Opinión

El porqué del éxito de la Semana Santa andaluza

Sea usted o no creyente, tendrá que reconocer que el argumento de la obra que se representa es difícilmente superable

La Semana Santa en Andalucía es un fenómeno incatalogable, inconcebible, inimaginable, inexplicable y, si me apuran, ininteligible, pero absolutamente fascinante. Atrae cada año a miles de personas que quedan, en el menor de los casos, impactadas de por vida. Intentaré analizar el fenómeno sin caer en cursilerías varias, localismos chauvinistas, catetadas territorialistas, mantras apolillados o expresiones irreciclables de puro manido. Y lo haré siguiendo un doble esfuerzo diseccionador.

Por un lado, trataré de aislar, según mi mente analítica me permita, sus sorprendentes características una a
una. Por otro lado, las deslindaré de los oficios religiosos que no proceden en este artículo al tratarse de actos homogéneos, reglados y no afectados por variables locales. Además, los oficios entran dentro del campo de la fe y del ámbito privado de cada uno, ante lo cual no hay nada que opinar, objetar o juzgar.

Vayamos al grano, pues, a intentar entender este prodigio que son las procesiones de Semana Santa considerando los diferentes elementos que la constituyen.

1.- El marco físico. Insuperable. Los lugares más emblemáticos, los más antiguos, los más bellos, los que han escrito piedra a piedra y siglo a siglo la historia de un conjunto urbano, son los que dan soporte a la obra. Se trata de un espectáculo que no se representan ni en un escenario, ni en un tablado, ni en un proscenio, ni tan siquiera en un plató de cine o en una pantalla multimedia. Transcurre en las mismas entrañas históricas de la ciudad o del pueblo. Los árboles, los empedrados, los edificios, las sombras, las luces, …no son atrezzo. Ni son de cartón-piedra, ni están generados por algoritmos de realidad virtual. Todo tiene la fuerza de lo genuino, de lo palpable y auténtico. Y de entre toda esta “antitramoya” de veracidad destaca el efecto impagable del gran foco iluminador sobre los rostros de cristos y vírgenes de todos los lugares, de todos los imagineros y de todos los estilos escultóricos a la vez: una espectacular luna llena que reserva su apoteosis para el Jueves Santo.

2.- El público. De entrada, hay que aclarar que “público” es un concepto del todo inapropiado. No hablamos de un auditorio al uso ni, por descontado, de una concurrencia pasiva, ordenada y receptora de un mensaje. Muy al contrario, los espectadores son piezas fundamentales del reparto y conforman la escena tanto o más que tronos (pasos), imágenes, nazarenos, estandartes, guiones o bandas de cornetas y tambores. La gente con sus procesiones interactúa de una forma casi orgánica, creando una fisiología propia cada año que inhibe las rutinas y arrincona los protocolos. De hecho, las transforman en seres vivos que van cambiando según atraviesen un barrio u otro, en especies biológicas que reaccionan de forma distinta según el ánimo del personal que está viéndola. Se trata de un portentoso feed-back donde la gente no está muda, ni tampoco estática. Está en multifunción, como en cualquier otro momento de su cotidianeidad. Habla con el amigo y le regaña al niño con la misma naturalidad que llora de emoción, canta saetas o pone de vuelta y media al jeta que pretende (nunca con éxito) ponerse delante de alguien que lleva tres horas de plantón en primera fila esperando a su cofradía De hecho, a veces llega a ser mucho más interesante, por imprevisible y novedoso, lo que pasa fuera de lo que ocurre dentro de la propia procesión. Por otra parte, la procesión es parte de la familia.

Literalmente. Siempre hay un pariente, más o menos cercano, implicado en casi todos los desfiles procesionales. Y hay que llevarle agua, preguntarle cómo está o, en el peor de los casos y si se trata de niños pequeños, sacarlos para que vayan a un cuarto de baño que esté libre (la gran y heroica epopeya de la Semana Santa). La conclusión es que resulta un tanto absurdo interpretar como falta de respeto el que se hable, se beba o se coma al paso de los tronos porque la gente no hace un paréntesis para ver las procesiones sino que las incluye en su vida. La Semana Santa no se presencia, la Semana Santa se vive, en el sentido más amplio de la expresión.

