Las primarias en el PP se han colocado en el escenario más difícil para la elección de un equipo dirigente. Todas las facetas son campo de batalla: las personales, las estratégicas y las ideológicas. Es más, está en juego el tipo de partido y de liderazgo y, por ende, su actitud en una vida parlamentaria complicada por el Gobierno más débil en el pulso más grave al régimen. En consecuencia, no se trata solo de la responsabilidad ante una militancia y unos cargos públicos, sino el compromiso con cuarenta años de democracia.
En esa tesitura, sobra uno. Si no son capaces de ponerse de acuerdo para un debate que clarifique a los afiliados y al electorado cuál es su proyecto para España, difícilmente podrá llegarse a una candidatura de unidad antes del congreso. De esta manera, es lógico pensar que la elección de una candidatura debería suponer el prescindir de la otra, de su equipo, ideas y tácticas. El motivo es que no es compatible la existencia de dos almas contrapuestas ante un tema histórico y crucial como es el golpismo independentista. Esto se ha visto en el Partido Conservador británico, donde la diferencia entre el Brexit blando de May y el duro de Johnson ha generado una crisis de gobierno, debilitado el liderazgo de la premier y dividido a sus huestes.
Lo decisivo es si el PP apuesta por la renovación o por una promesa de corrección del ‘marianismo’, caminos que es imposible que se conviertan en uno solo
En el caso del PP, Soraya dice contar con el apoyo del aparato: esos dirigentes autonómicos y provinciales que transmitirán la orden a esos compromisarios que ellos pusieron en las listas. Suman, además, la tendencia a votar al poder, o a quien da la sensación de manejar la zona de incertidumbre; es decir, la decisión arbitraria de cargos y presupuestos. Si en el congreso del PP triunfa la candidatura de Soraya, el mensaje que intentarán transmitir será que los compromisarios han cumplido el mandato de la militancia; aunque, en realidad, solo obtuvo poco más del 30% de los votos, con 1.542 sufragios de diferencia con Casado.
Es justo a este empate técnico a lo que se aferra la otra candidatura: el frente anti Soraya, la agregación de todos los que quieren retirar a quien consideran culpable de la caída en picado del PP. Por eso, la idea de la unidad esgrimida por Sáenz de Santamaría funciona mejor al otro lado, con García Margallo, José Ramón García Hernández y, sobre todo, Cospedal. Si Casado consigue la fidelidad de los delegados identificados con estos candidatos, tendrá que prescindir de Soraya, no solo por liderar un proyecto homogéneo, sino por el compromiso con sus aliados.
La victoria de Sáenz de Santamaría, de tener lugar, se asentará en las estructuras forjadas en el PP durante la época de Mariano Rajoy. Son los personajes tecnócratas y posibilistas, dúctiles y oportunistas, y sobre todo fieles al aparato. Reclamaran su sitio y el apartamiento de los perdedores. Ya lo apuntó Soraya: “está en el ADN del PP que gobierne la lista más votada”. Los “sorayistas” gobernarán y el resto, el frente de Casado, tendrá que someterse o retirarse. De ser así, la parte más viva, liberal e ideológica, esa que comenzó a oscurecerse en 2008 tras el congreso de Valencia, será un recuerdo.
Si Soraya gana, el frente de Casado, y con él la parte más viva e ideológica del PP que ya perdió en el congreso de Valencia, tendrá que someterse o retirarse
Esto tendrá su influencia en el tipo de liderazgo. Casado es el prototipo de líder transformador, cuya persona va unida a un proyecto político y económico definido y finalista. Un discurso de este tipo tiene la fuerza de la ilusión y la esperanza, de remover las emociones, lo que es imprescindible en una opción que aspire al poder. La debilidad de este modelo es el miedo a que la defensa de una doctrina limite las posibilidades electorales; es decir, que el liberalismo espante al votante de mentalidad socialdemócrata y que, en consecuencia, no sirva para ganar elecciones.
Soraya pretende ser una líder conciliadora, soft, lenta, calculadora, al estilo de Rajoy, fundada en el diálogo y la cesión, en el acercamiento de posturas, sin más valor que la defensa de la legalidad. Es el viejo espíritu de Torcuato Fernández Miranda: “De la ley a la ley”. Esa ductilidad puede parecer útil para ser un partido “atrapalotodo”, pero genera mucha inquietud entre el electorado fiel, más apegado a los principios identitarios del partido, y carece de identidad, por lo que es sustituible por otra opción con mejor apariencia como es Ciudadanos. De hecho, esa actitud tan típica del marianismo no ha contribuido a mantener la fidelidad del votante, sino todo lo contrario.
En definitiva, lo que se dirime en el congreso es si construir un partido de oposición, duro, sistemático, doctrinario, que intente recuperar al votante que se ganó desde los 90, en un ambiente hostil, o una opción centrista y tecnócrata que no desentone en los tiempos marcados por socialistas y nacionalistas. Lo decisivo es si el PP apuesta por un proyecto de renovación o por una promesa de corrección del marianismo. Ambos caminos tienen sus riegos, cómo no, pero no convergen, no es posible que se conviertan en uno solo. Tendrán que prescindir de uno de los dos.
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