Jair Bolsonaro superó este domingo la mejor de las encuestas y se hizo con una victoria histórica en Brasil: el 46% de los votos, 17 puntos por encima de su rival, Fernando Haddad, del hasta ayer todopoderoso Partido de los Trabajadores (PT). Una victoria contundente pero no definitiva. Se ha quedado a cuatro puntos de la mayoría absoluta, por lo que habrá segunda vuelta, que se celebrará este mismo mes, el día 28.
Son muchos los interrogantes que surgen tras el vendaval Bolsonaro. El primero y más importante de todos ellos es si será capaz de sortear el balotaje, previsiblemente en solitario. El segundo es cómo y por qué se ha hundido el PT y, en general, la izquierda brasileña, fuerza hegemónica del país desde hace un cuarto de siglo.
Nada de lo que ha pasado en Brasil en los últimos cuatro años es comprensible sin tener antes en cuenta la crisis económica que azota el país. Brasil ha pasado en muy poco tiempo de ser el niño milagro de América a ser el hombre enfermo del que todos se apiadan pero que nadie quiere a su lado.
Las causas de fondo de esta depresión brasileña son muy parecidas a la española de hace una década. Sobre endeudamiento y sobre inversión en sectores ruinosos. Todo debidamente sazonado por la omnipresente corrupción política. El flagelo de esta última ha sido superior incluso que en España. A día de hoy dos ex presidentes se encuentran salpicados por la corrupción. Lula da Silva está en prisión desde el pasado mes de abril cumpliendo una condena de nueve años. Su sucesora, Dilma Rousseff, fue destituida por el Senado en agosto de 2016 tras ser acusada de maquillar las cuentas fiscales.
Brasil ha dejado de ser el niño milagro de América para convertirse en el hombre enfermo del que todos se apiadan pero que nadie quiere a su lado
Como consecuencia el PT ha pasado del cielo al infierno. En su momento álgido, allá por el año 2006, obtuvo el 48% de los votos. Este domingo no llegó al 30%, un registro peor que el de Lula en la década de los noventa. ¿Qué ha pasado en estos doce años? Demasiadas cosas y casi todas malas para Lula y los suyos.
La crisis les ha golpeado con dureza. Muchos de los que antes les aplaudían ahora cargan sobre sus espaldas las miserias actuales fruto del ajuste brutal de la economía. Pero ha sido la corrupción la que ha dejado al PT fuera de juego. Sin poder echar mano de su figura carismática, presentaron a Fernando Haddad, alcalde de Sao Paulo hasta hace dos años y antiguo ministro de educación de Lula. Un personaje gris y no especialmente atractivo para el votante "trabalhista".
En 2013 se hizo con la alcaldía de la principal ciudad del país en segunda vuelta y con la lengua fuera. Una vez dentro llenó la ciudad de carriles bici y subió el precio de los billetes del transporte público. Aquello le ocasionó grandes manifestaciones en su contra y no sólo de la derecha. No tenía Haddad, como vemos, el mejor de los historiales para enfrentarse a la tormenta perfecta que se ha ido formado durante los dos últimos años. Si la crisis fueron las nubes y la corrupción la lluvia, Jair Bolsonaro ha sido el viento huracanado.
Nadie podía preverlo. Bolsonaro no es un advenedizo tipo Donald Trump. Lleva toda la vida ahí, 27 años calentando un escaño en la cámara de diputados y es bien conocido en Brasil, especialmente en Río de Janeiro, ciudad en la que fue concejal tras abandonar el ejército a finales de los ochenta.
Este hombre, un profesional de la política, hasta donde se sabe honrado en un país en el que esta cualidad no es lo habitual, lo ha puesto todo patas arriba. Su programa es en muchos puntos similar al que llevó a Trump hasta la Casa Blanca. Ha prometido dureza extrema con la corrupción, castigos ejemplares para los delincuentes comunes, superar la crisis económica con medidas a favor del mercado y un renovado orgullo patriótico. La de Bolsonaro es, en cierto modo, la antipolítica que tan buenos resultados está dando a algunos partidos a este lado del Atlántico y que en Brasil ha conseguido seducir a casi la mitad del electorado.
La otra mitad se ha posicionado en su contra. Hoy por hoy Brasil se resume en los que están a favor de Bolsonaro y los que le aborrecen. Esa polarización ha traído como consecuencia que el eje del debate se deslice hacia la derecha. En estas elecciones ya no se hablaba tanto de distribuir la menguante riqueza como del mejor modo de luchar contra el crimen que asola todas las ciudades del país.
Bolsonaro no es un advenedizo tipo Donald Trump. Lleva toda la vida ahí, 27 años calentando un escaño en la cámara de diputados
Al final ha sucedido lo que tantas otras veces. Los excesos de los Gobiernos de izquierda traen a pintorescos candidatos de la derecha populista, generalmente abrazados a la bandera. De modo que, por mucho que se insista en Europa y Estados Unidos en las incendiarias declaraciones de Bolsonaro acerca de las minorías, lo que está alimentando el debate político en Brasil son asuntos de otra índole que tienen más que ver con la seguridad y la honradez de los cargos públicos.
Es un misterio si el día 28 conseguirá Bolsonaro revalidar la mayoría y convertirse en presidente. Frente a él sigue teniendo al PT, el partido más poderoso del país, pero no sólo al PT. Candidatos como Ciro Gomes, del Partido Democrático Trabalhista y antiguo ministro de Lula, ha conseguido muy buenos resultados: 13,3 millones de votos, el 12,5%.
Si Haddad mantiene su apoyo y suma el de Gomes no llegaría a alcanzar a Bolsonaro. Le haría falta el apoyo explícito del cuarto en discordia, el conservador Gerardo Alckmin. Hasta hace unos meses Alckmin era la gran esperanza de la derecha brasileña y como tal anduvo vendiéndose hasta la repentina irrupción de Bolsonaro durante el pasado verano.
Alckmin obtuvo este domingo unos resultados muy decepcionantes para él, pero que a la candidatura de Bolsonaro le entregarían la presidencia en bandeja. Su 5% es todo lo que necesita para colocarse por encima del 50% en la segunda vuelta anulando de este modo cualquier alianza en su contra. No parece de primeras algo especialmente difícil de conseguir habida cuenta de que los votantes de Alckmin son básicamente anti trabalhistas.
De producirse ese escenario la victoria de Bolsonaro estaría prácticamente garantizada, pero aún quedan 20 días de campaña en los que puede pasar cualquier cosa, incluida, claro está, la fragua de una suerte de cordón sanitario anti Bolsonaro por parte de todas las fuerzas políticas. Pero no adelantemos acontecimientos. Brasil, como todos los países tropicales, tiene un punto imprevisible. De nada sirve hacer predicciones que seguramente terminen siendo erradas.
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