Llegaron al poder como quien asalta un banco y ahora, ante la sospecha fundada de perder el botín, están elevando el nivel de agresividad. Los ridículos “Feijóo, tocado y hundido”, etcétera, son respuestas histéricas del sanchismo que anticipan una degradación aún mayor. Se alarman al comprobar que parte del electorado socialista les abandona cuando ve en qué se ha convertido el PSOE. No se trata de un cambio provisional de rumbo por imposición de sus socios, una gripe que pasará en cuanto se liberen de las malas compañías. El Partido Socialista es ya uno más de los radicalismos con los que gobierna. De hecho, Pedro Sánchez coordina a todos.
Quienes banalizan el mal que representa la mayoría de la moción de censura y la consideran pasajera facilitan la labor al populismo sanchista. Poco importa si lo hacen de forma consciente o inconsciente. Quitan hierro a lo decisivo, que esa alianza garantiza inestabilidad política y estancamiento económico. Favorecen el objetivo de la coalición de radicales de imponer una conversación izquierda-derecha con el fin de ocultar el conflicto real populismo-democracia. Última trampa inmoral en circulación: debes elegir entre García Lorca y Queipo de Llano.
Sánchez toma nota y se crece. Por cautela, empezó su gobierno provocando la dimisión de dos ministros, Máximo Huerta y Carmen Montón, pero, comprobada la debilidad de la resistencia democrática, ya no dimite ni Marlaska. Si se analiza el uso gamberro del Cis de Tezanos o el desprecio por todos los contrapesos propios de una democracia, se podrá concluir que este presidente de Gobierno está a la altura, si se les compara, del iliberal húngaro Viktor Orbán.
No es mérito suyo, es demérito de todos los demás. Incluso Alberto Núñez Feijóo, que estaba avisado, se fio de él. Usa como nadie el manual del tramposo. Acusa al líder de la oposición de incumplir la Constitución, él que hace todo lo posible por debilitarla. Sus aliados le tienen declarada la guerra a nuestra Carta Magna, y no lo ocultan. No solo los independentistas, también los podemitas, declarados enemigos del “Régimen del 78”, y los comunistas Alberto Garzón y Yolanda Díaz, que tiene escrito en los documentos oficiales del partido que el texto constitucional es “papel mojado”. A todos ellos los retrató como decididos anticonstitucionales el nada sospechoso Santos Juliá en Transición. El respetado historiador denunció la “desbandada” del Partido Socialista a la hora de defender la España constitucional.
En esa técnica de ofrecer justificaciones democráticas para sus prácticas autoritarias de cada día, el sanchismo lo borda
El PSOE es ya tan populista como los socialistas franceses, ahora diluidos en el bloque insumiso de Mélenchon. Solo hay que ver cómo intenta Sánchez controlar poder judicial y medios de comunicación para hacerse una idea. Democradura es el neologismo que define bien esta nueva versión de populismo. Pierre Rosanvallon lo traduce como “somos una democracia, pero no se nos gobierna democráticamente”. En esa técnica de ofrecer justificaciones democráticas para sus prácticas autoritarias de cada día, el sanchismo lo borda. En la labor son imprescindibles miles de bullshitters, activistas mediáticos del sanchismo que salen de casa con la manipulación de cada día en el bolsillo.
El nivel de radicalización del PSOE ha quedado reflejado en las recientes elecciones de Brasil. Sánchez y Zapatero apoyaron con entusiasmo a Lula en un proceso electoral que, populismo contra populismo, ha polarizado a los brasileños mitad contra mitad. El candidato izquierdista ganador es el creador, con Fidel Castro, del Foro de Sao Paulo, bandera del castro-chavismo. Es el mismo que ha declarado “Zelenski es tan culpable como Putin de la guerra”. En América Latina, sin camuflajes, el Partido Socialista se muestra en comunión ideológica con el populismo izquierdista.
Se evidencia ese matrimonio al analizar cómo descalifican todos por igual al “neoliberalismo” como el mal supremo. En realidad, emplean el término como eufemismo para no decir capitalismo o anticapitalismo, lo que remitiría al público a las referencias sucias de Unión Soviética, Cuba castrista, etcétera. No son bobos. Algunos ejemplos de la deriva socialista a través de su acoplamiento al lenguaje de los camaradas de gobierno.
(1) Llamar neoliberal a Felipe González era un “insulto” izquierdista habitual en los 80, pero ya en 2017 la actual presidenta del PSOE, Cristina Narbona, le acusaba de haber corrompido al partido al “hacer suyo el paradigma del neoliberalismo”. (2) El propio González, en el acto de 40 aniversario de Sevilla, reniega del neoliberalismo, al que también acusó -él- de todos los males. (3) Por supuesto, Sánchez fue el más contundente contra el bicho y en Vitoria el sábado empleó los epítetos más contundentes contra “los neoliberales”. (4) Retóricas inagotables contra el neoliberalismo están disponibles en las cajas de herramientas castro-chavistas a las que recurren todos, PSOE incluido.
El modelo polarizador no difiere mucho de pasear a Franco, no para honrar a sus víctimas, sino como recurso emocional para superar dificultades electorales
No es la única lección iberoamericana para los populistas españoles de izquierda. En Perú, Chile, Colombia, Brasil, sus colegas han desarrollado una práctica electoral consistente en identificar al contrincante con dictadores como Fujimori o Pinochet, o con populistas de derechas imitadores de Trump. El modelo polarizador no difiere mucho de pasear a Franco, no para honrar a sus víctimas, sino como recurso emocional para superar dificultades electorales. Otra cosa son los resultados para las poblaciones, como se constata en los datos de crecimiento de la pobreza en países tan radicalizados como Méjico o Argentina, por no hablar de las dictaduras apoyadas por el Foro de Lula y Castro.
Afortunadamente, los chilenos escaparon de la trampa y rechazaron masivamente en plebiscito un proyecto de Constitución castrista. Gustavo Petro, el nuevo presidente chavista de Colombia, también apoyado por el PSOE, tradujo que en Chile habían votado a Pinochet un 62% de fachas. Lo que ocurrió fue que una mayoría de votantes de centroizquierda se dio cuenta a tiempo del desastre al que les conducía una coalición que es un calco de la que en España representa el bloque de la moción de censura articulado por Sánchez. En Chile se ha formado una masa crítica de ciudadanos contra radicalismos, como en la mayoría de países europeos.
¿España? He oído impresionado al factótum sanchista Félix Bolaños proclamar que Núñez Feijóo debe definirse, decir con quién está, si con Queipo de Llano o con sus víctimas. Le desafió con un “no se puede ser equidistante”. Definitivamente, son un peligro. Y fiarse de Sánchez, una temeridad.
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