Opinión

Del presidencialismo a la democracia interna

En el presidencialismo del PP de Rajoy, y del resto  de partidos, está la causa última del mal funcionamiento de nuestro sistema político y del creciente desapego social hacia las instituciones representativas

El nuevo gobierno de Pedro Sánchez ha producido un brote de optimismo en la sociedad española, deprimida, e incluso desesperada, ante acontecimientos que la moción de censura hizo emerger parlamentariamente en aquellos días. En mi opinión, la clave del éxito de la censura no fueron tanto los fallos del gobierno de Mariano Rajoy, en asuntos como la corrupción de su partido, o los errores enormes en Cataluña, sino la ausencia sistemática de un verdadero debate parlamentario sobre problemas de alcance nacional.

El gobierno de Rajoy no fue capaz de animar a la sociedad española porque no quiso o no pudo liderar un debate sobre los problemas que padecíamos, y por lo tanto tampoco pudo ofrecer la esperanza de unas soluciones, que en cualquier caso tendrían que ser el fruto de grandes acuerdos políticos, como los del comienzo de la Transición.

Mariano Rajoy no comprendió que la investidura para alcanzar la presidencia del Gobierno exigía un debate previo, y en diciembre de 2015 renunció a ese debate ante el Rey. En su lugar, fue Pedro Sánchez quien lo llevó a cabo. Cuando hace unos días, más de dos años después, Sánchez abrió el debate para censurarle como presidente del Gobierno, Rajoy reaccionó de parecida manera: a pesar de que el debate se refería a él mismo, prefirió ausentarse del Congreso de los Diputados, encerrándose aquella tarde en un restaurante con sus más cercanos colaboradores.

El Gobierno en la Monarquía parlamentaria procede de un órgano o Cámara cuya función es decidir cuestiones de poder después de hablar o pronunciar discursos parlamentarios. En las repúblicas, como Estados Unidos o Francia, por el contrario, sus gobiernos no son elegidos por sus Cámaras parlamentarias. El presidencialismo del PP de Rajoy, lo mismo que el de los demás partidos políticos españoles, ha alterado el funcionamiento de nuestro sistema político, y puede que esto sea la causa profunda del desapego social con las instituciones representativas y con los políticos.

Tras años de concentración absolutista del poder, con Aznar y Rajoy, las mal llamadas ‘primarias’ pueden dificultar que el pluralismo interno alumbre la nueva naturaleza del PP

La singular situación que atraviesa ahora el PP es resultado de su presidencialismo. Si Rajoy hubiese ido a la cuestión de confianza, o hubiese dimitido durante el debate de censura, el PP no estaría en la presente mala situación. En un partido realmente parlamentario, un líder dimitido actuaría como Rajoy, volviendo discretamente a su vida privada sin condicionar la elección de su sucesor. Pero no es esa la situación de ese partido. El método de los contrapoderes internos, con el caso emblemático de Cospedal y Saénz de Santamaría, que caracterizó el estilo de Rajoy, acompañado, eso sí, por una unanimidad que anulaba cualquier debate ideológico, ha producido una explosión de candidaturas a sucederle. Los afiliados populares intuyen que los diversos candidatos no satisfacen sus actuales necesidades políticas. Hay nombres propios, y no sólo los de Alberto Núñez Feijóo y de Ana Pastor, que no se han atrevido a postularse como  candidatos, porque el presidencialismo impidió que su verdadera personalidad fuese conocida, más allá de su lealtad al dimitido presidente del partido y del Gobierno. Y ahora, la elección está condicionada sólo por lo que aparezca en los medios de comunicación, y lo que es más incierto, por la opinión teledirigida de los despachos de opinión y las redes sociales.

El PP tiene dificultades para que su Congreso acierte adaptándose a esta nueva etapa histórica. Las mal llamadas “primarias” pueden dificultar que el pluralismo interno alumbre la nueva naturaleza del PP, después del presidencialismo de Aznar y Rajoy. Y el pluralismo interno, ideológico en primer lugar, es ya una necesidad de la sociedad actual. Su reglamento para elegir a su líder, mediante el voto representativo de los compromisarios, en tanto corrige los defectos de la democracia directa de los afiliados, puede llegar a ser el mecanismo con el que el PP alcance una unidad interna, basada en el pluralismo, y contrario a un sectarismo partidario que ha malogrado siempre sus méritos como gobierno.

El clima actual de optimismo político debería servir para que el PP alcanzase acuerdos con el Gobierno de Pedro Sánchez. El presidente del Gobierno, gracias, entre otras novedades, a su acción y presencia externa, no sólo dará a España soluciones en perspectiva Europea y mundial, sino que tendrá que modernizar al PSOE en esa misma dirección. Contra lo que se pensaba hace bien poco, los dos grandes y antiguos partidos están ahora en condiciones de abordar el futuro, siempre que sean capaces de lograr ese mutuo consenso necesario. Entre otras cosas, porque los llamados nuevos partidos son igualmente presidencialistas, y admiten menos el pluralismo interno.

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