El PP está condenado a morir y su agonía ha comenzado. Lo sabe su tecnocrática e ideológicamente deshuesada cúpula, lo saben sus diputados nacionales y autonómicos, lo saben sus senadores, lo saben sus barones territoriales, lo saben sus miles de concejales y sus decenas de miles de afiliados. Y lo saben también sus millones de votantes, que se están pasando en crecientes oleadas a Ciudadanos. No está siendo un fallecimiento rápido ni brusco, porque su enorme estructura y la densa y extensa maraña de intereses creados fabricada durante décadas a lo largo y ancho de la geografía española va amortiguando la caída, trágica en su inexorable lentitud. Sin embargo, la cita de las elecciones municipales y europeas dentro de año y medio marcará un descenso abrupto, que se confirmará en las generales unos meses después.
Los partidos, como los seres humanos, nacen, crecen, se desarrollan y se extinguen. La historia política de las democracias europeas está pavimentada de tumbas de siglas, unas de existencia efímera, otras de larga trayectoria, pero casi todas desaparecidas al final. Hay excepciones gloriosas, como el partido conservador británico, fundado en 1834 sobre el precedente de los tories, que se remontan a finales del siglo XVII. Quizá su longevidad se deba, aunque en sus filas ha habido personajes de variado pelaje, a la abundancia de gentlemen entre sus miembros, característica que les distinguiría del resto de organizaciones políticas, trufadas de perillanes y arribistas.
Los factores determinantes del irremisible declive del PP han sido la corrupción galopante, el abandono de sus convicciones y una desastrosa estrategia de comunicación"
El PP ha rebasado ya el cuarto de siglo de vida, y si consideramos a su matriz AP, es casi tan antiguo como el régimen del 78, del que ha sido, junto con el PSOE, pilar fundamental. El hundimiento de la entidad creada por Manuel Fraga, revitalizada y renovada por José María Aznar y desnaturalizada y castrada por Mariano Rajoy, obedece a diversas causas, tanto remotas como más recientes. Básicamente, los factores determinantes del actual e irremisible declive del PP han sido la corrupción galopante, el abandono de sus convicciones, una desastrosa estrategia de comunicación, la incompetencia de sus dirigentes orgánicos y su asombrosa incapacidad para entender los mecanismos emocionales que operan sobre el electorado a la hora de despertar su adhesión a una figura pública o a un proyecto colectivo.
Chapuza tras chapuza
No cabe duda a estas alturas sobre quién es el principal responsable de la entrada del PP en el cementerio, aunque los fracasos también tienen muchos padres, en contra del dicho sobre su orfandad, si bien son progenitores que, a diferencia de los de los éxitos, suelen rehuir su paternidad. No tiene poco mérito, hay que admitirlo, superar el impresionante récord establecido por José Luis Rodríguez Zapatero en capacidad de hacer daño a su país y a su partido. Y el haberlo hecho mediante la descansada técnica de la más absoluta pasividad redobla el asombro que produce la hazaña. Si bien es verdad que el que no hace nada no se equivoca, también lo es que a fuerza de inactividad puede destruirlo todo.
El último episodio de este Gottesdämmerung demuestra que la proximidad del ocaso altera los nervios del más templado y le induce a la acción a destiempo y en el sentido equivocado. Tras veinticinco años de contemplar con la inmóvil placidez de un lagarto al sol, la preparación implacable, laboriosa y pertinaz de la mayor felonía de la historia contemporánea de España, de repente, en pleno desastre, la precipitación de una impugnación de frágil fundamento jurídico le presta una impagable baza al enemigo y siembra la desmoralización en el campo de los defensores de la Constitución y la legalidad. No bastaba con la chapuza imperdonable del 1 de Octubre, hay que seguir facilitando a los golpistas nuevos argumentos para su campaña de falsedades e intoxicaciones. Francamente, cuando la disyuntiva que ofrece este Gobierno es la inmovilidad o el error, no queda demasiado margen para la esperanza.
No tiene poco mérito, hay que admitirlo, superar el impresionante récord de Zapatero en capacidad de hacer daño a su país y a su partido"
Afortunadamente, la naturaleza tiene horror al vacío y el gigantesco hueco que dejará el PP en el panorama político español lo llenará otra opción electoral hoy emergente y pronto llamada a ocupar la primera línea de combate frente al populismo liberticida y al separatismo venenoso. Ojalá esté a la altura de su trascendental misión y sepa pulsar los registros oportunos de nuestra sociedad para fortalecerla, cohesionarla y ponerla en la senda de la competitividad, la solidez moral y el crecimiento inclusivo.
Es conocida la hermosa frase de Petrarca un bel morir tuta la vita honora. Se abre el interrogante de si el tránsito del PP sucederá de una forma gloriosa y digna, si sus horas postreras se asemejarán a las de la Brigada Ligera en Balaclava, de los trescientos en Las Termópilas o de los últimos samurai en Shiroyama, o, lejos de estas escenas de portentoso coraje, recordarán más a la huida de Darío en Gaugamela. Conociendo al personal, mejor no hacerse demasiadas ilusiones sobre la grandiosidad del epílogo.
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