Opinión

Por qué voy a votar al PP

El domingo votaré al Partido Popular porque es el único en condiciones de sumar la mayoría suficiente para librarnos de Sánchez. Y librarnos de Sánchez no es solo acabar con sus políticas fraudulentas, corruptas, inep

  • Alberto Núñez Feijóo, en un mitin en Barcelona -

El domingo votaré al Partido Popular porque es el único en condiciones de sumar la mayoría suficiente para librarnos de Sánchez. Y librarnos de Sánchez no es solo acabar con sus políticas fraudulentas, corruptas, ineptas, sectarias y despóticas (enumeré aquí mismo 25 razones para votar contra Sánchez; podrían ser 100 o más). Es, además, liberarnos de la invasión de todo por Su Persona, de su tóxica colonización no ya de las instituciones, sino incluso de las relaciones personales y las mentes, como un Gran Hermano que se cuela hasta las sinapsis. Debemos librarnos de Sánchez para poder ocuparnos de lo importante en la vida.

Por qué votar a un partido del que desconfías

Me explico: uno no espera demasiado del PP. Lo conozco bien. Asistí en primera persona, como diputado de la Décima Legislatura, al estropicio de la inverosímil pasividad y conformismo del Gobierno Rajoy, de su pretenciosa autosuficiencia basada en el desperdicio de una mayoría absoluta que los electores le dieron para acabar con el zapaterismo, coleante de nuevo, y que desbarató en no hacer nada, no cambiar nada, no molestar a nadie con influencia, ni siquiera a los herederos de ETA y los golpistas catalanes.

El periodo Rajoy sirvió solo para tres cosas: proteger al capitalismo de amiguetes o economía del favor político-empresarial; impedir o debilitar cualquier reforma necesaria del sistema político (del electoral a la transparencia en la gestión, pasando por el despilfarro en gasto público superfluo); y, en consecuencia, engordar a los antisistema protegidos por Venezuela e Irán, salidos de los establos académicos y del 15M, creadores de Podemos (mimado por los medios y los opinadores de derecha porque pensaban debilitar así al PSOE, con ese despreciable maquiavelismo de aficionados). Sin olvidar cómo desoyeron todas las advertencias sobre Cataluña, creyendo impedir el golpe en marcha con la patética astucia de quitar las urnas y prohibir usar edificios públicos para el plebiscito golpista.

En situaciones críticas como la creada por el sanchismo, el voto no busca lo ideal ni lo mejor, sino impedir lo peor, el desastre de otro cuatrienio Sánchez

En fin, no puede uno recordar esos cuatro años sin volver a sufrir la impotencia de los viajeros que ven pasar todos los trenes de largo porque la autoridad no deja que paren (y siempre habrá un tren resumen de aquel periodo nefasto, el Frankenstein electoralista, un falso AVE que se estrelló el 24 de julio de 2013 cerca de Santiago dejando 80 muertos y cientos de heridos).

Es inevitable preguntarse por el voto a un partido tan decepcionante. Pero en situaciones críticas como la creada por el sanchismo, el voto no busca lo ideal ni lo mejor, sino impedir lo peor, el desastre de otro cuatrienio Sánchez con un gobierno manejado por Bildu, ERC y Junts para imponer la secesión, y con los neocomunistas cuquis y fashion de Sumar vampirizando lo que quede de las instituciones, comprendiendo a Putin, apoyando la dictadura y la represión en Cuba y Venezuela, y planeando hacer lo mismo aquí en cuanto se presente la ocasión. ¿O alguien cree seriamente que habría un proyecto Sánchez distinto para otros cuatro años de Moncloa?

En las condiciones actuales y con nuestro sistema electoral de conversión de votos en escaños, el PP es el único que puede impedirlo, naturalmente con la ayuda de un Vox que, a diferencia de Podemos, llegó para quedarse tras expulsar el propio PP de Rajoy a un tercio de sus votantes. Pero el deterioro de las instituciones ha ido tan lejos que Feijóo no tendrá alternativa, por pura supervivencia e interés propio, a la limpieza de las mefíticas cuadras de Augías en que han convertido buena parte de la justicia, la fiscalía, el TC, Hacienda, los medios de comunicación públicos y un largo etcétera.

El cuento de la Lechera Progresista

Max Weber explicó hace un siglo, en La política como vocación, por qué los partidos de gobierno acaban siendo empresas de colocación al servicio de profesionales del disfrute de cargos, y que esa deriva tiene muy poco que ver con las ideas y los objetivos proclamados: lo que mata a los partidos es perder el poder, no la oposición a sus fines. Aunque esa realidad queda muy lejos de los ideales democráticos, tiene sin embargo una ventaja que, en este caso, es inestimable: para sobrevivir y mantener el sistema, el PP no va a tener más remedio que acabar con algunas lacras destructivas del propio sistema.

Cuando el PSOE apostó por Sánchez, el del inepto pucherazo interno, optó por una política populista que dividiera a la sociedad en dos bloques irreconciliables, pero desiguales; contando con las inmensas ventajas del poder y con el sesgo de la mayoría social hacia la izquierda, creyeron posible inaugurar una larga era de gobiernos de izquierda reaccionaria basada en el capitalismo de amiguetes (ese apoyo incondicional del IBEX hasta hace poco), aliada con los separatistas y comunistas, y con la derecha resignada a un papel testimonial, expulsada de las instituciones y marginada en los medios de comunicación. Los efectos autoritarios de la pandemia, el apoyo de Bruselas y la incompetencia de Casado parecían mejorar aún las perspectivas de este cuento de La Lechera Progresista.

La destructiva personalidad narcisista de Sánchez le impedía comprender el estado de ánimo de los ofendidos y su voluntad de resistencia por la vía del voto, manifestada en las elecciones de mayo

Como es habitual en el sacrificio de los fines a los medios, este cuento ignoró los efectos deletéreos de sus procedimientos, en concreto el de las concesiones interminables a separatistas y comunistas woke, que acabarían alarmando y hartando a una parte creciente de la sociedad. No contaron, en definitiva, con que la Ley del sólo sí es sí, la práctica derogación de los delitos de malversación y sedición, más la alianza con Bildu y ERC, necesariamente tenían que ofender cada día a una nueva parte de la sociedad española, de los agricultores y autónomos al feminismo clásico. Tampoco con que la destructiva personalidad narcisista de Sánchez le impedía comprender el estado de ánimo de los ofendidos y su voluntad de resistencia por la vía del voto, manifestada en las elecciones de mayo.

El viejo bipartidismo fallido

En definitiva, el PP no tiene alternativa al urgente desmantelamiento de la espesa red de telarañas y los montones de basura tóxica del sanchismo. No solo por convicción sino por necesidad. Sus propios intereses de partido del sistema están amenazados, y eso descarta la renovación automática del viejo bipartidismo fallido que sin duda muchos añoran, incluido Feijóo. Por eso les votaré este domingo, para que se vaya Sánchez, deshagan sus peores disparates, tener algo de tranquilidad política -lo óptimo es enemigo de lo bueno- y poder así, por fin, pensar las cosas realmente importantes.

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