“Que nadie pueda decirte nunca que compraste el poder que detentas con sangre de tus hermanos”. Es una de las frases que el general Vicente Rojo, jefe del Estado Mayor Central de las Fuerzas Armadas de la II República tras la formación del Gobierno Negrín en mayo de 1937, copió a máquina en unas cuartillas que tituló “Ideas” y que su nieto José Andrés Rojo ha incluido en la 'Historia de la Guerra Civil española' (RBA Libros), editado por Jorge M. Reverte. “Los verdaderos responsables de una guerra no son los que la hacen, sino los que la montan y financian; sin la obra de éstos nunca habría guerras aunque hubiera ejércitos”. A las “Ideas” que Rojo fue acumulando en su domicilio madrileño tras su regreso del exilio se podría añadir hoy la responsabilidad que contraen quienes, tan lejos de aquel terrible conflicto, se dedican a sembrar el odio entre españoles como una forma de consolidar su poder, porque todo su proyecto de futuro consiste en gobernar para media España contra la otra media. Como en los años treinta del siglo pasado. “La izquierda española promueve la división entre los ciudadanos”, titulaba este jueves la periodista Barbara Loyer su artículo en Le Monde: “Es extremadamente perturbador ver que toda la izquierda española considera progresista la vuelta a la afirmación de las identidades territoriales. Con la investidura de Sánchez, el PSOE, como Podemos y sus aliados, reconocen como admisible el ideal nacionalista de desligar esas regiones de toda solidaridad con las menos ricas, o de alcanzar situaciones monolingües en catalán y en euskera”.
Doce días después de la investidura de Pedro Sánchez, la alarma provocada por el nuevo Ejecutivo en millones de españoles no necesariamente de derechas no solo no ha disminuido, sino que ha aumentado. Los ciudadanos tienen la impresión de que el Gobierno socialcomunista con apoyo independentista que lidera actúa como un rodillo dispuesto a aplastar los perfiles de la Constitución del 78 que, con todas sus ineficacias, todas sus vergüenzas al aire, ha hecho posible el mayor periodo de paz y prosperidad del que ha gozado España en siglos. Los panzers de Sánchez avanzan a toda velocidad sobre el edificio de una Justicia que pretenden ocupar sin disparar un tiro y sin margen para la discrepancia, con la ayuda del formidable aparato mediático que controlan y sin que en la oposición parezca existir vida inteligente. Justicia, medios de comunicación y creación acelerada de una base de fieles subvencionados (subida del SMI, de las pensiones, renta básica universal) dispuestos a respaldar con su voto la aventura de ese nuevo Caudillo, cuya estación término, con nuevas generales de por medio en 2/3 años, será la elaboración de una nueva Constitución que ponga fin al régimen de monarquía parlamentaria en que hemos vivido los últimos 45 años.
Sánchez pertenece a la estirpe de los Putin, de los Erdogan, de los Duterte, incluso de los Orbán húngaros, los Kaczyński polacos o los Salvini italianos
La III República como objetivo. “La democracia es como un tranvía: cuando llegas a tu parada, te apeas”. La frase se atribuye al sátrapa Erdogan, el hombre que ha concentrado todo el poder turco en su persona, aunque también podría haber sido pronunciada por Putin, el amo de todas las Rusias. Cuando la democracia deja de serte útil, te olvidas de ella o simplemente la arrinconas. Ni Erdogan ni Putin pretenden a estas alturas convertirse en sultanes exóticos o en zares con lentejuelas. Son la personificación del zeitgeits alemán, el espíritu del tiempo que vivimos. Lejos del estereotipo del dictador sudamericano, Sánchez pertenece a la estirpe de los Putin, de los Erdogan, de los Duterte, incluso de los Orbán húngaros, los Kaczyński polacos o los Salvini italianos. Autócratas. Gentes que surgieron de la democracia, que la utilizaron para encaramarse en el poder y una vez allí se metamorfosearon en líderes presidencialistas con claros tintes totalitarios, dueños de un poder del que resulta difícil desalojarles porque, aunque siguen existiendo rasgos de democracia formal, sigue habiendo elecciones cada cuatro años, han ocupado las instituciones, han reformado la Constitución y cuentan con el respaldo de movimientos de masas por ellos mismos creados, alimentados con dinero público y mentalmente enfeudados en el populismo que los medios de comunicación amigos diariamente dispensan.
