Este negocio tiene pocas reglas, pero una, quizás la fundamental, es la que formula el personaje de Michelle Pfeiffer en Scarface: “Don’t get high on your own supply”. No consumas de lo que vendes. La tentación siempre está ahí, y en la historia reciente hay muchos ejemplos -algunos los conozco de cerca. La fase hipercomunicativa de la política quizá nos aboca al autoconsumo a niveles que nuestros mayores pudieron evitar, pero moderarlo es el único consejo decente que puedo darle a quien entra en este gremio de tahúres.
El complejo industrial-militar del oficialismo, ese ecosistema de estorninos de pago o vocacionales, lleva año y medio convenciéndose con mucho éxito, e intentando convencernos a los demás con bastante menos, de que España es un caso de éxito mundial en la salida de la pandemia y la gestión de las crisis inflacionaria y energética; y que los votantes poco menos que deberían ir en procesión a Moncloa a postrarse de hinojos ante sus benefactores. Pero los datos son tozudos: somos el país europeo que menos ha crecido en los últimos cinco años; nuestro mercado laboral sigue siendo el menos eficiente de Europa; y los españoles son los europeos que más poder adquisitivo han perdido desde 2019. Y esto no hay spin que lo maquille, por mucho consultor especializado que pongan a hacer vídeos; ni medida de gasto extraordinaria que lo arregle -sobre todo si además se anuncian y no se cumplen.
Que en el origen de algunos de estos fenómenos haya causas contextuales y globales; o que, como suele suceder, la economía española simplemente esté más expuesta a ciertos shocks por sus ineficiencias laborales, su volumen de deuda o la mediocre evolución de su productividad no anula el principio democrático básico: el votante hace responsable al gobierno, porque el gobierno está precisamente para eso. Pero es que además el gobierno tiene su cuota de culpa directa en la situación, empezando por la proliferación de legislación-basura que cuesta puntos de PIB y hace perder un tiempo y unas energías preciosas en debates extravagantes -véase asimismo el reciente toque de atención de la Comisión, en las recomendaciones semestrales, por la pérdida de calidad legislativa y la falta de evaluación de políticas. O, por qué no recordarlo, su extraña concepción del “interés nacional”, que por lo visto no excluye forjar extrañas alianzas con países rivales ni arremeter contra sectores productivos nacionales. Si no podemos tener un gobierno “pro PIB”, como dice un amigo, al menos convendría no tener uno “anti PIB”.
Si no podemos tener un gobierno “pro PIB”, como dice un amigo, al menos convendría no tener uno “anti PIB”.
Pero, por encima de todo, las clases medias españolas no han salido de la ansiedad económica y, por centrarnos solo en el último año, han tenido que hacer frente un encarecimiento de la vida inédito en décadas, a las turbulencias del mercado hipotecario y la aún renqueante recuperación post-pandemia. Todo ello ante el consabido telón de fondo de las últimas dos décadas: estancamiento salarial y retroceso en la convergencia con Europa. Que, de nuevo, no será culpa (solo) de este gobierno, pero es real. Si no hay debacle como la de 2011, tampoco hay gran esperanza en la economía. En el último “Índice de confianza del consumidor” del CIS (a salvo de la poción mágica Alaminos-Tezanos) un 47,3% de encuestados afirma que su situación económica es peor que hace seis meses; y de ellos, un 72% lo achaca a la inflación.
Y es por añadidura a esta situación material del país como hay que interpretar la miríada de incendios, astracanadas y exhibiciones de incompetencia protagonizadas por la coalición gobernante -sobre todo, pero de ninguna forma en modo exclusivo, por el socio junior. Caben pocas dudas de que los besuqueos con Bildu o ERC, la masiva rebaja de condenas gracias a la ley del “sí es sí” o los escándalos de la última semana de campaña han pasado factura al PSOE; pero la razón de que el bloque de izquierdas se haya instalado sólidamente por debajo del rival desde hace meses es más honda y ha pasado bajo el radar.
En el último “Índice de confianza del consumidor” del CIS (a salvo de la poción mágica Alaminos-Tezanos) un 47,3% de encuestados afirma que su situación económica es peor que hace seis meses; y de ellos, un 72% lo achaca a la inflación.
Y si ha pasado bajo el radar, podemos deducir, ha sido precisamente porque la intelligentsia gubernamental ha basado su práctica en afrontar todos los asuntos como crisis u oportunidades comunicativas; hasta que los propios encargados de alimentar a la población con spin han acabado emborrachados por su papilla. De ahí la alocución enloquecida de Sánchez a su grupo parlamentario tras la derrota; y de ahí los “análisis” de la bandada de estorninos que la achacan a una variedad de causas entre las que destacan la ignorancia secular del pueblo español y la acción antipatriótica de Iker Jiménez y un par de hormigas de peluche.
Porque sí, amigos, this is real life: en su forma más rupestre, más degradada, el equivalente político-comunicativo a Tony Montana hundiendo la cabeza en una montaña de cocaína, el discurso oficialista nos dice que la culpa del resultado es de Ana Rosa Quintana y El Hormiguero. Esto no lo profieren ya Pablo Iglesias, la alegre troupe del Ministerio de Igualdad o la legión de zombis que aún movilizan en redes, sino el presidente del gobierno y, de ahí abajo, cargos de su partido y gente en principio adulta en el periodismo o la academia. Lo que viene a constatar que el “sanchismo”, ese espantajo que creamos a conveniencia en su día, no es otra cosa que la izquierda realmente existente: el destilado ideológico y sociológico de una respetable porción de España desde la crisis financiera, y el resultado de varias fracasos nacionales, del laboral al educativo pasando muy señaladamente por los medios de comunicación.
Podemos suponer que, pasado el momento inicial de rabia, la apuesta de la dirección estratégica en torno a Sánchez es convertir el próximo mes y medio en un guerra de trincheras; reducir el daño y la sangría al mínimo posible trazando una línea de fuego en torno al bloque de izquierdas; e instalarse en un holgado liderazgo de la oposición abrazando y minorando la plataforma yolandista. Y puedo tener sentido, al margen de la opinión que nos merezca un presidente del gobierno confundido con la retórica de un Monedero. Ahora bien, es recomendable que los pasajeros del barco gubernamental, en lo que quede de travesía, distingan con mucho más escrúpulo lo que trafican y lo que consumen. Por su propio interés, su cordura y su capacidad de adaptación al siguiente ciclo político.
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