El Congreso Nacional Extraordinario del Partido Popular celebrado en julio de 2018 cerró la larga etapa —a algunos se nos hizo interminable— de Mariano Rajoy al frente de la formación supuestamente liberal-conservadora y dio paso a lo que pareció inicialmente que iba a ser un replanteamiento profundo del período anterior, es decir, que se abandonarían la pasividad, la desideologización, la indolencia y la pusilanimidad que habían caracterizado la ejecutoria o, mejor dicho, la falta de ella, del dúo formado por dos funcionarios en comisión de servicio, uno del Registro de la Propiedad y la otra de la Abogacía del Estado. De hecho, esta plácida pareja concibió y materializó el poder que les fue concedido por las urnas como un despacho en el que el titular firmaba y la oficial mayor trabajaba a destajo. De esta forma, el jefe tenía tiempo para ver en la televisión el fútbol y los campeonatos de ciclismo y para leer con parsimoniosa delectación la prensa deportiva mientras su principal subordinaba movía afanosamente papeles sin que ello redundara en decisión de relieve alguna. Se ha dicho y se ha escrito que gracias a esta técnica de verlas venir España se libró de la intervención europea que sí sufrieron Grecia, Portugal e Irlanda durante la crisis financiera global de 2008, pero tan piadosa consideración se compadece mal con el decisivo papel que jugaron para salvarnos el Banco Central Europeo y su política de "se hará lo que haga falta y, créanme, será suficiente" y la bajada del precio del petróleo, eso por no mencionar el volumen de nuestro PIB, sin que eso sea en menoscabo de los tres socios comunitarios mencionados. De hecho, la ayuda milmillonaria que Bruselas puso a disposición de España para sanear nuestras moribundas cajas de ahorro se pareció bastante a un rescate.
Ninguna de las leyes sectarias o antropológicamente disparatadas del PSOE fue revertida por el tándem monclovita que gobernó de 2011 a 2018 y la eclosión del golpe de Estado en Cataluña, preparada a plena luz del día y con asombrosa desfachatez por los separatistas, fue tratada como una catástrofe natural semejante a la lava vertida desde Cumbre Vieja ante la que sólo cabía lamentarse y aplicar medidas torpes, débiles y a destiempo. Nunca un Gobierno de nuestro país desaprovechó tan lamentablemente un capital electoral como el que Mariano Rajoy recibió en 2011, mayoría absoluta en el Congreso y en el Senado, la presidencia de trece Comunidades Autónomas y la alcaldía de cuarenta capitales de provincia. Tan formidable maquinaria ejecutiva, legislativa y administrativa fue miserablemente dilapidada en una inacción dolosa hasta su completa disipación. Una oportunidad semejante para marcar un rumbo firme y renovado para nuestro país bajo los principios de la libertad, la eficiencia, la fortaleza institucional, la unidad nacional, la competitividad y la moralización de la vida pública, no se volverá a presentar en mucho tiempo. Signos de la alarmante decadencia de nuestra sociedad son que el Gobierno de la Nación se apoye en los mayores enemigos de ésta para su estabilidad parlamentaria, que una ministra anuncie que va a acabar con la cláusula de conciencia de los médicos en el mejor estilo nazi, que el ministro de la Presidencia se reúna con Bildu para recibir comprensivo su alarma sobre los delitos de odio, que Pedro Sánchez se siente amigablemente y con ánimo receptivo a una mesa con los secesionistas para discutir relajadamente sobre la liquidación del orden constitucional y que Rajoy siga siendo convocado a participar en actos del PP.
Han de empezar a preparar los proyectos de ley y los decretos necesarios para en los primeros tres meses de la futura legislatura darle la vuelta al desastre actual como a un calcetín
La situación en la que se encuentra nuestra desdichada y multisecular Nación no admite el business as usual ni la paciencia cómoda de esperar a que el cadáver de nuestro enemigo pase ante nuestra puerta. Requiere coraje, voluntad, convicción y activismo sin pausa. Ahora que prácticamente todas las encuestas, salvo las bromas que eructa periódicamente el CIS, predicen la posibilidad real de un cambio del signo de la mayoría en las próximas elecciones generales, las formaciones que previsiblemente la conformarán han de empezar a preparar los proyectos de ley y los decretos necesarios para en los primeros tres meses de la futura legislatura darle la vuelta al desastre actual como a un calcetín. Si aguardan a llegar a La Moncloa para empezar a pensar qué conviene hacer, se repetirá el aciago fracaso de hace tres años. En este punto cabe preguntarse los motivos por los que el Partido Popular se impone el gran trabajo que conlleva una Convención en seis ciudades distintas, decenas de mesas redondas, exhibición de figuras estelares foráneas y trasiego de dirigentes de acá para allá, en lugar de celebrar un Congreso como Dios manda con ponencias serias, debate de ideas enriquecedor, compromisos explícitos y una agenda programática que oriente al electorado de cara a los acontecimientos que se dibujan a medio plazo. En otras palabras, por qué un desfile de modelos con pasarela roja y photo opportunity incluidas en vez de un cónclave solemne del que emane un mensaje nítido que inspire confianza, que gane credibilidad, que despierte esperanza y que aclare el horizonte. Los caminos de Génova 13 cuando no son erráticos son inescrutables.
Dicho todo lo anterior, resulta que yo soy uno de los invitados a esta kermesse más festiva que heroica y se puede pensar que en consonancia con lo expuesto en este artículo debería haber declinado la oferta. Sin embargo, he aceptado por tres motivos, el primero la buena educación, el segundo la amistad y el afecto que siento por la persona que me consta ha movido los hilos para que se me incluyera en la lista de ponentes y a la que no quiero desairar y el tercero la obstinada ilusión de que aquello que me dispongo a explicar el martes que viene en Valladolid no caiga en terreno completamente baldío. Se me puede reprochar que esta última razón revela una ingenuidad injustificada a partir de mi dilatada experiencia previa en estos menesteres, pero si los que han optado por abrirme esta tribuna asumen el riesgo consiguiente, bien puedo yo cargar con la posibilidad real de que mi esfuerzo para que se entienda por fin la diferencia entre una alternancia y una alternativa sea reiteradamente inútil.
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