Opinión

De nuevos censores y viejos periodistas (españoles e ingleses)

Mientras en España se quiere aprovechar la derogación de la Ley de Secretos Oficiales para limitar el acceso a la información, en Inglaterra la prensa ‘seria’ busca culpables fuera de la isla

“El anteproyecto de ley de información clasificada es una barbaridad”. Pido disculpas por iniciar este artículo con comillas, pero como la frase es de un magistrado del Tribunal Supremo solicito benevolencia. Sigue su señoría: “Si no se modifica el texto que conocemos, un sargento de los Mossos podrá solicitar que se catalogue como confidencial o restringida cualquier información que, a su juicio (o al juicio del consejero o del presidente de la Generalitat, o de un amigo de uno u otro, esta morcilla es mía) merezca ser enterrada durante años bajo el peso legal de un sello que reproduzca los términos “confidencial” o “restringido” (el de “Secreto” y “Alto secreto”, relacionados con asuntos que en esencia afecten a la seguridad nacional, son de exclusivo uso del Gobierno del Estado).

Artículo 33 del anteproyecto: “Toda persona física o jurídica que, sin necesidad de conocer, tuviera acceso por cualquier medio a información clasificada deberá guardar absoluta reserva de su contenido y no la divulgará ni hará pública. Deberá, asimismo, entregar dicha información clasificada con la mayor brevedad posible a la autoridad o funcionario público más próximo”. Las sanciones a quien se salte esta norma alcanzan los 3 millones de euros, cantidad más que suficiente para, en no pocos casos, cerrar, por ejemplo, un periódico molesto o situarle en trance de dudosa viabilidad.

El Gobierno insiste en que eso no va a ser así, que una ley no puede contravenir el derecho constitucional a la información. Pongamos que sea así; o pongamos que, llegado el caso, el Tribunal Constitucional termine dando la razón al medio aplicando la preeminencia del derecho fundamental a la información. ¿Y mientras tanto? ¿Cuántos años de presión política y judicial habrán de soportar periódico y periodistas hasta lograr el amparo de la ley? ¿Cuántas informaciones “molestas” podrán ser tapadas legalmente por la sola voluntad de los gestores políticos, que a partir de ahora incluirán a altos cargos de las comunidades autónomas?

Diga lo que diga Bolaños, el anteproyecto de ley de información clasificada no protege el derecho ciudadano a la información, lo debilita; no fortalece la libertad de prensa, la coarta

Lo más inquietante del anteproyecto de ley destinado a sustituir a la Ley de Secretos Oficiales de 1968 son sus efectos colaterales sobre el derecho a la información. El anteproyecto de ley incrementa el número de autoridades que pueden frenar el conocimiento público de una información relevante, rebaja por tanto la entidad de las materias que pueden ser clasificadas y, en última instancia, promueve a través de una evidente vocación disuasoria, sanciones incluidas, la aplicación de facto de la censura previa. Diga lo que diga el ministro Bolaños, en público o en privado, el anteproyecto de ley de información clasificada no protege el derecho ciudadano a la información, lo debilita; no fortalece la libertad de prensa, la coarta.

Estamos ante un nuevo intento de reducir los márgenes de libertad de los medios de comunicación en favor del poder político; ante una nueva concesión a los nacionalismos periféricos y la tentativa de frenar el crecimiento de nuevos medios de comunicación; de los que no arrastran deudas insalvables y no se someten con facilidad; de los que tienen la oportunidad, y la obligación, de hacer lo que esté en su mano por recuperar la credibilidad perdida. Se me dirá que este es un tema menor, que importa poco al ciudadano de a pie que no llega a fin de mes, que es cosa de periodistas. Y quien así opine quizá tenga razón. Pero no del todo. Ya me gustaría a mí que, al menos, fuera cosa de periodistas.

