Opinión

Un pollo de Navidad algo indigesto

Dice el fugadísimo Puigdemont que España tiene un pollo de collons con la independencia. Viviendo tan ricamente como vive en Bruselas, conocida por la gran calidad de su volatería, igual

Dice el fugadísimo Puigdemont que España tiene un pollo de collons con la independencia. Viviendo tan ricamente como vive en Bruselas, conocida por la gran calidad de su volatería, igual se le ha pegado algo de sapiencia en la materia. Mucho nos tememos que la especialidad del cesado President no sean los pollos: lo suyo son más las gallinas.

¿Pollo o empanada?

Andan los separatistas muy ufanos diciendo que han ganado, que tienen mayoría, que la historia les ha hecho justicia, en fin, que todos los que no sean de los suyos ya pueden empezar a irse preparando porque tienen muy buena memoria y no van a perdonar. No es una frase retórica ni mucho menos. Por citar un solo ejemplo, un colaborador del programa de la tarde en RAC1, ha tuiteado lo siguiente “¿Dónde han ganado los del 155? Ciudades de Barcelona y Tarragona (y Aran) llenas de colonos españolistas que no quieren ser catalanes y odian profundamente todo lo que es catalán. Hay que llamar a las cosas por su nombre. ¿Qué hacen aquí?”. No es un caso aislado. Para variar, la emisora en la trabaja es propiedad del Grupo Godó y, por tanto, su sueldo sale de las subvenciones millonarias de la Generalitat, subvenciones que pagamos entre todos. Esto si que es un pollo, y de los gordos.

A Puigdemont y la corte del faraón que se ha montado en aquellas brumosas tierras vegas todo esto les hace reír, naturalmente. Quisiera saber cuántos de estos adalides de la causa estelada lo seguirían siendo sin subvenciones, sin medios de comunicación a su disposición y sin las risitas de aprobación de los mandamases. Probablemente descubrirían que no eran tan radicales, o sí, o vayan ustedes a saber porque, llegados a este punto, es difícil discernir si están locos o no.

Claro que en estas navidades hay un pollo, pero no es el que anuncia el fugado. No, el pollo servido en la mesa de todos los catalanes y, por tanto, en la de todos los españoles, es un pollo sin cabeza que se llama independentismo. A base de rellenarlo – algo muy típico en mi tierra, el pollo o mejor capón relleno de navidad – con odio, intolerancia, mentiras, sectarismo y mala leche han conseguido que ni ellos quieran probarlo.

Tiene usted un pollo, expresident, y, junto a usted, lo tienen todos los que se han creído las mentiras que les ha colado su equipo

Tiene usted un pollo, expresident, y, junto a usted, lo tienen todos los que se han creído por enésima vez las mentiras que les ha colado su equipo, empezando por la inefable señora Artadi, que reconocía el día después de las elecciones que, hombre, muy bien no saben como se lo van a montar para que sea usted President. Porque, si viene para que lo invistan, lo detienen; si no viene, no se le puede investir. Ese es el razonamiento que marca la lógica legal, lógica a la que usted se resiste aduciendo que lo que debería hacer el gobierno de la nación es sentarse a hablar con su persona e impedir que lo detengan. Vamos a ver, que en las leyes de transitoriedad republicana que usted y los suyos perpetraron no se contemple la independencia del poder judicial no quiere decir que las decisiones de los jueces españoles vengan escritas desde La Moncloa en un ukase. Como son los separatistas, que hablan y hablan tanto de democracia, libertad, derechos humanos y yo qué sé cuántas cosas más, pero, a la que rascas un poquito, enseñan la oreja asnal del totalitario que llevan dentro.

Tengo para mí que Puigdemont, además de un pollo caducado, tiene encima de su mesa navideña una monumental empanada. Porque lo de investirle vía telemática, según apuntaba Artadi, es de empanada, pero de empanada mental total y absoluta.

