Sorprende la pastueña paciencia de los cronistas de la actualidad catalana ante los reiterados insultos de los manifestantes independentistas. “Prensa española, manipuladora” surge como un bordón cada vez que distinguen una cámara o un micrófono no propenso a la manada y lo soportan con un estoicismo que contrasta con la agresividad del increpador. Y no acaba ahí la cosa, luego viene el asalto a las imágenes, los improperios y como cierre el lanzamiento de objetos que van desde botellas a escupitajos. Informar en Cataluña y más hacerlo en directo es una actividad de alto riesgo.
Me temo que no se trate de un ejercicio personal de yoga periodístico sino una consigna de los poderes mediáticos. Pase lo que pase, haz como si no te enteras. El hecho de que no se denuncie y que los propios protagonistas asuman un papel de víctimas propiciatorias me hace sospechar que lo deben considerar sus jefes como una de las obligaciones profesionales.
Nadie dice nada salvo el violento que aplica la ley de la manada y eso hace un flaco servicio a la información porque trata de taparla con su silencio y su paciencia. Los periodistas en Barcelona o le ponen buena cara a la agresión o han de babosear las “alcachofas” para que no se las quiten. Pero, por lo demás, no pasa nada, como si fueran gajes del oficio. No nos damos cuenta de que el valor de la información que suministran ha pasado por el brutal tamiz de quienes están a tu lado y pueden hacerte comer el micrófono sin que la cámara lo grave.
Esta tortuosa manera de informar sobre actos y manifestaciones no tendría razón de ser si existieran “servicios de seguridad”, como había ocurrido en otra época. Pero la despreciable categoría del energúmeno hace tiempo que se ha disuelto entre la multitud convertida en mesnada de convictos de la fe y frente a las verdades de fe, ésas que no necesitan verificación, no hay posibilidad alguna de entrar en dialécticas ni objetividades.
Pero detrás del “prensa española, manipuladora” hay más que un exabrupto de fanático, está la creencia en que hay dos ”prensas”, la española y "la nostra”. La española la conocemos desde hace décadas pero "la nostra” cuál es. Primero, estamos tratando una entelequia porque el vocero de “la nostra” no lee prensa alguna, a lo más que alcanza es a seguir las redes y las redes antes de ser informáticas eran un artilugio para pescar 'merluzos'. Sin embargo la prensa nostra existe, ya aparezca en papel, en digital o en imágenes, y con mucha diferencia de la otra, vive de los fondos públicos. Usted puede seguir los vaivenes de las subvenciones de la Generalitat si tiene el vicio inexcusable de ver TV3 –la nostra por excelencia-, leer Ara, que tanto me recuerda al Egin de Euskadi en sus primeros años, cuando colaboraba Fernando Savater, Javier Sádaba y otros talentos de la inteligencia académica y radical. O echarle el ojo al incombustible La Vanguardia, con más de un siglo de mayordomía al servicio del poder, fuera el que fuera, incluso a varios al tiempo.
¿Qué es lo que manipula la prensa española sobre Cataluña? Tendríamos primero que entrar en las variantes políticas de la prensa española y sus canales de comunicación, pero si hay algo en lo que coinciden los que conozco es la sensación, jamás asumida por ninguno de manera implícita, de que los años de Jordi Pujol en la Generalitat fueron un oasis de benevolencia que rozaba la complicidad. Fue 'Español del año' en el infausto ABC y con esta dosis de “abeceina” -palabro que inventó el gran descubridor semántico que fue Rafael Sánchez Ferlosio- se le convirtió en españolista fetén.
Lo que hizo ABC con Pujol, de lo que ahora se lamentan tanto como olvidan, lo hubiera podido suscribir cualquier otro periódico, puesto que el veterano diario de la mañana, entre conservador y reaccionario, marcaba el límite de los medios de la derecha hispana que ahora reprueba el pasado pujoliano después de admirarlo por su capacidad para facilitar los negocios y por sus modos de achicar a la izquierda catalana hasta convertirla en esas palomas urbanas que hoy son; molestas porque gastan mucho en alimentación y espacio, y engorrosas porque ensucian allí donde se posan. Pujol había conseguido el sueño de Cambó. ¿Monarquía? ¿República? ¡Cataluña!, un trampantojo que se vino abajo con una corrupción que emulaba a la del PP y un funcionariado adicto que bienvive bajo las siglas del PSC. Pujol para la prensa española fue un genuino patriota, le bastaba ser tan amante del poder, de la familia y del dinero, como ellos.
Aquellos que querían ser nórdicos acaban de aceptar como veraz que el president Torra se haga un 'sketch' que escenifique sus llamadas frustradas a Sánchez
Si tenemos en cuenta que hoy vale más un tuit que un artículo entenderemos la obsesión independentista por acabar con las molestias que les causa la disidencia marginal. Su premisa: “Que no vengan a meter la nariz en lo nuestro”. Si toda manifestación en los últimos días empieza en un acto ilegal -interrumpir la vida urbana o las comunicaciones- y termina en un aquelarre con brujas de diseño, eso es culpa de los infiltrados que nos manda el enemigo. Para creérselo no sólo se necesita una fe de carbonero sino también que te lo jaleen en las redes. Son argumentos que no había escuchado desde los últimos días de Ceacescu en Rumanía y de Hoxa en Albania. En el franquismo se decía “los enemigos de España”.
Aquellos que querían ser nórdicos acaban de aceptar como veraz que el president Torra se haga un sketch que escenifique sus llamadas frustradas a Sánchez pidiendo una imagen, una escena, para esa parroquia que, como él, necesita ver para creer. Como en los cuadros de iglesia.
¿Acaso si fuéramos medianamente objetivos no haríamos sarcasmo de los jefes del empresariado catalán, recién reunidos, que ahora exigen a los políticos “ponerse las pilas”? ¡Pero si la manada fue suya cuando todo era una gran manipulación! No tienen ni vergüenza, ni memoria.
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