Todo había sido preparado como el gran espectáculo del mundo. El presidente descendía del pedestal para mostrarse a la ciudadanía como el hombre capaz de darle un vuelco al ánimo de los suyos y enseñar músculo a los enemigos que le habían demostrado que su gran circo dejaba entrever la penuria de sus instalaciones. Nada que ver con el sacar pechito de su exsocio Iglesias Turrión que se quedó encogido en mitad de la actuación. Lo suyo iba a ser algo imperial, con impacto, que por algo decían que Napoleón solía valorar en mucho a quien venía con una recomendación incontestable, la de la suerte. ¿Tiene suerte?, preguntaba al promotor del ascenso. Era condición imprescindible para las grandes hazañas y él tenía en su haber un catálogo de aprovechamiento de las oportunidades. Un oportunista con fortuna.
Abrió la campaña, como en los grandes desfiles, con dos maceros. El domingo, Carlos E(lordi) Cué anunciaba la llegada del Gran Salvador con una página en El País sobre el plan de la semana del “contraataque de Sánchez”, o lo que es lo mismo, “la gran presentación de un ambicioso documento que La Moncloa lleva preparando un año con 100 expertos españoles en todo tipo de disciplinas”. Cuando en España y desde el Gobierno se habla de expertos uno se pone a temblar, primero porque nadie sabe de dónde los saca y luego porque desaparecen sin que acabemos de enterarnos de si existieron o no, pero estamos seguros de que alguien cobró por el apaño. Y así el ferviente periodista añadía que se trataba de “economistas especialmente, aunque también expertos en educación, transición ecológica” y precisaba que “varios con cátedras en universidades extranjeras”; un digno detalle aldeano que califica con esa insinuación el deterioro del gremio académico hispano. He conocido unos cuantos lelos con estancias en universidades de mérito, desde Princeton a los honorables Oxford y Cambridge; expertos sobre todo en el arte de la cucaña y las revistas “indexadas”, expresión muy valorada en el putrefacto gremio académico español.
Incluso Berkeley, de donde nos viene y se va nuestro nunca suficientemente valorado Manuel Castells, un jeta con doble mérito: haber escrito un libro de “referencia obligada” y que nadie hasta la fecha reconoce haber leído, amén de dejar de un pasmo a talentos de reconocida inteligencia en el arte de la nadería y la conservación del poder, desde Santiago Carrillo hasta el Conde de Godó. ¡Qué preclara inteligencia de Berkeley, hoy promovido por Podemos a ministro, del que hasta le inventan un vida temeraria de luchador en barricadas desde mayo del 68 y su cercanía al FLP (Frente de Liberación Popular), junto a Miguel Roca y Narcis Serra! Pero el espectro ideológico, por llamarlo de alguna manera, de Castells llega hasta hoy, como si no hubiera pasado nada, al menos para él, que tiene a gala no ser hombre de partido; nunca militó en ninguno, pero supo valerse de ellos con éxito encomiable. Siempre entendí el desprecio de los maestros trileros ante los pazguatos que se empeñan en acertar bajo qué chapa está la bolita.
El síndrome de Iglesias Turrión, el que aseguraba que la derecha no gobernaría nunca, NUNCA, en España, parece haberlos contagiado a todos. No será porque yo les vote, pero cómo voy a suponer que los demás no lo hagan, a menos que limitemos las urnas y liquidemos la posibilidad del voto voluntario
El otro macero que anunciaba la aparición del Hombre de la Buena Fortuna era lisa y llanamente un empleado, o más exactamente un mercenario político: Iván Redondo. A él entregaron este mismo lunes una página entera de El País en la sección de Opinión por más que compitiera con las de Publicidad. Abunda en frases para la historia del periodismo. Valga de ejemplo ésta que no recordaba desde los tiempos del viejo régimen, el que feneció, aseguran, en 1975: “El presidente fue muy nítido y ejecutivo como es él”. Creo que en este caso el plumilla -tengo mis dudas de que Iván Redondo haya escrito de su mano ni una línea que no sea la firma de los contratos- no estuvo acertado. Aplicado a una persona el adjetivo “nítido” no es equivalente a “claro” y delata una pedantería incongruente.
En esta ocasión el macero más principal, como segunda autoridad del gobierno que es, por extraño que parezca en tan singular socialista bajo contrato, proclamaba urbi et orbi que “a las 11.30 del próximo jueves, en el Auditorio Reina Sofía de Madrid, el presidente del Gobierno presentará bajo el título de Fundamentos para una Estrategia Nacional a Largo Plazo…el ejercicio (sic) en el que llevamos trabajando, con discreción, desde hace más de un año”. Se trata de “España 2050”. ¡Se imaginan seguir en el poder 30 años más! Sólo un experto en chalanear a la ciudadanía convierte su ombligo, más encogido y arrugado cada día, en algo capaz de alcanzar tan altas metas. El síndrome de Iglesias Turrión, el que aseguraba que la derecha no gobernaría nunca, NUNCA, en España, parece haberlos contagiado a todos. No será porque yo les vote, pero cómo voy a suponer que los demás no lo hagan, a menos que limitemos las urnas y liquidemos la posibilidad del voto voluntario.
Insisto siempre en que nuestra memoria, de tan instrumental, se ha ido achicando. En septiembre de 1987, el PSOE de González y Guerra, empezaba a detectar el descenso de su prestigio y la falta de horizontes, al que seguiría la disminución de su poder (en las elecciones de 1989 perderían cerca de un millón de votos). Entonces los cerebros del partido -todo partido está preñado de cerebros a la espera de una oportunidad- se inventaron el “Programa 2000”. Quince volúmenes iban a salir del caletre de otro montón de expertos multidisciplinares, pero fueron desapareciendo conforme se acentuaba la decadencia. La treta era la misma. Lo significativo y que a más de uno sorprenderá es que en aquella ocasión el plan del Programa 2000 del PSOE lo presentaron en la Universidad de Verano de Santander dos veteranos del circo intelectual: Manu Escudero, recién retirado del liderazgo del Movimiento Comunista (marxista-leninista-pensamiento Mao Tse Tung, en su calendario programático)- y hoy día parlamentario en Bruselas, con derecho a suculenta jubilación. ¿Y el otro ponente? Pues Manuel Castells, nuestro inveterado talento de Berkeley. Como adláteres, Ludolfo Paramio, otro catedrático digital hoy jubilado, y ¡oh sorpresa! el perejil de toda salsa que se precie, Ramón G. Cotarelo, en la actualidad independentista catalán de la facción intransigente que acaudilla el residente en Waterloo, Carles Puigdemont, eminente lumbrera y antiguo pastelero de Amer, provincia de Gerona.
Aquel era un modelo 1987; éste de 2021 una copia para convictos. Y con todo el circo preparado llegó un sátrapa marroquí y rompió la farsa haciéndola tragedia.
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