Dos entran y uno sale

No, no me refiero a los ingresados en Estremera, que a unos se les permitió salir pagando un pastizal mientras que otros van a comerse los turrones dentro del recinto carcelario. La cita es de un film de Mad Max en el que dos luchadores entran en un recinto, pero solo puede salir uno. Algo así pasa en el próximo Parlament. No todos los diputados que son van a estar y me explico. Ya les comenté que un número de personas elegidas por los partidos separatistas pueden acabar en la cárcel debido a presuntos delitos de rebelión, sedición y malversación de fondos. Puigdemont, Junqueras, Forn y Sánchez ya lo están. Tres. Marta Rovira está que si caigo o no caigo. Cuatro. Si tenemos en cuenta que los diputados recién elegidos en libertad bajo fianza podrían volver a ingresar en prisión, si el juez considera que han reincidido, como Rull, Turull, Forcadell, Romeva, Mundó, Dolors Bassa, y ya no hablemos de los fugados Toni Comín y Meritxell Serret, de cuatro la cosa se dispara a doce. Doce, señor Puigdemont. Han hecho ustedes unas listas tan irreales casi como su arcadia republicana feliz con helado de postre todos los días. Podrían dimitir y así la lista correría, claro, pero no los veo yo tan generosos como para renunciar al escaño, el aforamiento y el martirologio.

La capacidad de autoengaño que tienen es increíble, más digna de estudio psiquiátrico que de análisis político. Su cóctel de radicalismo cupaire mezclado con el nacionalismo de derechas convergente produce un relleno para su pollo, porque es de ustedes y no de España, que tiene un sabor a rancio, a podrido, a comida en mal estado. Están a punto de padecer una intoxicación política de mucho cuidado. La realidad, que es la mejor salsa para acompañar a los diferentes y legítimos guisados políticos, es un ingrediente que usted y sus gentes desconocen. Les convendría pasar por las cocinas de Master Chef y comprobar que, más allá de esferificaciones y nitrógeno, en muchas ocasiones es más difícil freír un huevo como Dios manda o hacer un sofrito honesto y sabroso que lanzarse a inventar mamarrachadas.

Mucho hablar de pollos, pero lo cierto es que no sabrían hacer ni una humilde tortilla. Que no es empeño fácil, por cierto, porque precisa de una ciencia de la que carecen y de unos óptimos huevos de los que tampoco se percibe que dispongan.

Así las cosas, creo que se precipitan los que lanzan las campanas al vuelo retomando la dialéctica furiosa y sectaria proclamando que vamos a tener independencia sea como sea. Lo prudente sería recomendarles calma, masticar bien las palabras, ensalivarlas, darles unas cuantas vueltas y luego, tragárselas. El separatismo tiene ahora un problema estomacal gravísimo. Padece una fenomenal indigestión ideológica. Que tiene remedio es indudable, que quieran someterse al fármaco de la ley es más discutible. ¡Se vive tan bien instalado en la demagogia! Su bulimia les obliga a vomitar y comer para luego volver a vomitar. Llevan así décadas, infiltrándose en las mesas honestas de la Constitución y el marco democrático, hartándose del pan común de todos los españoles para, una vez en sus casas, arrojarlo todo en forma de veneno nacionalista. Y vuelta a empezar.

Ya se ve que en la mesa navideña de estas personas el pollo va a ser enteramente para ellos y nadie mínimamente sensato debería aceptar probarlo. Aunque te ofrezcan muslo o pechuga y canten sus alabanzas. Nada. Con las cosas de comer no se juega y, en este caso, lo mejor es decirles que con su pan se lo coman.

Y a todos ustedes, que les aprovechen estos menús navideños, que sean felices y que coman perdices, algo mucho más sensato si están bien estofadas, pongamos a la toledana, o, si desean darle un toque internacional a la manera de la Europa Central, con acompañamiento de lentejas guisadas, tal y como las devoraba en el antiguo Imperio Austro Húngaro aquel comilón que fue el emperador Francisco José, el marido de Sissi. Todo ello es, honestamente, mucho más atractivo que los pollos coriáceos de Puigdemont.

Si me permiten acabar este artículo con un refrán de mi tierra, leds deseo que Deu ens doni gent de bé i gallina a la escudella o, lo que es lo mismo, que Dios nos dé gente de bien y gallina en la escudella.

Felices Navidades.

Miquel Giménez

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