Cuando veo las noticias de nuestro Parlamento en televisión, y una vez conseguido el nivel de relativización suficiente como para no ponerme a llorar, me encanta hacer un ejercicio mental que hoy, en este artículo, voy a compartir con mis apreciados lectores. Asumo que es deformación profesional, que no es muy políticamente correcto y que tiene un cierto componente morboso. Lo asumo, sí, pero no me culpo. Simplemente no lo puedo evitar. Les aseguro que no hay una intención premeditada en mi cabeza, ni tampoco una preferencia ideológica especial. Tan solo las ideas fluyen por mi cerebro paralelamente a cómo las imágenes lo hacen por la pantalla.
Al grano… Me encanta comparar los comportamientos de los políticos con los descritos y publicados en revistas especializadas de etología animal. Ante fascinantes imágenes de nuestra realidad, ante frases concretas, ante gestos precisos, afloran a mi memoria, como géiseres incontenibles, determinados artículos científicos que he utilizado en algún momento en mi trabajo. Son conexiones cerebrales (sinapsis, que diríamos los biólogos) que se establecen sin que tengan una causa específica aparente pero que, de alguna manera, hacen que un político concreto me recuerde a un determinado pájaro (descartemos, por favor, una acepción malintencionada del término).
Quizás hayan presupuesto que me refiero a las batallas que se libran entre grupos políticos antagónicos. Pero no, al menos “no” exclusivamente. De hecho, estos paralelismos son perfectamente extrapolables a las relaciones intrapartidistas, es decir, a lo que ha venido llamándose fuego amigo. Por tanto, las conclusiones que de esta lectura se obtengan serán válidas tanto para los adversarios políticos como para los “queridos compañeros” del partido propio.
La llamaron comunicación agonística y su manifestación más típica y frecuente consiste en algo muy simple: agredir al oponente. ¿Les suena?
Pongámonos en situación, analicemos el escenario con detalle y veamos si las resoluciones de conflictos que nos ofrecen diferentes especies de aves podrían ayudar a que sobrevuelen menos cuchillos por nuestro venerado hemiciclo.
Hace ya varias décadas que Huntingford y Turner, en su famoso libro Animal conflict (1987), describieron el tipo de interacción preferencial que se establece entre los individuos de una misma especie que comparten algo (ya sea espacio, alimento o cualquier otro tipo de recurso). La llamaron comunicación agonística y su manifestación más típica y frecuente consiste en algo muy simple: agredir al oponente. ¿Les suena?
Análisis pormenorizado de la batalla
Los estudios detallados de las situaciones nos facilitan extraer conclusiones. Vayamos, pues, a analizar este fenómeno paso a paso.
1) ¿Dónde está el origen de los conflictos en los entornos naturales? Pues en la existencia de un individuo que gestiona (o tiene pensamiento de gestionar, o está acostumbrado a gestionar) un determinado recurso. De repente, llega otro individuo que pretende exactamente lo mismo, puesto que ambos consideran que tienen todo el derecho a considerar el recurso “suyo”. Como verán, esta situación es perfectamente extrapolable a la que se da en los entornos humanos.
2) ¿Qué ocurre cuando se plantean estos conflictos? Pues que se genera una disputa entre los afectados. El objetivo es doble por parte de ambos: mantener el recurso bajo su exclusivo dominio y conseguir que el competidor, el oponente, deje de insistir en algo “tan injusto y absurdo”. La escena les seguirá resultando familiar.
Uno gana y otro pierde. El destino del ganador está claro, utilizará el recurso. Pero, ¿qué pasa con el perdedor?
3) El paso siguiente es esperable. Uno gana y otro pierde. El destino del ganador está claro, utilizará el recurso. Pero, ¿qué pasa con el perdedor?
Opciones de resolución que ofrece el mundo ornitológico
Aunque el destino del perdedor sea siempre triste, existe un abanico de posibilidades interesante a considerar. Si nos asomamos al mundo de las aves nos asombraremos de la amplia gama de situaciones posibles que nos ofrece aunque, y a modo de síntesis representativa, vamos a considerar solo tres de ellas:
1) Modelo págalo grande.
Este ave nórdica, depredadora y oportunista como ella sola, manifiesta un comportamiento muy curioso. Si bien su vuelo es normalmente lento y pesado, cuando se trata de comer los cambios son drásticos en lo que a velocidad y agilidad se refiere. Tanto es así, que incluso persigue a alcatraces o a gaviotas (considerablemente más grandes que ella) y les obliga a soltar su presa o a regurgitar su última comida. Si es otro individuo de su propia especie el que osa competir por un pez, responde con la misma intensidad en su agresión. El combate termina cuando uno de los págalos no solo se queda con el alimento, sino que consigue que el competidor ahueque el ala (nunca mejor dicho). Aquí no hay piedad con el perdedor: el recurso ganado no se comparte. Ni siquiera las migajas que pudiesen caer.
2) Modelo lúgano en libertad.
Hablamos ahora de un pájaro parecido a un jilguero que, ante una intromisión en la gestión de un recurso, también exhibe un comportamiento agonístico aunque de menor intensidad. Ahora, el objetivo no es necesariamente alejar a los oponentes. Esto sería pernicioso para ambos contendientes porque se necesitan mutuamente para cooperar en la realización de otras actividades. Se trataría tan solo de una agresión/advertencia con la que el individuo dominante informa acerca de a quién le permite su presencia y qué conductas estará dispuesto a permitir. Dependiendo de su estado y comportamiento, el segundo pájaro puede ser tolerado, pero si se comporta de manera "peligrosa" o cuestiona su dominancia, nuestro protagonista lo atacaría. Digamos que aquí se comparte el recurso siempre y cuando quede claro quién manda y cuáles son las consecuencias de no obedecer.
3) Modelo lúgano en cautividad.
Estudios recientes donde estos pajaritos se sometieron a situaciones de cautividad reflejaron, curiosamente, que los individuos dominantes respetaron (y permitieron) la gestión de recursos y exhibiciones de poder por parte de los, a priori, dominados. De esta forma, muchas conductas de poder originales no solo no se mantuvieron al cambiar el contexto sino que se diluyeron (o incluso, se perdieron).
En este cambio de escenario, la estabilidad social del conjunto se consideró una situación claramente más ventajosa que la gestión del recurso en sí mismo. Los beneficios obtenidos por el grupo pasaron a ser más importantes que los individuales. Podríamos hacer una primera valoración comparativa de estos tres tipos de actuaciones y hacer muchas extrapolaciones interesantes biológicamente sobre su hipotético sentido adaptativo.
Sin embargo, como no se trata de un artículo de divulgación científica sino de opinión, les voy a dejar que ustedes mismos hagan sus propias equivalencias, les pongan nombres y apellidos a las diferentes aves y disfruten equiparando los comportamientos que menos les agraden a aquellos actores de la escena pública cuyas formas consideren más reprobables. Sería estupendo que mantuviesen, en la medida de lo posible, la imparcialidad ideológica y que no se cebasen en los representantes de los grupos menos afines a su forma de pensar. No es un imposible. Yo lo hago y me lo paso en grande poniéndoles caras concretas a las diferentes especies. Y me sale cada "pájaro"…
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