3.- En tercer lugar (aunque bien podría ser el primero), en Semana Santa todo el mundo tiene cabida. Hablamos de un ejercicio de pluralidad que ríete de las planificaciones sociales de los políticos. El muestrario completo de etapas vitales está masivamente representado en las calles. Personas mayores, bebés, chiquillería de todas las edades, maduritos, jóvenes y, prodigiosamente, adolescentes. Y utilizo a sabiendas el adverbio.

Prodigiosamente. Los tiktok de situaciones estúpidas y filtros imposibles son sustituidos, durante una semana, por selfies con tu cristo de fondo o a la sombra del palio de tu virgen. Los likes de tu Istagram se amontonan tras subir la explosión de emociones del encierro de tu cofradía en la casa-hermandad, sin que el himno nacional sonando atronadoramente por encima del también atronador aplauso de la gente unido a las campanas de los nazarenos te moleste lo más mínimo a la cinco de la madrugada. Los más jóvenes, con sus hormonas ebullendo por la edad, por la llegada de la primavera y por tan abundante potencial enamorable rodeándolos, son quizás los que más intensamente viven estos días (a ello contribuye sustancialmente el hecho de que sus turgentes cuerpos y lozanos pies aguantan, toda una semana, doce horas diarias pateando calles sin el más mínimo problema).

Está claro que un balcón en calle Larios cuandoestá pasando el Cristo de la Buena Muerte no está a disposición de cualquiera (le falta ser un valor que cotice en bolsa)

No obstante, el concepto todo el mundo no se refiere solo a las edades. Incluye también a toda tipología de condición económica, social, profesional, política o ideológica. En la Semana Santa de Andalucía no hay ricos ni pobres, ni religiosos ni laicos, ni de izquierdas ni de derechas. Aunque ha habido numerosos intentos de apropiamiento indebido (y han sido, literalmente, de “todos los colores”), han resultado siempre un total, rotundo y absoluto fracaso. Ilusa pretensión la de los que han creído, por algún momento, que iban a poder arrimar la Semana Santa a su cuerda ideológica. Esta connotación aglutinadora también afecta a las preferencias personales. Si bien todos tenemos nuestras predilecciones y cofradías más afines (por barrios, por familias, por profesiones o por preferencias artísticas y/o estéticas) a todos los que nos gustan las procesiones nos gustan “todas” las procesiones.

Esta visión igualitaria, ejemplo irrefutable de democracia real y no impostada, no quita que siempre existan privilegios. Está claro que un balcón en calle Larios cuando está pasando el Cristo de la Buena Muerte no está a disposición de cualquiera (le falta ser un valor que cotice en bolsa). No obstante, siempre encuentras un familiar, un amigo o, lo más habitual, un familiar de un amigo de tu amigo, que vive cerca de la salida de la procesión y que es tan amable de cederte un hueco en su atiborrada casa. Así, de perfil y por la concurrida microventana del cuarto de baño, puedes asomar una porción de nariz a la lluvia de pétalos sobre el palio de tu virgen. Así, te sientes un ser afortunado cuando, en un microángulo imposible de un balcón a punto de colapsar, contemplas cómo mecen el trono al compás de la saeta improvisada por el vecino.

4.- El arte. De esto se ha hablado tanto que no voy a insistir en el espectáculo estético y organoléptico que supone contemplar el esplendor de belleza, exagerada hasta lo imposible, de los desfiles procesionales del barroco más grandioso. Desde los ornamentos de los tronos, a los recursos expresivos de las imágenes, pasando por los mantos de las vírgenes o la orfebrería de las insignias, todo es una explosión de esplendor, grandeza y espectacularidad que embriaga hasta lo más profundo. Al efecto visual, hipnotizante y cuasi narcótico, se unen los sentidosrestantes. No sólo se disfruta con los ojos. El incienso compite activamente con el azahar por colapsar tus receptores olfativos a la vez que las impresionantes marchas procesionales retumban en tus oídos haciendo que los pies se mezan al ritmo marcado por los tronos. El síndrome de Stendhal es insuficiente para describir cómo te quedas. Prefiero la más contundente expresión de “se te caen los palos del sombrajo”.

5.- La calidad de la obra que se representa. Como comenté al principio del artículo, las cuestiones de fe son personales y forman parte de la absoluta privacidad de las creencias de cada uno. No obstante, sea usted o no creyente, tendrá que reconocer que el argumento de la obra que se representa es difícilmente superable. No han hecho falta ni premios, ni reconocimientos, ni óscar al mejor guion para que lleve más de 2000 años en cartel. Y con éxito de público.

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