar el mejor camino para salir del pozo

Y lo es porque las políticas sociales tienen no solo rentabilidad social, sino también económica y, desde luego, política. En cuanto a la rentabilidad económica, la mejor política para combatir la pobreza es aquella que hace olvidar a quien la sufre que lo es. Y lo es porque elimina estrés financiero, reduce la toxicidad de la pobreza, ayuda a los más pequeños a crecer sin taras, entre ellas académicas, y a sus padres y madres a buscar el mejor camino para salir del pozo. La alternativa, y que es no ayudar dejando que nos venzan los prejuicios que nos caracterizan a los que vivimos acomodados, no es mejor. En cuanto a rentabilidad política, la historia nos ha enseñado que no tener una buena política social tiene potentes costes a largo plazo.

La solidaridad como base para la libertad

El año 1945 fija un antes y un después de varios siglos de lucha por crear una sociedad libre, democrática, con valores fundamentados en la igualdad y en la solidaridad. La gran fanfarria final que orquestaron los gregarios de camisas pardas dio paso a una nueva era en el occidente. La otra mitad de Europa tuvo que esperar. Hasta entonces cada crisis se había traducido en fuertes movimientos en las bases de la sociedad, en reinicios.

Las crisis del 29 puso puente de oro a los grandes fascismos europeos, algunos ya consolidados y otros que entrarían bajo aplausos o bajo ruido de sables. Entonces, las sociedades libres eran la excepción, y no por no haberse intentado. La República de Weimar e incluso algunas democracias engullidas por alemanes y soviéticos en un turno macabro tuvieron una vida corta. En España la restauración fracasó y, después del paréntesis militar de los años veinte, el experimento republicano tardó en caer en el tiempo que suspiraban de pena las ilusiones de muchos de nuestros abuelos. Otros países, simplemente, ni lo intentaron.

El virus de la democracia

Sin embargo, bajo el auspicio de Estados Unidos y la propia determinación de los liberales europeos, la segunda mitad del siglo XX fue el de la consolidación. En un último acto, y antes que expirara el siglo, el virus de la democracia avanzaba hasta los Urales. Aunque sin consolidar y en no pocos casos más una fachada que una realidad, Europa parecía contemplar un horizonte de libertad y respeto.

Durante este tiempo hemos padecido crisis económicas. La de 1973, sin duda como paradigma de cambio. Otra entre 1980 y 1981, y cuyas ondas expansivas sufrimos en nuestro parlamento una tarde y una noche con su mañana de un mes de febrero. La re-unificación alemana que arrastró a Europa a una dura contracción mientras aún Curro paseaba por La Cartuja. Y 2008. Crisis sin parangón que puso a prueba nuestro sistema.

Las de finales del XX pasaron, pero en general todo se sostuvo. La Gran Recesión, sin embargo, dejó profundas cicatrices que nos hicieron, aún hoy nos hace, temer lo peor con ecos de los años treinta. Pero al fin y al cabo, después de una década, todo parece sostenerse.

Nadie nos puede asegurar que el individualismo radical puede sostener en solitario el edificio y menos si las crisis trasladan adeptos hacia posiciones que no encuentran en ese edificio sentido alguno

Sin embargo, esto que nos debe congratular es un peligro. Muchos dan por hecho que nuestro edificio lo aguanta todo, pero solo si cada uno aguanta su viga. Quizás de ahí viene ese desprecio por lo que muchos creen se debe hacer. Una vez una persona me dijo que las buenas relaciones hay que trabajarlas todos los días. Como el amor, la buena vecindad y la solidaridad deben regarse. Si no, es posible que un día alguien diga que esto ya no merece la pena y que mejor se está probando cosas nuevas. Y esto ya ha pasado y no hay nada que nos asegure que no puede volver a pasar. Nadie nos puede asegurar que el individualismo radical puede el sólo sostener el edificio y menos si las crisis trasladan adeptos hacia posiciones que no encuentran en ese edificio sentido alguno.

Ventajas y beneficios

Esas mismas crisis que pasaron por nuestras cabezas sin más efecto que el económico, barrió gobiernos, creó guerras entre hermanos y asesinó a muchas almas en países con instituciones débiles. Países que no tenían las instituciones y la solidez de una sociedad construida sobre valores como los que aún hoy creemos tener. Que no tenían sistemas solidarios de ayudas entre conciudadanos. Pero esto puede cambiar, o simplemente pueden dejar de interesar a quienes se ven fuera de este juego que no le reporta beneficio alguno. Por esa razón toda política social tiene rentabilidad política. Ayuda a consolidar instituciones e integrar.

Nadie está a salvo de un sistema que se desmorona. Y si lo cree, bendito sea en su ignorancia. Como en una relación, lo importante es luchar para que cada día se sostenga. Y creer que todo es pasajero y que no es necesario trabajar para mantener lo construido es un error de aquél que se cree ajeno a todo. Porque si no regamos a diario la planta, esta se seca.

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