Opinión

Populismos y política industrial

Del mismo modo que sería absurdo que el Corte Inglés intentara mantener sus ventas altas dando vales de descuento a todo cliente que quiere irse para convencerle que se quede un ratito más, es también mala idea dar dinero a empresas para que sigan funcionando cuando no pueden sobrevivir por sí solas.

El 10 de febrero del 2016 un trabajador de la fábrica de maquinaria de aire acondicionado propiedad de Carrier en Indianápolis, Indiana, subió un video a su página de Facebook. En él se veía un ejecutivo de la compañía en una reunión de personal hablando a una pequeña multitud de empleados. Con un lenguaje pausado, robótico e impersonal digno de una tira de Dilbert, el hombre anunciaba que United Technologies, el gigantesco conglomerado empresarial que controla Carrier había decidido trasladar la producción a México. Los 2.000 trabajadores iban a ser despedidos.

Donald Trump llevaba meses hablando de los horrores del libre comercio y la traición a los trabajadores americanos que fue la NAFTA

El video, siendo como era un año de campaña electoral, no tardó en hacerse viral. Donald Trump llevaba meses hablando de los horrores del libre comercio y la traición a los trabajadores americanos que fue la NAFTA, así que rápidamente incorporó el cierre de las dos plantas de Indiana a sus discursos de campaña, prometiendo que si era presidente estas cosas no sucederían y Carrier iba a pagar por ello. Su plan, si se puede decir que tenía un plan, era penalizar con impuestos aquellas empresas que movieran puestos de trabajo fuera de Estados Unidos, a la vez que renegociaba los según él desastrosos tratados de libre comercio.

Cuando Trump ganó la presidencia (con dos millones y medio menos de votos) muchos observadores se preguntaron qué podía hacer para evitar, como había prometido, que Carrier cerrara las puertas en Indiana. Aunque dicen que el presidente electo se había olvidado de la dichosa fábrica de aire acondicionado hasta que vio en televisión cómo los trabajadores estaban esperándole, lo cierto es que Trump se puso a trabajar, y tras varios días de llamadas y negociaciones anunció (por Twitter, obviamente) que había logrado que Carrier mantuviera abierta su planta en Indiana.

Albricias, dijeron muchos observadores. Incluso antes de llegar a la Casa Blanca, Trump es capaz de salvar puestos de trabajo en Estados Unidos. Una gran victoria para el nuevo presidente, que incluso viajó a Indianápolis para celebrar el acuerdo en un acto en la fábrica.

El problema, como de costumbre, estaba en la letra pequeña. Primero, Carrier iba a mantener la fábrica abierta, pero no todos los puestos de trabajo iban a quedarse en Estados Unidos. En un primer momento hablaron de 1.350 empleados con continuidad, pero han acabado quedándose en 800. Una cantidad considerable de estos puestos “salvados” de hecho no iban a desaparecer (350, en I+D). Los 700 obreros en la planta de Huntington, también en Indiana, sí que perderán su trabajo.

Más que una maniobra de persuasión brillante, Trump y Pence han subvencionado una empresa con más de 7.000 millones de dólares en beneficios

De forma más significativa, sin embargo, el acuerdo con Carrier no ha sido cosa de la capacidad de persuasión del presidente o el súbito optimismo de United Technologies sobre el brillante futuro de la economía americana bajo Trump. Mike Pence, el vicepresidente electo, es aún gobernador de Indiana. A cambio de no trasladar 800 puestos de trabajo (o 450, según se mire) e inversiones en la factoría, el estado de Indiana dará a Carrier siete millones de dólares en créditos fiscales. Es decir, más que una maniobra de persuasión brillante, Trump y Pence han subvencionado una empresa con más de 7.000 millones de dólares en beneficios el 2015 para que mantenga unos cuantos empleados en el Midwest.

Esto, no hace falta decirlo, no tiene mucho de campeón de la clase obrera o de hacer que las empresas sufran consecuencias cuando sean desleales con los trabajadores. Es una medida de política industrial mil veces vista y mil veces repetida basada en subvencionar un negocio a cambio de mantener puestos de trabajo. Es la clase de estrategia de desarrollo económico que gobernadores, presidentes regionales y alcaldes en todo el mundo parecen adorar. Es también una maniobra que no sirve para nada, ya que parte de una visión profundamente equivocada sobre el funcionamiento de una economía desarrollada.

