Por momentos parece que el populismo lo hubiéramos inventado ayer. Parece mentira que muchos todavía pretendan autoconvencerse de que Podemos y Vox han traído el populismo a la política, cuando no son más que los hijos huérfanos de los populistas del bipartidismo. Son los descendientes del desencanto de las promesas sembradas por los políticos de la Transición.
El bipartidismo hace mucho que renunció a tratar a los españoles como ciudadanos adultos, capaces de interiorizar la realidad de los problemas y asumir sacrificios para abordarlos. El resultado es una sociedad infantilizada que, harta de que la política se haya convertido en una agencia de colocación de ineptos afines al partido, abomina de las contrapartidas. Los derechos son la norma y las obligaciones la excepción. La nueva política ha nacido para satisfacer las exigencias de una banda de niños caprichosos, que sólo aceptan identificar un problema cuando pueden sentimentalizarlo para así personificarlo en un tercero (la casta, los inmigrantes, los varones heterosexuales, los progres... la lista es interminable), mientras la vieja política los mira con altanería y condescendencia, como ese padre que perdona a un hijo pródigo descarriado.
Porque ya no sólo exigimos estar bien sino sentirlo, pero invirtiendo el mínimo esfuerzo. Y no sólo pedimos que nos dejen ser felices, sino realmente serlo, aún a costa de transigir con un modelo impuesto
Y así estamos, rodeados de compatriotas que creen de corazón que, con el mero hecho de votar al partido que les asegura que, cuando gobiernen ellos, los días nublados amanecerán con un arcoíris y se instaurará la felicidad perpetua. Porque las políticas del 'todo gratis' han trascendido del ámbito económico al sentimental. Porque ya no sólo exigimos estar bien sino sentirlo, pero invirtiendo el mínimo esfuerzo. Y no sólo pedimos que nos dejen ser felices, sino realmente serlo, aun a costa de transigir con un modelo impuesto de felicidad. Luego llegan las frustraciones y los escarmientos. Y los desengaños individuales se transforman en desilusiones colectivas. Y las exigencias de ayer pasan a ser el mínimo imprescindible hoy con lo que volvemos a la pescadilla que se muerde la cola.
Lo maravilloso de la vida es que no existe una única forma de vivirla. Nuestra existencia es compleja, hay tantas formas de afrontarla como individuos. Cuando renunciamos a labrar nuestro propio destino y reclamamos que nos marquen el camino, luego no vale llorar porque el destino no es el esperado. La nueva política que necesitamos no es la que en su día personalizó Podemos y ahora representa Vox: ambos pretenden convencernos sobre la necesidad de volver a transitar caminos que ya hemos recorrido y que no solucionaron absolutamente nada.
Liderar y dirigir
Lo que de verdad precisamos es de políticos que remuevan los obstáculos que no nos dejan seguir la senda que libremente decidamos transitar. Pero ni ellos están dispuestos, porque en esas trabas radica precisamente su razón de ser, ni nosotros queremos que lo estén. Porque cuando demandamos líderes en realidad queremos decir dirigentes. Y claro, liderar no es lo mismo que dirigir. Y para lo segundo, la democracia y los derechos fundamentales suelen ser un estorbo. Y si por algo destaca la nueva política, es por su culto al dirigismo y al razonamiento de rebaño. Lo peor de todo es que la única alternativa a estos hijos, son sus padres. Pintan bastos.
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