La maquinaria mediática, vinculada al poder mediante prebendas y contratos, unida al uso sin complejos del aparato del Estado, permite a los Erdogan de turno convertir cada contienda electoral en el show de un solo hombre que suele terminar en victoria por el 50% de los votos (la “democracia del 50%”). En la televisión turca no se habla más que de Erdogan, de la misma manera que en las televisiones españolas, públicas o privadas, no se habla ahora más que de Sánchez y de los indigentes morales que le rodean en el Consejo de Ministros. La diferencia es que Sánchez, que ha necesitado cinco intentonas para ser investido presidente, ha ganado las últimas generales con el 28% de los votos emitidos y el 19,10% del censo electoral. Tan abismal diferencia con populistas de otras latitudes augura momentos difíciles por venir. Pretender asegurar un poder omnímodo y duradero con tan pobres cimientos hace temer la predisposición al uso de métodos no pacíficos si menester fuera para lograrlo, aunque, como ya advirtiera en su “teoría de la aguja hipodérmica” el norteamericano Harold Lasswell, “hoy es posible dirigir la opinión publica en beneficio propio y lograr la adhesión de los individuos a un ideario político sin tener que recurrir a la violencia”. Basta la utilización masiva de los medios con mensajes dirigidos no al sujeto individual sino al grupo en el que se diluyen todos los perfiles, de acuerdo con los mecanismos cerebrales que rigen ese grupo y la influencia de la propaganda a la hora de unificar su pensamiento.
Fin de la división de poderes
A los autócratas (“Hay algo más que el deseo de mantenerse en la cúspide; es la atracción fatal que el poder ejerce sobre ellos”), el poder les pertenece y lo ejercen sin compasión, con la mentira como herramienta, sin concesiones al escrúpulo moral. Su victoria suele empezar por la utilización torticera del lenguaje, la tergiversación de la palabra. Sánchez ha sometido al Legislativo, controla con mano férrea el Ejecutivo, con la ayuda de ese perrito amaestrado en que se ha convertido Iglesias, y se dispone a acabar con el Judicial, aunque ello implique echarse en brazos de Delgados, Garzones y Villarejos. Desjudicializar la política para politizar la Justicia. Fin de la división de poderes. Asusta imaginarle usando a discreción la Agencia Tributaria, la Fiscalía General del Estado y el Centro Nacional de Inteligencia para meter el miedo en el cuerpo al personal. Toca acelerar en la ocupación del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) y del Tribunal Constitucional en cuanto el PP pierda la capacidad de bloqueo, que podría perderla, y empezar a renovar Estatutos de Autonomía para enmascarar los cambios a introducir en el catalán, la madre del cordero, que gozaría de un CGPJ propio con capacidad, como reclama Junqueras, para nombrar sus propios jueces, al fin y al cabo la clave del arco que soportó el procés.
Y mientras esto ocurre, la España perpleja se pregunta qué demonios hace la oposición, dónde está Inés Arrimadas y a qué dedica su tiempo libre, que es casi todo, Pablo Casado
Alguien dirá que este viaje a la autocracia que pretende Sánchez, el Gobierno de media España contra la otra media, no es posible sobre bases tan débiles como las que le acompañan, esos escuálidos 120 diputados y esa total dependencia de un conglomerado tan heterogéneo como el que le encumbró al poder en mayo del 2018 y que ha terminado por hacerlo presidente el 7 de enero. Y si bien es cierto lo anterior, también lo es que dispone de una hoja de ruta con la que proyecta ir sorteando obstáculos, como si de puertos de montaña se tratara, hasta llegar a la meta en que su propia fuerza, ese ejército de agradecidos que sigue la senda de migas que todo sátrapa va dejando por el camino, haga innecesaria la mayoría de esos apoyos. El cierre de unos primeros Presupuestos Generales del Estado es clave en esa estrategia de supervivencia. Putin, en el poder desde hace 20 años, se dispone a cambiar la Constitución rusa para volver a ser presidente en 2024, y pocos dudan de que consiga ambas cosas. Carente de cualquier propósito de alternancia, Sánchez ha venido para quedarse y hará lo que sea menester para lograrlo.
