Rivera lo tiene más fácil. Ni rojos ni azules. Ni de derechas ni de izquierdas. Ni frío ni calor. O sea, cero grados. Lo de Abascal pinta más sencillo: la patria, sin adjetivos. Quien se encuentra ante un endiablado jeroglífico es Casado: armar la casa común. Aunar a PP, Vox y Ciudadanos en un armonioso triángulo. El PP, naturalmente, quiere ser la hipotenusa del triángulo. El lado más largo del polígono. El líder, el que manda, “el primer partido de España”.
Aznar le da consejos. Como casi todo lo primoroso de este país, él ya lo hizo antes. Con una ventaja. En los noventa no había ni naranjas ni Pelayos. Toda la derecha era suya. Reclutó a Álvarez Cascos de entre las filas de Fraga y el ‘general secretario’ le desbrozó la derechona en un plis-plas. Los ‘siete magníficos’ se convirtieron en los siete enanitos. Aquel campo de Agramante postfranquista quedó reducido a una plácida balsa.
Casado, que es intrépido y valiente como un Orlando Furioso, se ha lanzado a la aventura de reunificar (‘coser’ le dicen) el centroderecha. A recomponer el jarrón de todo lo que está a estribor del PSOE. Rajoy lo dejó hecho añicos. En la Convención de Ifema, el presidente del PP desveló sus planes. Liberal por arriba, conservador por abajo, centrista en laborable, radical los feriados y reformista según la hora. Fue una intervención profusa, extensa y memorable. “Un antes y un después”, coreaba su equipo.
-¿Pero, en resumidas cuentas, qué ha dicho?, comentaban los anonadados militantes.
-Que traeremos la ‘libertad’ (30 veces pronunció la palabra) y que hay que trabajar mucho. ¿Te parece poco?
Casado tiene su propia fórmula, que no todos entienden. ¿Cómo se casa a los que aplauden a Aznar con los que jalean a Rajoy?
Casado es como el auriga de ese carro, algo desportillado, llamado PP. Tenía cuatro caballos. Los dos de delante han tirado cada uno para un lado. Le queda una pareja. Poco tiro para tan arduo viaje. Necesita recuperar los otros dos. Al menos, durante un tiempo. Como en Andalucía. Lo difícil es repetir la proeza a escala nacional. Los anclajes del trasto se resienten, las junturas se desencajan, las ruedas chirrían. Hay que dar alcance a los caballos huidos sin que el carruaje se descoyunte.
En ello está. “A lo Reagan”, dicen algunos. “A lo Tony Blair”, apuntan los otros. Casado tiene su propia fórmula, que no todos entienden. ¿Cómo se casa a los que aplauden a Aznar con los que jalean a Rajoy? ¿Cómo a los que defienden la ley del género con los que no? ¿Cómo a los que babean con el Estado autonómico con los que lo pretenden dinamitar?
Todos tienen, cómo no, algunos puntos en común. La unidad de la Nación. Pero ese cantar ya lo entonan con furia en Vox
Todos tienen, cómo no, algunos puntos en común. La unidad de la Nación. Pero ese cantar ya lo entonan con furia en Vox. Y hasta cantan el himno de la Legión en sus mítines. Y el PP, en su momento, desafinó. Le salió un 155 enclenque, raquítico. Pues la regeneración. Pero ahí es Rivera quien da el do de pecho. Y el PP tiene a Villarejo en los talones. ¿Entonces?
La respuesta está en el viento, como cantaba la simpática orquestina que animaba los ratos muertos de la Convención. Mejor dicho, está en el discurso programático de 22 páginas con el que Casado obsequió a su parroquia. No despejó muchas dudas. Pese a la entrega y admiración que se apreciaba en sus filas, más bien cundió un leve desconcierto. Feijóo tampoco ayuda mucho. Si por él fuera, el PP no superaría la fase del complaciente ombliguismo.
Habrá que intentarlo. Por el bien de España. “Cuanto menos PP, menos España”. Eso todo el mundo lo tiene claro. O sea, que a crecer. ¿Hacia la derecha, hacia la siniestra? ¿Hacia el centro?
Bien sencillo, concluyó un militante de Cuenca. El PP es como el turrón. Lo hay duro y lo hay blando. Pero es turrón. ¡A por ellos!
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