Tres diputados de un total de 135. Eso es lo que tiene actualmente en el Parlamento de Cataluña el Partido Popular, la fuerza más votada de España y la que ostenta el poder en todas las comunidades autónomas salvo en tres. Si no hubieran hecho campaña electoral y hubieran presentado como candidato al gato del vecino de Alejandro Fernández el resultado hubiera sido el mismo o puede que algo mejor. Génova tuvo que empeñarse mucho para conseguir un resultado tan malo porque, en cuanto se descuidaban y cerraban el pico un rato, por pura inercia subían un par de escaños.
Hizo falta que el propio Pablo Casado apartara por un momento de su enfebrecida mente su desesperada guerra sin cuartel contra Isabel Díaz Ayuso y concediera una entrevista a Jordi Basté absolutamente magistral a la hora de terminar con las posibilidades de la candidatura popular. Entre otras cosas, dijo que le daba igual que en los balcones hubiera banderas españolas o esteladas, y de un plumazo terminó con las ganas de votarles de los últimos de Filipinas. Un poco más a la derecha, otro partido supo aprovechar los tiros en el pie que tan a gusto se da constantemente el PP. Las piedras que les llovían en todos los pueblos de mayoría independentista acabaron por convencer a muchos de que más vale votar a un valiente que a un tonto. Y para pasmo del personal del palacio de la Ciudadela, fueron once los diputados de Vox que tomaron posesión de las oficinas situadas en el desván del edificio, donde fueron relegados como si fueran la Cenicienta del cuento.
Los viajes a Barcelona son siempre a los Círculos, ya sea de Economía o Ecuestre, y en las cenas privadas con las que les agasajan en las grandes casas de los barrios altos de la ciudad cuando terminan los actos oficiales
Hubiera sido lógico imaginar que algo habría aprendido el PP de este fracaso absoluto, y que se habría puesto a trabajar inmediatamente para desarrollar, con cuatro años de legislatura por delante, un proyecto y una actitud que volviera a convencer a su quemadísimo electorado. Pero, siendo el PP lo que es, habría sido lógico pensarlo, pero también absurdo. El problema es que a los que mandan en la dirección nacional no les gustan sus votantes catalanes ni se identifican con ellos. Los viajes a Barcelona son siempre a los Círculos, ya sea de Economía o Ecuestre, y en las cenas privadas con las que les agasajan en las grandes casas de los barrios altos de la ciudad cuando terminan los actos oficiales, y allí se dedican a cortejar a los grandes burgueses con los que se identifican socialmente pero que jamás les votarán. El PP sigue sin entender que cada contacto con la oligarquía barcelonesa le aleja de su electorado sin remedio. No dudo de que las relaciones que entablan en esos ambientes les resultan muy gratificantes en la esfera personal, que se lo pasan en grande en los suquets y en las verbenas y que simpatizan más con los millonarios independentistas que con sus electores de Hospitalet o de Artesa de Segre, pero nadie vino a la política a hacer amigos.
Aragonès ha convocado elecciones por sorpresa y el PP se encuentra, a un mes vista, con los deberes por hacer, sin haber celebrado su congreso regional y sin un candidato oficial. Cuando ya deberían llevar años pateando cada pueblo, de Sant Guim de Freixenet a Tremp, de Maials a Centelles, de Viella a Amposta, a apoyar a los cuatro héroes locales que mantienen las siglas vivas en cada pueblo y a darles ánimos, dándose a conocer, explicando sus propuestas, negándose a ceder ni un palmo dd territorio sin dar la batalla al independentismo insaciable. No es fácil ni tampoco cómodo. Tomarse un vino en un bar hostil en la Cataluña profunda no es lo mismo que una gran cena en Barcelona, pero así se recupera el espacio y la confianza perdidos. Con esfuerzo, con trabajo, con determinación. Justo con todo lo que les falta.
Ahora, y para desespero del votante, las mentes pensantes del PP han sacado el telescopio y se dedican a contar estrellas de Ciudadanos, sin acabar de enterarse que esa luz que perciben llega cuando el astro que la manda ya está muerto. Ciudadanos nació en Cataluña y aquí murió cuando traicionó al electorado que le dió la histórica victoria del 17, y las negociaciones en las que andan enfangados, en vez de estar trabajando de verdad en la campaña sobre el terreno, no pasan de ser formas de asegurar el futuro económico de los supervivientes del partido zombie, algunos meritorios y otros de terrible trayectoria y máxima toxicidad en las urnas.
Si se dejaran de monadas con el difunto Ciudadanos y nombraran de una vez a un candidato que se fuera por los pueblos con un megáfono, un mensaje y una convicción, no tendrían techo
Siempre haciendo lo fácil y procurando evitar lo difícil, el PP crecerá porque es imposible no hacerlo. Por lo menos podemos estar seguros de que Feijoó no concederá una entrevista a lo Casado para acabar de dar la puntilla a su candidatura, y, partiendo de los tres diputados que tiene, la propia inercia del momento político les llevará a añadir unos cuantos más. Pero si de verdad se lo creyeran, en las actuales circunstancias, con el goteo permanente de la insoportable corrupción socialista y sus inaceptables concesiones a los golpistas, y se dejaran de monadas con el difunto Ciudadanos y nombraran de una vez a un candidato que se fuera por los pueblos con un megáfono, un mensaje y una convicción, no tendrían techo. El votante, tantas veces herido y traicionado, está deseando que le convenzan para volver a tener un mínimo de ilusión. Y aunque resentido, iría a votarles en mucha mayor medida de la que se imaginan. Porque al final, ese es el problema. Si el PP no se lo cree, como vamos a creérnoslo nosotros, los que deberíamos votarles.
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