Ya estamos en junio y los datos económicos que nos llegan siguen siendo buenos en empleo pero malos en cuanto a crecimiento e inflación. Como ya explicamos es una situación extraña que se creen puestos de trabajo a la vez que convivimos con esa sensación de crisis económica tanto en España como en la Eurozona. El último jarro de agua fría ha sido la publicación de los IPC adelantados de mayo (la cifra definitiva aún tardará un par de semanas, aunque no diferirá mucho) que superaron las ya de por sí altas expectativas. Un 8,1% en la Eurozona supone un nuevo récord histórico, y lo peor es que pocos apuestan que ese sea el techo. Pero también hay noticias positivas: China parece haber doblegado el pico de la última ola de covid y ha comenzado a eliminar las restricciones a la movilidad impuestas en ciudades como Shanghái, los datos de empleo españoles fueron buenos y el 6,8% de tasa de paro en la Eurozona son mínimos históricos (aunque el 13,3% de España sea la tasa más alta de la UE).
De esta semana destacaría algo que ha pasado bastante inadvertido en los medios nacionales: el martes tuvo lugar una reunión entre el presidente Joe Biden y el máximo responsable de la Reserva Federal Jerome Powell. En un comunicado posterior Biden le hacía responsable de los niveles de inflación que registra el país y que han provocado una caída en su popularidad a pocos meses de las elecciones de medio mandato. Pocos minutos después, Janet Yellen, actual Secretaria del Tesoro, admitía en una entrevista televisiva que se equivocó cuando durante 2021 mantuvo que la inflación era tan solo un problema transitorio. Bien que por fin asuman sus errores si bien es preocupante que por temas electorales estén buscando culpables en lugar de soluciones.
Otro “arrepentido” es el BCE, que veía una inflación del 5,1% para 2022 en marzo y el próximo jueves es bastante probable que hable de un IPC en la eurozona superior al 7% este año, mientras que el resto de analistas ya están descontando que los máximos puntuales llegarán en el tercer trimestre. Un cambio enorme en tres meses: ya no hablamos de las expectativas que todos manejábamos antes de la invasión rusa de Ucrania de un máximo en el invierno y una bajada en primavera para una estabilización en niveles bajos durante el verano, sino de volver a elevar las previsiones que se realizaron después del inicio de la guerra. También se espera que BCE rebaje sus previsiones de crecimiento. Es decir, que ni la inflación era temporal ni este año va a ser el que dispare la recuperación en nuestra área económica. De hecho, el PIB de Francia -segunda economía de la Eurozona- se contrajo un 0,2% en el primer trimestre. Y eso que en nuestro vecino del norte el IPC está más contenido (+5,2%) por los topes gubernamentales en los precios del gas y la electricidad.
La UE alcanzó un acuerdo para prohibir la importación de petróleo ruso que llega por vía marítima, lo que representa unos dos tercios de todo el crudo que se importa actualmente de Rusia
Por supuesto la explicación -o excusa- que dan para este cambio de rumbo en los datos es la guerra en Ucrania y no el abuso de la política monetaria ultra expansiva durante años, con el error añadido de mantenerla durante la fuerte recuperación de 2021. Es cierto que Rusia ha conseguido tomar ya la mayor parte de las ciudades del este del país y tanto EE. UU. como Europa siguen enviando armamento cada vez más sofisticado a Ucrania, por lo que el conflicto podría prolongarse, incluso si se estabilizan los frentes. Además, esta semana la UE alcanzó un acuerdo para prohibir la importación de petróleo ruso que llega por vía marítima, lo que representa unos dos tercios de todo el crudo que se importa actualmente de Rusia. Aunque se ha mantenido al margen de este veto al petróleo que llega por los oleoductos para conseguir la necesaria aprobación de Hungría, el precio del petróleo impulsa aún más las expectativas de una mayor inflación. También hay que tener en cuenta que pagamos el crudo en dólares y al estar el euro débil respecto a la moneda estadounidense (explicable en su mayor parte por la mayor agresividad reciente de la política monetaria de la Fed) hace que aún nos salgan más caras esas importaciones.
Carburantes y alimentos siguen elevando la factura para unas familias que se van a ver obligadas a reducir consumo ante la pérdida de poder adquisitivo
En cuanto a España, el 8,7% interanual de IPC no es la mayor cifra que hemos visto este año pero eleva la cifra de abril (8,3%) y supone el segundo valor más alto en tres décadas. Y lo peor, ya se notan los llamados efectos de segunda ronda (consecuencia de la continuada subida de los precios de la energía y de los alimentos no elaborados), al dispararse la subyacente (que excluye esas dos variables más volátiles) al 4,9%, el nivel más alto desde 1995. Esta inflación es más preocupante porque es la que más cuesta reducir y está en clara tendencia alcista, lo que retrasará la vuelta a la normalidad que tantos aún creen llegará en 2023. De hecho, en mayo bajó la electricidad respecto a abril pero aún así, el IPC subió. El tope de precios del Gobierno se supone que propiciará que ese mes la luz vuelva a bajar respecto al anterior, pero carburantes y alimentos siguen elevando la factura para unas familias que se van a ver obligadas a reducir consumo ante la pérdida de poder adquisitivo, lo que seguro tendrá efectos negativos en el PIB… y en el empleo. Por eso no deberíamos confiarnos porque aún salgan buenas cifras en este apartado.
A esto hay que sumar que la ya descontada subida de los tipos de interés de BCE (la próxima semana anunciará el fin de las compras de deuda este mes y ya ha anunciado alzas de 0,25 puntos en julio y septiembre como mínimo) encarece las millones de hipotecas a tipo variable (la media mensual del Euribor de junio lo hará todavía más) y todo tipo de créditos, además del coste de financiación de la deuda de nuestras administraciones públicas y empresas. En resumen, vienen precios más altos y crecimientos más bajos, algo que muchos venimos diciendo hace meses. A ello hay que sumarle un notable empeoramiento de las previsiones según ha avanzado 2022, algo que, por cierto, volverá a hacer la próxima semana Banco de España. Ante esto, nuestro gobierno no sólo no reduce el gasto sino que eleva la presión fiscal y, por las noticias que llegan, tampoco está gestionando bien los fondos europeos. Da la sensación que su prioridad son las elecciones que vienen y no la salud financiera del país.
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