Opinión

Cuando la prensa histérica mata al personal antes de que se muera

La prensa aniquila con una facilidad pasmosa. No sólo porque en incontables ocasiones decide obviar la presunción de inocencia y aplicar la pena capital de telediario, sino porque hay veces que decide dar por muerto a alguien que

La prensa aniquila con una facilidad pasmosa. No sólo porque en incontables ocasiones decide obviar la presunción de inocencia y aplicar la pena capital de telediario, sino porque hay veces que decide dar por muerto a alguien que todavía respira, come, habla e incluso pontifica. No hay que ser injusto, dado que esta capacidad destructiva no sólo la tienen los medios de comunicación. En enero de 2016, el Ministerio de Cultura anunció la entrega de la Orden Civil de Alfonso X El Sabio a Iñaki Gabilondo. A título póstumo. El periodista todavía está vivo.

Todos fallamos con los vivos y con los muertos, incluido el que firma estas líneas, que ha tenido meteduras de pata lamentables. Es posible ser engañado o que la realidad camine por unos derroteros distintos a los que la lógica parecía indicar. A veces, es fácil caer en el error. El País llevó en su día en portada una fotografía de Hugo Chavez agonizando cuando el comandante se encontraba 'más para allá que para acá'. Pero no era él. La imagen se correspondía con un señor que se le parecía.

La prensa mata a veces a los vivos y hace unos días sucedió con Mino Raiola, que es un representante de futbolistas -como el noruego Haaland- cuya salud se torció en las últimas semanas hasta su deterioro definitivo, que sucedió el sábado, cuando murió. Los medios italianos adelantaron la noticia el jueves y a los pocos minutos, cuando la prensa de todo el mundo se había hecho eco del deceso, el muerto golpeó la tapa del ataúd y tuiteó: “Estado de salud: cabreado después de que me hayan matado dos veces en cuatro meses”. El muerto estaba vivo. Todavía. Le quedaban un par de días de vida… pero en puridad no había fallecido aún. O eso parece indicar todo…

Como los egos son tan abundantes en el periodismo, no hubiera sido extraño que alguien hubiera reivindicado la exclusiva el día en que llegó el turno de Raiola. Este tipo de ataques de soberbia suceden muy a menudo en los medios; y no sólo con la muerte. Es común que un periodista agarre la escopeta, mueva el gatillo, dispare un cartucho de perdigones y tan sólo 1 de los 30 impacte en su objetivo. Entonces, seguramente publicará: “Ya adelanté que esto iba a pasar”. Aunque hubiera publicado que iba a ocurrir una cosa y la contraria. Era evidente que Felipe de Edimburgo iba a morir tras un buen tiempo vivo. También que el río de Mino Raiola iba a desembocar tarde o temprano en el mar. En unas horas, unos días… o unos meses. Lo suyo sería informar de su muerte a hechos consumados. Pero bueno, nadie es perfecto.

La histeria del periodismo

Todo el mundo se equivoca e incluso habrá quien monte teorías de la conspiración sobre la muerte, resurrección y muerte mediática de Raiola. Por ese orden. Pero ésa no es la principal cuestión en este caso. La clave se encuentra en la dinámica que han adquirido las redacciones periodísticas desde la aparición de los diarios digitales. Estos centros de trabajo están dominados por una especie de histeria absurda que lleva a sus efectivos a prestar más atención en las publicaciones de la competencia que en las suyas.

Los periodistas agarran el teléfono móvil nada más abrir el ojo, por la mañana, para consultar las portadas de sus diarios competidores. A veces, por curiosidad; a veces, por miedo; y, a veces, para preparar la excusa que necesitarán para justificar su descuido sobre un tema relevante. Su trabajo empequeñecerá -o será anulado- en el momento en que un competidor haya revelado una noticia mejor. ¿Le importa al lector? Seguramente, no, pero aquí no se trata de trabajar por el interés general, sino por el ego. Y por la competitividad mal entendida. Y no conozco a muchos que la entiendan bien.

Esa dinámica provoca que todos los periódicos quieran publicar artículos sobre todo lo que ocurre, tanto en Madrid como en Pekín, lo que ha desnaturalizado a la prensa, pues las portadas de los medios digitales se llenan cada día con noticias replicadas que no han sido confirmadas en una buena parte. Así que si un medio italiano dice que ha muerto un representante de futbolistas, simplemente se da por bueno. Y como la inmensa mayoría de los medios -por no decir todos- tienen el mismo defecto, el error de un periodista en Moscú puede provocar un tornado en Nueva Zelanda. Y la falsa noticia de un fallecimiento ser replicada en cuestión de minutos por cientos de medios. Todos ellos, de gatillo fácil. Y todos ellos, llevados por la histeria incontenible.

Detrás de esto se encuentra la malsana obsesión por figurar en las primeras posiciones del buscador de Google -la esclavitud de la empresa colonial- y por ganar peso en las redes sociales. Todo ello, para que el contador de visitas a las ediciones digitales marque un dato lo más elevado posible. Ése es el objetivo. Por eso no importa que Mino Raiola siguiera el jueves vivo, que la temible tormenta no descargue en la ciudad; o que la Tercera Guerra Mundial todavía no haya llegado. Si fallamos, siempre queda la opción de rectificar. El resultado no será malo si atrae lectores a los periódicos.

Una gran parte de las cabeceras anunciaron hace un par de años la puesta en marcha de muros de pago para huir de estas prácticas, a las que se denominan clickbait. Pero, a la hora de la verdad, todos siguen haciendo lo mismo. Por eso tiene tanta importancia que Elon Musk compre Twitter. Porque cada vez más gente acude a las redes sociales para informarse, ante el descrédito, ganado a pulso, de los medios de comunicación. Y por eso hoy los buenos periodistas -superados por la histeria de su entorno- son situados al mismo nivel que los mamarrachos que se han hecho famosos en las redes sociales alarmando y lanzando mensajes extremistas.

Así nos va. Y que nadie malinterprete estas líneas: quien firma esto, tampoco está libre de pecado. Ni mucho menos.

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