Y mientras esto ocurre, la España perpleja se pregunta qué demonios hace la oposición, dónde está Inés Arrimadas y a qué dedica su tiempo libre, que es casi todo, Pablo Casado. Y no encuentra respuesta. Muchos españoles tienen la impresión, seguramente injusta, de que la oposición está a por uvas, olvidando la dificultad de enfrentar a un amoral dispuesto a decir por la tarde lo contrario que dijo por la mañana, siempre presto a la provocación (el “pin parental” de la Celaá es la última) de la que espera sacar rédito inmediato. Con Vox empeñado en ocupar el espacio del PP, Arrimadas se halla enfrascada en una serie de maniobras destinadas a hacerse con el control de su próximo Congreso, a riesgo de atomizar aún más una formación que hace apenas meses parecía esencial para abordar la regeneración de nuestra democracia. Mientras, algunos en el PP se aferran a la idea de que es cuestión de esperar a que el aventurero se estrelle para volver al poder como ocurriera a finales de 2011, olvidando que el siniestro Zapatero, a quien todos creían flor de un día, superó con holgura las generales de 2008 (“señor Rajoy, su apocalipsis, que es lo que ha hecho estos cuatro años, parece que se retrasa: ni España se rompe, ni Navarra ha sido entregada a ETA, ni Cataluña está en un proceso de secesión; más bien está más unida que nunca, porque ahora ya hay alta velocidad…”, debate del 8 de febrero de 2008 previo a las generales del 9 de marzo), sobre la base de regar con dinero público a su base electoral. Olvidando, sobre todo, que tal vez después de Sánchez (Aprés moi, le déluge) haya poco que heredar en España.
Hacia una integración entre PP y Ciudadanos
Ha llegado el momento de mover ficha. Hacen falta soluciones heroicas para momentos históricos. Una derecha dividida en tres formaciones parece condenada a perder todas las contiendas electorales frente al arco iris de esa izquierda socialcomunista apoyada por los enemigos de la igualdad entre españoles, que son legión. Como Erdogan en Turquía, Sánchez se beneficia de esa división. No parece haber más solución que caminar hacia algún tipo de integración entre el Partido Popular y Ciudadanos, con un Vox corriendo libre por la banda de esa derecha dispuesta a defender las posiciones más conservadoras. Como sucede en las fusiones bancarias, la dificultad reside en encajar las aspiraciones personales de cuatro tipos, dos presidentes y dos consejeros delegados. En el caso que nos ocupa, solo hay dos capos cuyo futuro discutir. La solución parece fácil: Casado ocuparía la presidencia del nuevo partido y Arrimadas sería la número dos y una inigualable portavoz parlamentaria.
Ha llegado el momento de mover ficha. Hacen falta soluciones heroicas para momentos históricos. Una derecha dividida en tres formaciones parece condenada a perder todas las contiendas electorales
Naturalmente que no se trata de juntar meriendas para hacer la tortilla más apetitosa. Se trata de refundar el centro derecha. De cambiar de siglas, vender Génova y quemar las banderas con la gaviota prisionera para que el animalito pueda volar en libertad. Alguien ha hablado del “Gobierno de Vichy de Rajoy y Soraya” que no solo no desmontó el campo de minas dejado por ZP y su Memoria Histérica, sino que se convirtió en ejemplo de colaboracionismo letal con los enemigos de la libertad mediante la promoción de Podemos (se trataba de eliminar al PSOE como eventual partido de Gobierno) y la salvación de La Sexta (propiedad del ex guerrillero sandinista y hoy millonario Jaume Roures), una cadena quebrada, convertida por Soraya en una formidable maquinaria de propaganda liberticida. Un PP que había renunciado a cualquier ideología (“si alguien se quiere ir al partido liberal o al conservador, que se vaya”) para echarse en brazos de una estulta tecnocracia pronto entregada a la corrupción más espantosa. Aquel PP sigue sin pedir perdón por la estafa histórica perpetrada contra los españoles. Se trata, por eso, de construir un nuevo centro derecha liberal capaz de hacer volver al redil a los 5,85 millones de votos que el partido se ha dejado por el camino entre el 20 de noviembre de 2011 y el 10 de noviembre de 2019. Un centro derecha empeñado en derrotar en las urnas al aprendiz de tirano y hacer posible un futuro de paz y libertad para los españoles de buena voluntad, de derechas y de izquierdas.
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