El carismático presidente de El Salvador, Nayib Bukele, compartió un tuit el sábado que llamó la atención de muchos. Çonsistía en una sencilla pregunta de cuatro palabras: “¿Por qué lucha Occidente?” Como es lógico, algunos lo relacionaron con el esperpento multicultural, filogay y anticatólico que sirvió de gala inaugural a los juegos de París, ya que daba la impresión de que cualquier valor sólido se había disuelto en la militancia hedonista más ramplona. Pero da igual si tiene que ver con esto o no, ya que estamos ante un interrogante que muy pocos líderes occidentales podrían responder con comodidad. ¿Luchamos por la vida y la familia? No, porque entonces no se estaría ampliando el acceso al aborto y la eutanasia. ¿Luchamos por la soberanía? Tampoco, ya que cada vez son más las decisiones impuestas por entidades supranacionales, véase el FMI, Banco Mundial, Unión Europea, OTAN, ONU, Agenda Verde y Agenda 2030. ¿Luchamos por la democracia? Otra vez no, ya que tenemos relaciones normalizadas con China, emiratos teocráticos y narcodictaduras varias. En Occidente se ha disparado la abstención, impulsada por unas mayorías que encuentran preferible un gobierno que proporcione seguridad material a uno centrado en los derechos. ¿Por qué lucha, entonces, Occidente?
Cualquiera que se acerque este verano a una librería descubrirá que esta es una pregunta central, ya que abundan los ensayos sobre la crisis, la derrota y hasta el suicidio de Occidente El pistoletazo de salida fue Mayo del 68, una revuelta global que cuestionaba la educación occidental y la organización sociopolítica que había convertido a nuestra cultura en la más exitosa de la historia de la humanidad. Desde esa ruptura, que no para de crecer en los años de la contracultura, podemos seguir la línea antioccidental hasta llegar a la cultura woke que florece en las universidades de élite de Estados Unidos, culpando de todo al varón blanco occidental y a las grandes figuras de nuestra cultura reciente. Mirando la ceremonia de París, se podría decir que Occidente lucha por su propia destrucción: la del amor romántico, de la familia tradicional, la moral cristiana, la belleza que nos legó la Grecia clásica y contra el legado cultural de Francia. El diario comunista Liberatión aplaudió la ceremonia porque había irritado a la extrema derecha, como si eso fuese un mérito. Seguramente hubiera sido mejor dirigida por Phillippe de Villiers, fundador de Puy du Foi, los parques temáticos patrióticos y tradicionalistas, uno de ellos situados en Toledo.
Derecha integradora
Cabe recordar que el progresismo francés no atraviesa su mejor momento. En el siglo XXI, ha sido la nueva derecha quien ha impedido que Francia se desintegre. Por ejemplo, las novelas de Houellebecq, que llevan ya tres décadas advirtiendo del lado oscuro del amor libre, de la discordia que siembra el feminismo y de la rendición social ante el Islam. También ha brillado el clasicismo de las novelas de Emmanuel Carrère, que alaban la espiritualidad católica, la resistencia ante la codicia capitalista y el espíritu aventurero de antes, encarnado en personajes Eduard Limònov. La nueva derecha de los ochenta, sin prisa pero sin pausa, de fue deshaciendo de sus impulsos paganos y cuajando en partidos como Agrupación Nacional y Reconquista, comprometidos con la cultura clásica francesa en el momento en que la izquierda la cuestionaba más duramente. ¿Qué autores o propuestas relevantes aportó la Francia progre desde el año 2000? El progresismo actual propone una apertura de mente que parece incompatible con la profundidad de pensamiento.
Occidente parece un adolescente que ya no sabe por qué lucha, solo pendiente de escandalizar un ratito a sus padres
En realidad, esto no es una lucha de izquierda contra derecha. Slavoj Zizek, prestigioso filósofo esloveno posmarxista, escribió un ensayo breve, titulado En defensa de la intolerancia, en el que explicaba que la única ideología dominante actual era rechazar cualquier sistema fuerte de ideas para que siguiese rigiendo la ley de la jungla del mercado. Cuando se abandonan las ideas fuertes, solamente manda el dinero. En una posición similar, el intelectual católico francés Fabrice Hadjadj suele decir que no vivimos una batalla cultural, sino una batalla contra la cultura. Las alegres escenas coloristas del espectáculo de París eran un intento de deshacer la belleza de La última cena, la solemnidad trágica de la Revolución Francesa y de ignorar el catolicismo francés, desde Juana de Arco a Simone Weil. El espectáculo espantó a mucha gente de derecha, pero seguramente también a la izquierda más culta. Las escenas horteras, previsibles e insípidas muestran un Occidente que ya no sabe por qué lucha, un adolescente que solamente busca escandalizar un ratito a sus padres.
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