Ahora mismo Estados Unidos tiene 152 millones de trabajadores con empleo de una mano de obra de casi 160 millones. Cada hora 3.000 de estos trabajadores pierde su empleo, sea por despido, cierre de su empresa, reorganización o cualquiera de las miles de circunstancias que hacen que una empresa se reorganice o desaparezca. Como señala Justin Wolfers, cada trimestre 6,7 millones de puestos de trabajo en el sector privado de Estados Unidos desaparecen. El millar escaso de obreros de Carrier que Trump ha protegido es un error de redondeo en este mar de destrucción de empleo.

A la vez que la economía americana destruye estos 6,7 millones de puestos de trabajo cada tres meses, cada tres meses las empresas de Estados Unidos generan 7,2 millones de puestos de trabajo nuevos

Sin embargo, a la vez que la economía americana destruye estos 6,7 millones de puestos de trabajo cada tres meses, también crea empleo. Cada tres meses las empresas de Estados Unidos generan 7,2 millones de puestos de trabajo nuevos, recién salidos del horno, fruto de expansiones, reorganizaciones, crecimiento de ventas o necesidad puntuales. Una economía avanzada, dinámica y vibrante como la de Estados Unidos está constantemente generando ideas y proyectos nuevos, ofreciendo nuevas oportunidades a quien quiera tomarlas.

Cada año, sin excepción, el mercado laboral de un país desarrollado destruye un 15% de sus puestos de trabajo. Este porcentaje es parecido en toda la OCDE, desde Estados Unidos a España, Francia o Alemania, y es la muestra más evidente del proceso de destrucción creativa en el centro del capitalismo. Para un político es fácil olvidar este hecho, y al leer la noticia que una fábrica, empresa o negocio determinado va a cerrar sus puertas de forma inminente, responder ofreciendo subvenciones para que no lo haga. Lo que estará haciendo, sin embargo, es construir puertas en el mar.

La economía de Estados Unidos, España, Francia o Alemania son organizaciones increíblemente complejas que están renovándose a sí mismas constantemente. Más que imaginarlas como una maquinaria estática que debe ser mantenida, los políticos deben verla como un centro comercial (o un garaje, en la metáfora que emplea Wolfers) con miles de consumidores/empresas entrando y saliendo de ella constantemente. Del mismo modo que sería absurdo que el Corte Inglés intentara mantener sus ventas altas dando vales de descuento a todo cliente que quiere irse para convencerle que se quede un ratito más, es también mala idea dar dinero a empresas para que sigan funcionando cuando no pueden sobrevivir por sí solas. Lo que tienen que hacer las autoridades es crear un contexto institucional y estructura económica que favorezca la aparición de nuevas empresas y puestos de trabajo, no proteger puestos de trabajo más o menos al azar según los contactos del empresario o lo mucho que salgan en la tele los obreros en huelga.

Una estrategia de crecimiento económico medio racional debe centrarse en invertir en políticas que favorecen la creación de empresas, no en proteger puestos de trabajo al azar

Por supuesto, esto es fácil de decir, pero difícil de hacer. Medidas como la de Trump con Carrier son resultonas: el político puede dar discursos en fábricas con obreros aplaudiéndole, los periodistas pueden decir que tenemos un líder proactivo que hace cosas y los votantes a menudo aplauden con ganas; que tengan un efecto nulo o incluso negativo en la economía (léase todo el dinero que nos hemos gastado subvencionando la minería del carbón) es secundario. A medio/largo plazo, sin embargo, una estrategia de crecimiento económico medio racional debe centrarse en invertir en políticas que favorecen la creación de empresas (una administración ágil y transparente, infraestructuras de calidad, regulación previsible y estable, servicios públicos sólidos y eficaces, una mano de obra educada y preparada), no en proteger puestos de trabajo al azar.

Es difícil hacer que un político se salga de en medio y se centre en cosas a largo plazo, pero esa es la estrategia que funciona.

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