Las odiosas comparaciones de The Economist

Un ilustre colega, siempre atento a lo que ocurre fuera de nuestras fronteras, reseñaba hace unos días la portada de The Economist en la que la ex premier británica Liz Truss aparecía caracterizada de legionaria romana con una pizza tricolor por escudo y un tenedor con un perfecto ovillo de spaghetti en su extremo dentado, en lugar del reglamentario tridente. El titular que acompañaba la caricatura era igualmente imaginativo: “Welcome to Britaly”. Los medios anglosajones siempre han tenido una rara habilidad para explicar los desastres provocados por sus gobernantes sacando a relucir los trapos sucios de los demás, una exasperante costumbre que rezuma un complejo de superioridad cada vez más difícil de justificar.

Ya se cebaron con España en 2008, cuando, como también recordaba el colega, el mismo semanario reprodujo en la cubierta la silueta de un toro bravo con un cuerno astillado y la leyenda: “España, la fiesta ha terminado”. En el interior, un puñado de páginas explicando, ciertamente con sobrados argumentos, la desastrosa situación de nuestra economía y la ineptitud de unos gobernantes que estuvieron cerca de empujarnos a un muy doloroso rescate. Pizza y spaghetti; toros, siesta y olé. El tópico descalificador utilizado para poner en su sitio al alumno atrasado, al subalterno. ¡Qué enfermiza obsesión por buscar fuera notorios casos de estupidez para explicar la estupidez interior!

Los medios ‘serios’ británicos han vuelto a demostrar una rara habilidad para explicar los desastres provocados por sus gobernantes sacando a relucir los trapos sucios de los demás

Hablamos de la llamada prensa “seria”, nada que ver con los tabloides que inventaron el populismo mucho antes de que este ocupara los espacios que ahora ocupa en el territorio de la política; hablamos de la misma prensa que no fue capaz de desmontar las mentiras del Brexit, trató con guante de seda a Nigel Paul Farage, ayudó a que se hiciera con el poder un bufón inconsistente como Boris Johnson y ahora, desde su elevada atalaya, se lame las heridas presentando a la Italia de Mario Draghi, que hereda Giorgia Meloni, como el espejo en el que jamás se debe mirar para salir del pozo la Inglaterra de Carlos III y Rishi Sunak.   

Italia está nerviosa, dice el colega. No, la que está nerviosa es Gran Bretaña. Y su oxoniana y exquisita prensa. Italia lo que está es cabreada, porque el mensaje que trasciende de la cubierta de The Economist es que siendo cierto que el Reino Unido está mal, podía ser peor, podías ser italiano. Pero se equivoca. Hay algo mucho más grave: podías ser el hazmerreír de Europa. Podías ser votante del Partido Conservador británico. Podías ser inglés.

La postdata / Varela, los vencedores y los vencidos*

Ignacio Varela acaba de publicar libro. Sobre cómo Felipe González refundó el PSOE, según reza el subtítulo. Lo presentó el martes en Madrid, y las últimas palabras de la intervención con la que Varela cerró el acto fueron más o menos estas: “No es lo mismo gestionar el poder para cambiar la sociedad que para mantenerse en el poder”. No aclaró si estaba pensando en alguien, pero recibió una sonora y duradera ovación. Transcribo aquí dos sugestivos párrafos que, a mi juicio, concentran en muy pocas líneas el espíritu de la obra (páginas 25 y 26):

“En realidad, la muy original vía española de acceso a la democracia fue un éxito resultante de un doble fracaso: el de los franquistas en el intento de prolongar la vida del régimen más allá de la del dictador, y el de los antifranquistas en derribar a la dictadura. Sólo cuando ambos bandos metabolizaron lo inviable de su pretensión inicial se abrió el camino hacia la solución.

Puede decirse de forma más lírica: el tránsito a la democracia se hizo posible cuando los hijos de los vencedores de la guerra comprendieron que la convivencia valía más que su victoria y los hijos de los perdedores aceptaron que la libertad valía más que su revancha”.

*’Por el cambio. 1972-1982: Cómo Felipe González refundó el PSOE y lo llevó al poder’. Ignacio Varela. Ediciones Deusto.

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