Opinión

Por fin una España que no te hiela el corazón

Esa es la grandeza de un país que da cobijo a millones de ciudadanos que son, en su calidad de españoles, lo que tantos seres humanos querrían ser hoy

Páramos y llanuras/ umbrías y solanas/ tierra mía, tierra ajena/ tierra seca e inundada/ El veneno y el vino/ el lagarto y el águila/ piedras y minerales / aguda dulce y agua amarga. Esta es la tierra que viví y que moriré. Esta tierra, a la que en 1978 cantaba el poeta Pablo Guerrero, ha dado cobijo a todo tipo de gobernantes e iluminados que con el argumento del amor a España intentaron -sin conseguirlo nunca- salvarnos y llevarnos al camino correcto, pensáramos lo que pensáramos. Siglos de violencia e imposiciones para terminar tal día como ayer celebrando el día de la Fiesta Nacional, antes de la Hispanidad.

Hizo falta que en 1978 los españoles se pusieran por una vez de acuerdo y firmaran entre todos una Constitución que aprobó el 91,81% del pueblo español. Desde entonces, y a pesar de cómo la maltratan y la manosean, sigue acogiendo a millones de españoles a los que les garantiza derechos que, en otras partes del planeta son simplemente inimaginables. Esta Constitución tiene la virtualidad de que ampara incluso a aquellos que la pisotean. Tiene también la singularidad de que, a través de ella, y por la voluntad de un gobierno formado por socialistas y comunistas, ha sacado de la cárcel a un grupo de sediciosos catalanes que intentaron romper la unidad de la Nación. No le cabe al texto mayor generosidad y garantismo.

Nuestras leyes, cuyo cumplimiento es la razón última de la existencia de una democracia plena, están tasadas de acuerdo con la Constitución del 78, y eso a pesar de un Tribunal Constitucional instalado en la pereza y la polémica. Y, sin embargo, qué distinta sería nuestra patria -nuestra patria constitucional, que a esta y no a otra me refiero-, sin esta ley que nos ha traído la mayor prosperidad y libertad conocida en a lo largo de nuestra historia.

Quizá convenga recordar, sobre todo porque los hechos no pueden discutirse, que al final de ese texto está la firma del rey Juan Carlos I, y no precisamente por un capricho de la historia. Ese rey un buen día le dijo a Santiago Carrillo que tras haber pasado muchos años haciéndome el tonto, mucha gente pensó que lo era”. Yo mismo se lo escuché recordar entre sonrisas y bocanadas de humo.

Partidos antisistema con mando en el Gobierno y amplia representación parlamentaria rechazan la Transición y apoyan leyes de memoria histórica basadas en el sectarismo

Pero es que, un año antes de que sancionara con su firma la Constitución, salió adelante la Ley de Amnistía General, aplicable a todos los delitos de intencionalidad política, sea cual fuere su naturaleza, cometidos con anterioridad al 1 de junio de 1977. Tantos años después, y pese a un esfuerzo tan considerable como aquel, partidos antisistema con mando en el Gobierno y amplia representación parlamentaria rechazan la Transición y apoyan leyes de memoria histórica basadas en el sectarismo de los gobiernos que las impulsan. Es como si el pasado no existiera y nos volviera a partir de nuevo.

Patanes que son sabios/ Sabios que no saben nada/ caciques y visionarios/ sonrisas y puñaladas/ trepadores y marginados/ mártires y beatos/ dictadores y anarquistas/ Don Quijote y Sancho Panza/ Esta es la gente que viví y que moriré.

A la Fiesta Nacional que ayer celebramos los españoles que deseamos serlo, y los que no también, hemos llegado después de que hayan pasado por la jefatura del Gobierno presidentes que declararon a la nación española un ente discutido y discutible. Y España, ya lo vieron, aguantó la maledicencia y el desconocimiento del presidente Zapatero. Antes, Antonio Cánovas del Castillo nos regaló una frase para recordarlo: Es español el que no puede ser otra cosa. A pesar de nuestros dirigentes, la patria constitucional que hoy disfrutamos y ayer conmemoramos, muestra músculo y vigor, incluso sabiendo que aquellos que quieren acabar con ella se amparan en las leyes que desprecian. Esa es la grandeza de un país que da cobijo a millones de ciudadanos que son, en su calidad de españoles, lo que tantos seres humanos querrían ser hoy. Una patria constitucional, sustento de una nación, que nadie con un poco de memoria y formación -es evidente que no se debe llegar a presidente sin las lecturas mínimas- puede discutir su existencia y vigencia. Leo a Antonio Machado: Nuestro español bosteza. ¿Es hambre? ¿Sueño? ¿Hastío? Doctor, ¿tendrá el estómago vacío? El vacío es más bien en la cabeza. ¿Quién lo puede decir mejor?

Eso fue lo mejor del día de ayer, el día de la Fiesta Nacional para todos los españoles, sin necesidad de pedir perdón, seamos lo que seamos, pensemos lo que pensemos, creamos en lo que creamos

Vi por la televisión los preparativos del desfile que empezó pasadas las once porque Sánchez llegó tarde e hizo esperar a los Reyes. No consiguió lo que pretendía: camuflar los abucheos, decía Vozpópuli. Le abuchearon y gritaron cosas que para qué reproducir aquí, le pidieron la dimisión. Lo de siempre, más o menos. Pretender ser presidente de una nación apoyándose en quienes la quieren destruir y participar en la Fiesta Nacional de esa misma nación es difícil de explicar y entender.

Pero antes vi a una reportera que se acercó a un joven de quince años y le hizo las preguntas de rigor. Educado y bien parecido, muestra un cierto cansancio porque no llega la pregunta o el momento esperado por él. Al final, y ante una pregunta tan absurda como esa de ¿quieres decir algo más?, el muchacho, muy resuelto y seguro, mira a la cámara, acerca su boca al micrófono para soltar un ¡arriba España! mientras sonríe ufano y vuelve a mirar a la cámara. La periodista también sonríe y se va a sus asuntos. Por un momento tengo la seguridad de que ni el joven sabe lo que ha dicho ni la reportera lo ha entendido. Por un momento, también, pienso que eso fue lo mejor del día de ayer, el día de la Fiesta Nacional para todos los españoles, sin necesidad de pedir perdón, seamos lo que seamos, pensemos lo que pensemos, creamos en lo que creamos. Sin que nadie ni nada haya de helarnos el corazón.

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