Todo lo que sirve a la continuidad de Pedro Sánchez en La Moncloa es izquierda y lo que supone una amenaza a su permanencia es derecha. Esa es la doctrina política del sanchismo. La pervivencia del PSOE en el poder se hace depender de reducir la política nacional al gran juego izquierda vs derecha. El sí de los independentistas Andoni Ortúzar y Carles Puigdemont al candidato socialista en la investidura les convertiría en izquierdistas. Por la misma razón, Oriol Junqueras, con un programa político similar al del derechista italiano Salvini –“Roma ladrona”, “España nos roba”-, sería de izquierdas.
Si partidos xenófobos como ERC o Bildu votan adecuadamente, mutan en progresistas. Con el mismo criterio, Rosa Díez o Joaquín Leguina son fachas. El propio Sánchez ha sintetizado el concepto: “Toca traducir a la mayoría social en mayoría parlamentaria”. El izquierdómetro del PSOE no podría ser más simple. Solo un mes antes de la moción de censura de 2018, el jefe socialista decía que Torra y los secesionistas eran “como Le Pen”. Una vez le hicieron presidente, pasaron a formar parte de la mayoría social de progreso. Y funciona. Ocurre como con el abejorro, que, si le ves en reposo, parece imposible que pueda volar, pero vuela.
El 43% vota siempre lo mismo según adscripción ideológica, es decir, son inmunes a cualquier argumento. Demasiados, para estándares europeos
Con esta técnica espera el PSOE agrupar votos suficientes en la investidura para seguir a flote. Un reciente estudio de la Fundación BBVA sobre comportamientos políticos de los españoles es muy útil para poder comprender el milagro. Si se analizan los datos de la encuesta desde la perspectiva izquierda-derecha, aunque ya un 37% de los electores cambia su voto en función de los resultados prácticos que espera de cada partido, aún el 43% vota siempre lo mismo según adscripción ideológica, es decir, son inmunes a cualquier argumento. Demasiados, para estándares europeos.
Creo que era Raymond Aron el que afirmaba “una buena política se mide por su efectividad, no por su ideología”. En Europa se ha ido imponiendo ese criterio liberal de votar por resultados, especialmente en los países más desarrollados del Norte. En España, el retraso en esa evolución es evidente, y el PSOE no hace otra cosa que potenciarlo, con la ayuda impagable de quienes insisten desde el otro lado en reforzar la estratagema sanchista izquierda-derecha. Si la disputa es esa, el acérrimo elector socialista no tendrá dudas.
Artimañas electorales aparte, el sanchismo ha degradado al Partido Socialista en populismo “de libro”. Pierre Rosanvallon (El siglo del populismo, 2020) ofrece el mejor análisis sobre esta corriente política. De las cinco condiciones básicas que contabiliza, el PSOE cumple todas: la construcción de una “mayoría social” ad hoc por razones de conveniencia política; el sometimiento de todos los poderes del Estado a la presidencia del Gobierno –“¿La Fiscalía de quién depende? Pues ya está…”-; la economía medida por criterios ideológicos, no por resultados; la explotación de identidades emocionales para polarizar a la sociedad –“con Sánchez o con Franco”-; y el control de medios de comunicación para propaganda.
En España, la singularidad sería que -¡Oh milagro!- no hay extrema izquierda. Como explican dirigentes del Partido Comunista, ellos son “socialdemócratas moderados”
Hay, como sostiene Rosanvallon, populismos de izquierda y de derecha, que utilizan la misma caja de herramientas políticas. Lo que diferencia la versión de izquierda es la “verborrea marxistoide”, señala el politólogo. El invento funciona como movimiento político. Mélenchon, líder del populismo de izquierda en Francia, lo explica como “la forma organizada del pueblo”, de la “mayoría social”, diría nuestro Sánchez. En esa coctelera se fusionan votantes socialistas con comunistas, anticapitalistas, independentistas, herederos de ETA, etcétera. En España, la singularidad sería que -¡Oh milagro!- no hay extrema izquierda. Como explican dirigentes del Partido Comunista, ellos son “socialdemócratas moderados”.
Todos los populismos, en la Hungría de Orbán o en la España de Sánchez, se fundamentan en la creación de coaliciones negativas unidas por la fabricación de un enemigo compartido. Eso ayuda a entender que un elector socialista navarro, sin avergonzarse, acepte ir de la mano con otro de EH Bildu, que aspira a la anexión de Navarra al País Vasco como parte del invento Euskal Herría. Para estos fines, las manipulaciones históricas son muy útiles. Lo interpretaba con lucidez El Roto en una famosa viñeta: “historiador, la patria te necesita”. La munición utilizada para la ocasión se resume en “Franco ha vuelto”. Sí, es infantil, pero vuela.
La argolla que aprieta
Esto es lo que le deben estar explicando a Puigdemont todos los agentes de la coalición, desde socialistas y comunistas a bildutarras, encargados de convencerle. Primero, se debe fortalecer la “mayoría social” para formar gobierno y, después, todo será posible, incluso convertir al atracador fugado en director del banco ¿Lo entiendes, Carles? Terminará entendiendo. De las argumentaciones se encargan los juristas de la causa movilizados, como Martín Pallín -la amnistía es constitucional- y Pérez Royo -adaptación de la Constitución para salvar al gobierno de coalición-. La vicepresidenta Yolanda Díaz ha anunciado en Barcelona, para abrir boca, “un nuevo acuerdo político España-Cataluña” en 2024. Pactos bilaterales, de Estado a Estado, para trocear la soberanía nacional vía populismo plebiscitario. ¿No es fantástico?
Nos esperan semanas de exuberancia populista en las que el PSOE intentará reproducir la mayoría del desgobierno. Si lo logra, someterá a España a una inestabilidad institucional garantizada, con sus costes correspondientes. Ni derechas, ni izquierdas, esa es la argolla que aprieta.
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