La socialdemocracia puede ser de centro izquierda, como en Portugal, o liberal, como en Alemania y algunos países escandinavos. El socialcomunismo, encaramado al poder en España desde 2018, es algo radicalmente diferente. Poco importa que sea el resultado de las convicciones de extrema izquierda del actual partido socialista o de la necesidad, atendida con evidente gusto, de satisfacer las demandas de los partidos coaligados para salvar la coalición. Sea como sea, se trata de una opción política enormemente dañina para el bienestar económico, social e incluso democrático del país, una opción de la que apenas estamos empezando a ver sus consecuencias.
Es interesante comparar el funcionamiento de la economía española bajo la coalición socialcomunista de Sánchez con el de la economía portuguesa bajo Costa, un socialista menos radical y políticamente más inteligente que nuestro presidente. Ya sea por lo uno o por lo otro o por ambas cosas a la vez, el hecho relevante es que no cedió a demandas alocadas de sus socios comunistas de Gobierno como reiteradamente, por convicción o por conveniencia o por aleación de ambas cosas, viene haciendo Sánchez.
Para empezar, la economía portuguesa recuperó su nivel de PIB pre-covid en el primer trimestre de este año mientras que la economía española, según las últimas previsiones de la Comisión Europea, no lo recuperará hasta la segunda mitad del año próximo. Según estas mismas previsiones, el crecimiento económico de Portugal alcanzará el 6,5% este año, frente a un 4% en España, y la inflación se situará en el 6,8%, frente a un 8,1% en nuestro país. Cabe señalar, al respecto, que la inflación en Portugal en 2021 fue del 0,9% y en España del 3%. La tasa de paro alcanzará este año el 6,5% en Portugal, frente a un 13% en España. Este marcado diferencial de resultados macroeconómicos favorable a Portugal se consiguió a pesar de (o gracias a) llevar a cabo dicho país una política fiscal más rigurosa que la nuestra. Así, el déficit público en % del PIB se situó en el 2,8% en 2021 y se prevé que cierre en el 2,2% en 2022, mientras que las cifras correspondientes para España son del 4,6 y 4,5% respectivamente.
La mucha mejor gestión de la pandemia en Portugal -es difícil encontrar un país que lo hiciera peor que España- y su más diligente actuación en relación con los fondos europeos
Detrás de los mejores resultados de Portugal hay factores coyunturales y factores estructurales. Entre los primeros destacan la mucha mejor gestión de la pandemia en Portugal -es difícil encontrar un país que lo hiciera peor que España- y su más diligente actuación en relación con los fondos europeos. Al margen de cuestiones ideológicas, la mera incompetencia y estulticia de buena parte de los miembros del Gobierno existente en nuestro país desde la segunda mitad de 2018 es un factor que no se debe descuidar al realizar comparaciones internacionales. Pero los factores estructurales, más permeables a la ideología, son ciertamente más decisivos. Entre ellos, yo destacaría dos de similar importancia: la tributación, y más específicamente la tributación empresarial, y el marco laboral.
El impuesto de sociedades en Portugal es, con carácter general, del 21% y se reduce hasta el 17% para los primeros 20.000 € de beneficios en el caso de las pymes. En España es del 25 y 20% respectivamente, si bien el tipo efectivo ha aumentado con diversas medidas estableciendo mínimos de tributación, y lo harán aún más con los recientes atracos a los beneficios de empresas energéticas y bancarias. El argumento utilizado, por cierto, de que son beneficios extraordinarios provocados por los elevados precios energéticos y la (aún leve) subida de los tipos de interés sólo tendría sentido si el impuesto se hubiera reducido en los años cuando los precios energéticos estaban por los suelos y los tipos de interés eran negativos. En el caso de los bancos, además, sus beneficios por acción son inferiores a su coste de capital, por lo que se dificultará aún más su necesaria capitalización para hacer frente a futuras crisis.
El Gobierno español ha aumentado sensiblemente los tipos marginales del impuesto (superan el 55% en varias CCAA), así como la tributación de los rendimientos de capital y baraja subir aún más el, con mucho, mayor impuesto de patrimonio del mundo
Luego están las cotizaciones empresariales a la Seguridad Social, que en Portugal en 2020 alcanzaban el 23,75% del coste salarial y en España el 29,90%, cifra esta que a la fecha habrá aumentado sensiblemente después de las subidas del salario mínimo y sus correspondientes cargas sociales con cargo a la empresa y del destope de cotizaciones. Por otro lado, el tipo máximo del impuesto sobre la renta de las personas físicas en Portugal apenas ha variado, no supera el 50% y no existe impuesto de patrimonio. En España, por contra, el Gobierno ha aumentado sensiblemente los tipos marginales del impuesto (superan el 55% en varias CCAA), así como la tributación de los rendimientos de capital y baraja subir aún más el, con mucho, mayor impuesto de patrimonio del mundo.
En cuanto al mercado de trabajo y la sistemáticamente abismal diferencia entre la tasa de paro de Portugal y la de España (que prácticamente la dobla), las razones son bien conocidas desde hace tiempo. Las causas de este diferencial son atribuibles a que en España los costes efectivos del despido son sensiblemente mayores y la negociación colectiva es menos flexible y determina una estructura de costes salariales peor adaptada a los diferentes niveles de productividad existentes en unas y otras empresas, además de fijar salarios mínimos por convenio muy superiores, que hace inempleable a un elevado contingente de trabajadores de baja productividad. A estos factores habría que añadir las significativamente mayores cotizaciones empresariales a la Seguridad Social de nuestro país. Todos estos factores se han agravado desde la llegada al poder del socialcomunismo, con subidas intensas del salario mínimo y de las cotizaciones sociales de las empresas, así como con una contrarreforma que ha aumentado los costes de despido y ha hecho más rígida la negociación colectiva reduciendo o eliminando las posibilidades de descuelgue de las empresas. Aunque ya se perciben claramente, cuando llegue la próxima recesión veremos en toda su destructiva plenitud las nefastas consecuencias de estas medidas.
La pandemia y la guerra de Ucrania han favorecido políticamente al gobierno porque han mezclado los daños que está ocasionando a la economía con los provocados por esos desgraciados acontecimientos. Pero el rápido descenso de nuestro país en el escalafón de renta per cápita europea, que la comparación realizada con Portugal ilustra claramente, no es imputable a fuerzas exteriores sino exclusivamente a la ineptitud del gobierno y a la mortífera ideología socialcomunista que lo alimenta.
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