Opinión

¿Qué distingue a los buenos políticos?

Hace unos días un eurodiputado de Ciudadanos, Luis Garicano, exclamaba sobre la falta de preparación de muchos políticos españoles de primer nivel en comparación de sus homólogos europeos. Garicano es,

Hace unos días un eurodiputado de Ciudadanos, Luis Garicano, exclamaba sobre la falta de preparación de muchos políticos españoles de primer nivel en comparación de sus homólogos europeos.

Garicano es, probablemente, uno de los políticos nacionales con mejores credenciales académicas; es un economista brillante, sensato, que ha hecho un sinfín de propuestas económicas constructivas y bien diseñadas que harían muchísimo bien al país. Es, sin exageración, la clase de persona que hace que casi todo el mundo parezca un enano intelectual. Era también casi inevitable que acabara exiliado en Bruselas por los compañeros de su propio partido. Pero cuando dice que en España los políticos tienen unas credenciales y nivel de competencia a menudo bastante escaso, tiene cierta razón.

Al hablar sobre lo que distingue a los líderes españoles de sus homólogos europeos más competentes, sin embargo, creo que sus opiniones no son del todo acertadas. Garicano señalaba que políticos como Emmanuel Macron, Mario Draghi o Angela Merkel tiene una preparación académica extraordinaria. Los tres han asistido a instituciones muy selectivas de altísimo prestigio, y los tres completaron titulaciones dificilísimas y que exigen una disciplina e inteligencia destacables. Mi impresión, sin embargo, es que, si bien la inteligencia y rigor intelectual son cualidades bienvenidas en un líder, distan mucho de ser suficientes para hacer de alguien un político competente.

Durante la década larga en la que lidiado con ellos me he encontrado de todo, desde tipos que eran auténticos genios a legisladores que casi te sorprendes de que puedan atarse los cordones de los zapatos por la mañana

En mi vida profesional dedico gran parte de mi tiempo a trabajar con políticos, a veces como lobista, más recientemente también colaborando en campañas electorales. Durante la década larga en la que lidiado con ellos me he encontrado de todo, desde tipos que eran auténticos genios a legisladores que casi te sorprendes de que puedan atarse los cordones de los zapatos por la mañana. Todos ellos, con muy, muy contadas excepciones, eran personas profundamente comprometidas en mejorar su comunidad, su estado, o su país. Algunos más ambiciosos, otros menos sedientos de gloria, pero sinceramente dedicados a hacer el bien, por mucho que su definición de bien a veces fuera un tanto peculiar.

Lo que he aprendido, durante todo este tiempo lidiando con ellos, es que lo que distingue a los políticos competentes de los que no los son es menos la inteligencia que una cierta actitud vital. Los mejores políticos son gente que, son, muy, muy conscientes de lo que saben y de lo que no saben, no tienen reparos en preguntar. Son, además, personas profundamente curiosas y dispuestas a aprender; saben escuchar, pero también saben mirar más allá de lo que tienen delante. Un buen político es alguien lo suficiente humilde como para entender que no es infalible y apreciar la sabiduría de otros, y lo suficiente seguro de si mismo como para no creerse todo lo que le dicen.

La necesidad de escuchar

Por supuesto, ser inteligente y tener una formación académica impecable es algo tremendamente útil. Un político que es capaz de entender problemas complejos y lidiar con cuestiones técnicas complicadas ayudará muchísimo a redactar leyes mejores. Si este tipo genial, brillante, que sabe más que nadie sobre el tema no es lo suficiente humilde como para entender que toda sabiduría tiene puntos ciegos, sin embargo, será a menudo mucho menos efectivo que alguien un poco patán pero que entiende la necesidad de escuchar a otros y ser flexible en su aproximación al problema.

La política, el arte de gobernar, es algo increíblemente complicado. Lo es por la complejidad de las materias tratadas, porque una economía moderna es una maquinaria gigantesca, confusa, y casi inabarcable. Pero por encima de todo, lo es por la incertidumbre, por el hecho que ningún político, por inteligente que sea, tiene en sus manos o en su cabeza suficiente información (ni, a menudo, suficientes datos) para saber o poder responder a todos los problemas a los que se va a encontrar. Alguien como Mario Draghi puede sin duda tomar mejores decisiones sobre política macroeconómica que el 99% de los mortales en cualquier cancillería europea. Incluso alguien como Draghi, sin embargo, debe ser consciente de que el 90% de lo que hace el gobierno italiano es un completo misterio incluso para alguien tan listo y educado como él y entender cuándo delegar, y cuando no pueda hacerlo (porque hay problemas que no pueden delegarse) ser lo bastante humilde como para saber escuchar.

Uno debe tener un cierto nivel de arrogancia para decirse a si mismo de que si alguien puede hacer que mi país funcione soy yo, y quiero ser concejal, diputado, ministro o presidente

Por supuesto, la humildad intelectual no es algo que abunde en la clase política. Uno debe tener un cierto nivel de arrogancia para decirse a si mismo de que si alguien puede hacer que mi país funcione soy yo, y quiero ser concejal, diputado, ministro o presidente. Ser una persona decente, comprometida con sus ideas, ayuda mucho, aunque algún caso hay ahí fuera de tipos lo suficiente psicópatas o ambiciosos como para ser humildes sólo porque les conviene.

Esto lo vemos en presidentes recientes. Truman, Eisenhower, Johnson, Nixon o Reagan no eran tipos salidos de instituciones de élite; eran inteligentes, sin duda (Nixon especialmente), pero no era colosos intelectuales salidos de universidades de prestigio. Cada uno de ellos, no obstante, fueron dirigentes efectivos y competentes, pero nunca lo suficiente seguros de si mismos como para no escuchar. No creo que sea un accidente que alguien como Merkel, doctora en química cuántica, sea tan buena en su cargo. Es alguien que es sin duda inteligente, pero el tema que domina y entiende está tan lejos de legislar que se vio forzada a aprender a escuchar desde el principio.

Olvidar su ignorancia

Huelga decirlo, las personas cambian, y los políticos también, así que no debería sorprendernos que líderes que al principio de su carrera eran conscientes de lo poco que sabían en algún momento lleguen a olvidar su ignorancia. En un trabajo donde el éxito a menudo se mide por el nivel de aclamación recibido y los votos que recibes, es fácil olvidar que eres mortal.

Por desgracia, algunos se olvidan cuando llegan a presidir un gobierno, o cuando creen que han puesto a su partido a las puertas de alcanzar el poder. Líderes que han sido hábiles, humildes, capaces de escuchar y cambiar de opinión, y dejan de hacerlo, porque empiezan a creerse que saben lo que hacen.

Pero de esos líderes y compañeros de partido, creo, Garicano tiene más experiencia de primera mano que yo. Para otro día, en todo caso, dejamos sobre cómo los partidos escogen a sus líderes, y de lo malos que somos en España haciendo estas cosas.

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