El año pasado, en el museo Reina Sofía había una exposición dedicada al 80 aniversario del Guernica de Pablo Picasso. Entre las obras de la muestra, me quedé un rato observando un cuadro del brasileño Millôr Fernandes, de dimensiones similares al propio Guernica, bautizada como ‘Guernica. Um minuto antes’. La obra, como podrán sospechar por el título, es el Guernica de Picasso, pero imaginando qué ocurriría en el mismo escenario un minuto antes del bombardeo. En los rostros de los personajes se borra la angustia y los cuerpos, lejos del desespero, andan relajados. Una mujer embarazada cuida de su hijo y un militar regala una flor a una chica. Todo es color y hay luz. Pero un minuto, nada, un instante basta para desmoronarlo todo.
Me acordé de ese cuadro cuando un colega periodista me contaba hace unas semanas que tuvo que cubrir una noticia de la que supo una información del culpable, digamos, poco esclarecedora sobre los hechos ocurridos, pero de interés para esos medios que alimentan lo más escabroso del ser humano. Me explicó que todos los periodistas que acudieron al lugar fueron conocedores de ese dato personal del culpable, y todos decidieron omitir esa información. Nadie quería lanzar esa bomba, ser el responsable de abrir esa caja de los truenos. Obvio, no diré de qué noticia se trata para no hacer salivar a esos personajes que creen que en lo más grotesco está lo informativo.
La noticia no ocurrió en este país, aunque sí trascendió en España. Con mi amigo hablábamos de qué hubiera ocurrido con esa información si la noticia hubiese pasado aquí. Cómo hubieran reaccionado esos medios de comunicación carroñeros que nutren sus páginas y sus minutos en antena con datos que no importan en absoluto y, pese a ello, pasan días y semanas merodeando como moscas sobre heces. Desconozco cuántos medios amarillistas hay en Francia, Alemania o Inglaterra, que sé que los tienen, pero aquí, en España, hemos dejado que proliferen sin medida, copando la mayoría de franjas horarias en televisión para ser para muchos hogares ese ruido de fondo mientras planchas, cocinas o comes.
Esos lugares que algunos confunden con periodismo son las cloacas de la profesión. Son las alcantarillas de este trabajo que, lejos de ser el más bonito del mundo como rezan algunos con ingenuidad, funciona a base de una credibilidad que cuesta mucho conseguir pero allí solo olisquea a chismes nauseabundos. Allí debajo es el hábitat donde transcurren los desechos de las noticias y muchos acuden a hurgar hasta que consiguen elevar a información todo ese despojo. Con las redes sociales esa realidad se ha aumentado, no porque no existiera antes sino porque ahora somos más conscientes de por qué sigue manando agua turbia en ese pozo.
Esos personajes que antes ignorábamos pero hemos descubierto que existen (tras alguna foto falsa y un nombre lleno de caracteres extraños) toman el relevo y creen hacer también un trabajo de información
Las noticias, por su naturaleza, tienen una caducidad. Algunos medios intentan prolongar el tiempo de actualidad de estas informaciones sacando nuevos titulares que se alejan cada vez más del hecho noticiable, pero ayudan a que sigan recibiendo lectores o telespectadores. Probablemente, la calidad de esa nueva información y el interés general que suponga va en dirección contraria al sentido de una noticia según van pasando los días. Para colmo, ahora, esos personajes que antes ignorábamos pero hemos descubierto que existen (tras alguna foto falsa y un nombre lleno de caracteres extraños) toman el relevo y creen hacer también un trabajo de información que, de tan dudoso y controvertido, acaba rozando la ilegalidad.
Leo en más de una ocasión que se quiere apelar al raciocinio y a la empatía a esas personas, a esos medios o a esos foros preguntándoles si harían lo mismo si fueran sus hijos, mujeres, hermanos o padres los protagonistas de esa información. Vamos, a alquien a quien ponerles cara y, entendemos, tengan un cariño para que frenen antes de zamparse su respeto. Otros opinan que hay que ignorarlos, puesto que son irrisorios y no merecen un altavoz sus especulaciones y todos (los demás) saben que para informarse de verdad no hay que acudir a esas “fuentes”. Evitar esas desinformaciones es imposible, pero reducir su impacto sí se puede intentar. De un minuto, de un instante, de no querer abrir esa caja de desechos depende para no desmoronarlo todo.